jueves, diciembre 12, 2024
Fashion

Cayetana Fitz-James Stuart en 10 fotos del archivo histórico de ABC: los años de belleza y esplendor de la duquesa de Alba


Elena de los Ríos

Hoy culminan 12 meses de
homenajes a Cayetana Fitz-James Stuart, fallecida hace 10 años. Tras una exposición en la que tuvo especial protagonismo,
‘La moda en la Casa de Alba’
, celebrada en el Palacio de Liria, se oficia hoy una misa en la iglesia del Valle de Sevilla en su recuerdo. Para recordar los tiempos en los que Cayetana era de hermandad, hemos de viajar a las primeras décadas de vida de la añorada aristócrata, unos años relatados por Ana Polo Alonso en su nueva biografía ‘Los años de esplendor’ (Ed. Esfera de los libros).

Para Polo,
Cayetana Fitz-James Stuart
fue «la mujer que mejor personificó la aristocracia en la segunda mitad del siglo XX y la redefinió en el siglo XXI». También «una mujer vital, enérgica, optimista y libre que desafió convencionalismos, abrazó
la más rabiosa modernidad y, al mismo tiempo, supo dar continuidad a un legado histórico inmenso». En su biografía,
Ana Polo Alonso se centra en los años «que he denominado ‘sus años de esplendor’ y que, cronológicamente, he situado entre su nacimiento y la muerte de su primer marido: 1926-1973».

«Junto con
su primer marido, Luis Martínez de Iruj
o, acudía a las fiestas más exclusivas del continente y, curiosamente, estuvo presente en el gran sarao del hotel Danieli de Venecia en el que se conocieron María Callas y Aristóteles Onassis«, explica la escritora. »No sería la única vez que fue testigo de excepción de un momento histórico:
en su juventud viajó de un país a otro, de Egipto a Francia, se codeó regularmente con figuras de la talla de Winston Churchill y acudió a tés de señoritas con la futura reina de Inglaterra».

Este tiempo tan feliz, el de
su matrimonio
con Luis Martínez de Irujo, termina con el fallecimiento del duque de Alba en 1972. «Una vez le faltó Luis, Cayetana entró en una fase de penumbra, de
duelo y pena intensísima, oscura y profunda. Ya nada volvería a ser lo mismo», escribe en ‘Los años de esplendor’ Ana Polo Alonso.

Una imagen de infancia de la duquesa de Alba, tomada en 1930. /

ARCHIVO ABC

La infancia no tan feliz de la pequeña Cayetana

Lo tuvo todo menos una madre accesible. María del Rosario de Silva y Gurtubay, Totó en familia, fue una enferma crónica de tuberculosis que siempre temió acercarse a su hija y contagiarla. «La pequeña, por supuesto, no debía de saber ni entender nada», escribe Ana Polo Alonso. «Pero cabe suponer que fue
siempre tratada con cierta frialdad por su madre. A pesar de que la niña la visitó en más de una ocasión en París, y de que cuando estaban en Liria, Totó a veces se acercaba por las noches a acurrucarla en la cama, siempre había una distancia entre ellas, un recelo por parte de Totó de tocarla y abrazarla».

«En las pocas fotografías que hay de ambas juntas, no hay caricias, ni sonrisas, ni besos, y las dos posan de frente, como si su madre tuviera pánico de mirarla a la cara y contagiarle los malditos bacilos. Totó, en cuanto la veía, cogía lo primero que encontraba y se lo lanzaba para que se marchara. La angustia, la pena y desazón de la pequeña al ver cómo
su madre la rechazaba y le chillaba amargamente que se fuera debió de ser traumática. Y explica muchas cosas de la vida posterior de Cayetana». Totó murió en enero de 1934. Cayetana, Tana en familia, tenía ocho años.

