sábado, junio 21, 2025
Ciencia y Salud

Una pizca de aburrimiento le viene bien al cerebro


El aburrimiento es una de las experiencias más universales del mundo: adultos y adolescentes, niños y ancianos, ricos y pobres, analfabetos y educados… todos, pero realmente todos, se aburren. Y, aunque se considera un sentimiento negativo, una especie de «vacío» de la mente, en realidad no es así. Hoy, tras décadas de investigación sobre el tema, sabemos que el aburrimiento es, en cierto modo, «necesario» para que nuestro cerebro sea más eficiente y gestione mejor el flujo de información y la carga de trabajo a la que está sometido.


Dolor en la articulación de la espalda concepto médico

Un pequeño estudio muestra cómo mejorar la capacidad de procesar las emociones podría reducir la intensidad de este trastorno.


Qué sabemos sobre el aburrimiento

El aburrimiento ya había sido examinado por pensadores de todas las épocas, mucho antes de que fuera objeto de estudios clínicos. El filósofo Séneca pensaba que el aburrimiento era mal tolerado porque «la naturaleza de la mente humana es ser activa e inclinada al movimiento». Siglos después, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer lo definió como «una calma sin sentido», comparándolo con la prueba de que la propia existencia carecía fundamentalmente de sentido.

Ya en el siglo pasado, Theodor Adorno lo interpretó como un fenómeno más material que existencial: «una función de la vida vivida bajo la compulsión del trabajo», y fue uno de los primeros en sugerir su papel positivo como expresión de la insatisfacción humana con los regímenes represivos de la economía capitalista.

Sin embargo, aún no sabemos cuáles son las causas profundas del aburrimiento. Algunas actividades nos aburren porque no son lo suficientemente estimulantes; otras, porque son demasiado complicadas; otras más, por ser repetitivas; y algunas, simplemente porque se perciben como carentes de sentido. Así lo ilustraba la antropóloga Yasmine Musharbash en un artículo publicado en 2007 