Tana, montada en uno de sus ponis en una fotografía tomada en 1933. /

ARCHIVO ABC

Tana fue una ‘tomboy’ que amaba los animales

«Cayetana, pasado el mal trago de su tosferina, estaba demostrando una energía descomunal: no solo montaba ya a poni con bastante estilo, sino que empezaba a cogerle gusto a la raqueta y, una vez subida en su bicicleta, no había quien la atrapara. En las estaciones invernales en St. Moritz, se estaba convirtiendo en una gran esquiadora y en Liria con frecuencia se escapaba de miss Willson y del servicio, salía corriendo hacia el jardín y
trepaba al primer árbol que veía. Costaba horas bajarla y, ni siquiera las continuas regañinas de su abuela María del Rosario, ahora duquesa de Híjar tras el fallecimiento de su suegro, conseguían que abandonara el gusto por encamararse a los troncos».

«Cayetana también parecía tener una imaginación desbordante: todos los chiquillos viven en mundos de fantasía, pero lo de ella alcanzaba cotas inauditas, sin duda un presagio de que
iba a tener un alma artística. Soñaba con convertirse en las cosas más inverosímiles —una vez dijo que quería ser carpintera—, y como jamás le gustaron las muñecas, además de jugar con sus ‘teddy bears’, ponía a desfilar soldaditos de plomo, como si los dirigiera a la batalla».

Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva en octubre de 1947, día de su boda. A su lado, su padre, el duque de Alba. /

serrano/ARCHIVO ABC

La boda de Cayetana fue un acontecimiento internacional

«Luis era cariñoso y entrañable, de modales exquisitos, y aunque no era ni de lejos el alma de la fiesta, era lo suficientemente agradable como para ser simpático. En privado, además, era mucho más
alegre y bromista de lo que dejaba traslucir en público. A pesar de lo que muchos piensan, que no fuera un tarambana y fuera más bien reservado seguro que sumó muchos puntos: personas como Cayetana,
con infancias tristes, en el exilio, con tantas tragedias y vaivenes, buscan casarse con alguien que les ofrezca la posibilidad real de echar raíces».

«Puede que la entonces
duquesa de Montoro
tuviera una personalidad desbordante, con mucho genio y le gustase divertirse como la que más, pero en su interior debía de estar pidiendo a gritos estabilidad, alguien que le permitiese la libertad que ella necesitaba, pero que al mismo tiempo le sirviese de punto de apoyo. Que en años pasados
se hubiera fijado en toreros o hubiese disfrutado con varios pretendientes era un simple divertimento de una muchachita con demasiada energía y pasión dentro».

«Una vez pasada la adolescencia, tocaba sentar cabeza, y Luis era el candidato perfecto para ella. Básicamente, porque era el que mejor podía entenderla: él también sabía lo que era perder a una madre siendo niño, lo que era estar rodeado constantemente de gente y sentirse solo. Cayetana había intentado llenar
sus carencias emocionales con muchas aventuras y ciertos brotes de rebeldía; Luis se había replegado en sí mismo. Pero, en el fondo, los dos sentían lo mismo».

La primera foto de Cayetana, duquesa de Alba, con su primogénito. /

ARCHIVO ABC

El nacimiento del primer hijo de la duquesa de Alba

«La noticia no tardó en aparecer en todos los diarios. ‘Ha nacido el futuro duque de Alba’, tituló el ABC, quien también sacó al cabo de pocos días una preciosa foto de la madre y el recién nacido.
Cayetana, con una bata de encaje, estaba recostada en su cama entre almohadones de raso y puntillas mientras miraba orgullosa al retoño, un bebé muy despierto y con bastante pelo».

«El bautizo tuvo lugar la tarde del miércoles 13 de octubre en la iglesia parroquial de San Marcos. Dada la reciente muerte de la abuela Híjar, los Alba habían anunciado que la ceremonia sería sencilla y en la más estricta intimidad, pero los vecinos del barrio no quisieron perderse el acontecimiento y un gran gentío abarrotó la entrada principal. ‘Más que un bautizo aristocrático semejaba
un bautizo popular‘, apuntó acertadamente un periodista».

La elegantísima duquesa de Alba, en una imagen tomada en 1961. /

ARCHIVO ABC

La marca personal única de Cayetana de Alba

«Muchas famosas tienen buena imagen, pero están vacías de contenido. Su único valor suelen ser los trajes que se ponen o el último peinado que lucen. Cayetana, en cambio, fue lo suficientemente inteligente como para
no dejarse encasillar tan fácilmente. Era cierto que le encantaba la alta costura y que atesoraba un armario repleto de trajes de una elegancia exquisita firmados por los mejores diseñadores, pero no permitió que aquello la definiera».

«Tampoco le gustaba que solo se la conociera como ‘la mujer con más títulos del mundo’ o la ‘mujer con más títulos nobiliarios que la misma reina de Inglaterra’, como la describía machaconamente la prensa extranjera. De manera muy astuta,
Cayetana enfocó su imagen a dos ámbitos: las obras de caridad y la cultura. Hay que aclarar, no obstante, que aquello no era mero postureo: Cayetana seguía yendo un mínimo de tres veces por semana a ayudar a los salesianos y prácticamente a diario se encerraba en su estudio de Liria a llenar lienzos con un estilo entre naif e impresionista, con muchos toques picassianos».

La duquesa de Alba, en una corrida goyesca en 1961. /

teodoro naranjo domínguez/archivo abc

Carismática y apasionada: Cayetana irresistible

«Cayetana no era guapa en el sentido clásico de la palabra, pero sí muy atractiva, con mucho carisma y personalidad. Frente a las apocadas y tímidas jovencitas inglesas, más acostumbradas a estar en el campo que a disfrutar de la alta sociedad, ella destacaba por su
don de gentes y su sofisticación. Al fin y al cabo, había recibido una educación muy cosmopolita, con largas estancias en París y continuos viajes exóticos».

«Había podido aprender de algunas de las mujeres más carismáticas y refinadas de su época, comenzando por su propia madre, que había sido incluso amiga personal de Coco Chanel. Cayetana, además, tenía una seguridad en sí misma enorme, con
un carácter que a veces podía ser endiablado, pero que no dejaba de ser atrayente. Era una atleta consumada, bailaba flamenco y le encantaban los toros. Muchos la encontrarían irresistible».

La duquesa de Alba y el actor Mel Ferrer, en el set de rodaje de ‘La caída del imperio romano’, en julio de 1963. /

fotofiel/archivo abc

La conexión de la duquesa de Alba con Hollywood

«Cayetana sabía muy bien que a los príncipes [Juan Carlos y Sofía] no les quedaba más remedio que acatar órdenes y no les pudo invitar a las ‘soirées’ a las que ella asistía. Tampoco pudo pedirles que acudieran a los
glamurosos estrenos cinematográficos que ella montaba para la beneficencia. Sin ir más lejos, aquel 1963, fue uno de los más sonados, con la ‘première’ de ‘El gatopardo’ de Visconti, protagonizado por Burt Lancaster, en el Palacio de la Música».

«En la Gran Vía madrileña no cabía un alma cuando la espectacular Claudia Cardinale, entonces en el esplendor de su belleza, descendió del coche y fue fotografiada muy sonriente con la duquesa de Alba. Tampoco Sofía ni Juan Carlos la pudieron acompañar a ver a Mel Ferrer mientras rodaba ‘La caída del Imperio Romano’. A lo único a lo que sí asistió el príncipe fue al estreno multitudinario de 55 días en Pekín, donde se le vio
charlar con la mismísima Rita Hayworth».

En 1966, Cayetana de Alba fue anfitriona de Jacqueline Kennedy en Sevilla. /

archivo abc

Cayetana, anfitriona de Jacqueline Kennedy

«Mientras ella volaba hacia los Andes, Garrigues llamó a sus buenos amigos los Alba para preguntarles si querrían
hospedar a la señora Kennedy. Cayetana dijo entusiásticamente que sí, a pesar de que aquel mismo año ya había invitado al baile de primavera como estrellas principales a los mismísimos príncipes Grace y Rainiero. La duquesa había hecho las gestiones hacía meses a través de la reina Victoria Eugenia y la Casa Real monegasca había confirmado la asistencia hacía poco».

«No era ningún secreto que Grace y Jackie no tenían buena relación, y a Cayetana le preocuparía que ambas se sintieran incómodas por la presencia de la otra, pero decidió seguir adelante de todos modos y comenzó de inmediato los preparativos. Aquello iba a atraer la atención mundial: Jackie era entonces la mujer más famosa y fotografiada del mundo y un viaje de aquellas características conseguiría
poner a Sevilla en el epicentro mediático».

«Cayetana entendió la enorme responsabilidad que tenía en sus manos. Sabía que si incurría en un solo fallo, la prensa internacional se lo echaría en cara. Pero no pensaba cometerlo: era el momento de demostrarle al mundo
de lo que era capaz la duquesa de Alba».

Los duques de Alba, Cayetana Fitz James Stuart y Luis Martínez de Irujo y Artacoz, posaron con todos sus hijos pocos días después del nacimiento de su hija Eugenia, en 1968. /

archivo abc

El día más feliz de Cayetana: el nacimiento de Eugenia

«Aquel fue uno de los días más felices de la vida de la duquesa: por fin, después de cinco chicos, llegaba la ansiada y queridísima niña. La madre estaba pletórica, absolutamente extasiada con aquella chiquilla rubísima a la que llamó Eugenia,
en honor a la emperatriz Eugenia de Montijo y a la reina Victoria Eugenia. Dados los riesgos del parto, los médicos le habían recomendado que diera a luz en una clínica y el alumbramiento se había producido en la maternidad madrileña de Santa Cristina».

«El doctor Harguindey, que había atendido todos sus partos anteriores, también estuvo presente esta vez. Pocos días después, ya en Liria, los Alba convocaron a la prensa para hacer la presentación oficial: rodeada de todos sus hermanos, la pequeña
Eugenia, plácidamente dormida, atendió su primer acto público. La chiquilla fue instalada en aquella habitación rosa que su madre había preparado hacía años y que había quedado vacía.

«La duquesa parecía que no podía despegarse de su niña: Cayetana disfrutó de aquella maternidad como no lo había hecho con ninguna de las anteriores y se volcó con Eugenia con una
ternura y dedicación extraordinarias. Probablemente porque era la ansiada chica y también porque iba a ser la última».

Cayetana de Alba y la reina Victoria Eugenia, en el Palacio de Liria, con motivo de la visita de la soberana a Madrid para asistir al bautizo del príncipe Felipe en 1968. /

archivo abc

El encuentro histórico con la reina Victoria Eugenia

Ana Polo Alonso narra en ‘Cayetana duquesa de Alba. Los años de esplendor’ (Ed. Esfera de los libros) el encuentro entre la aristócrata y la reina Victoria Eugenia, exiliada en Suiza y por primera vez de visita en Madrid para asistir al
bautizo de su nieto y futuro rey, el príncipe Felipe. Se alojó en el Palacio de Liria y Cayetana fue su entusiasmada anfitriona.

«Tras verse con los Franco, Victoria Eugenia y Luis pusieron rumbo a Liria. Cayetana estaba tan entusiasmada que en sus memorias le dedicó un párrafo entero a detallar lo que sintió al ver el estandarte real izarse sobre el palacio. Cuando el coche finalmente se detuvo frente a la entrada principal y la reina bajó, la duquesa estaba extasiada. Aquel fue
uno de los días más felices de su vida».

«También estaban entusiasmadas
las miles de personas que se amontonaban delante de las verjas de palacio en la calle Princesa. Había tantas que Victoria Eugenia tuvo que salir al balcón de la fachada principal a saludar desde lejos a la multitud. A pesar de que ya era de noche y de que continuaba la gélida lluvia, el pueblo seguía queriéndola ver».

«Cayetana había establecido que todo el servicio portase librea azul a todas horas mientras estuviera la reina. Además, como se recibió un verdadero alud de ramos de flores venidos de todas las partes de España, se tuvo que pedir a un primo de la duquesa, uno de los hijos de Sol, que cediese a su portero y a su mayordomo para ayudar a depositarlos y ordenarlos dentro de la casa. Y también para que echasen una mano en
gestionar a las miles de personas que se acercaban a todas horas a firmar en el libro de visitas».





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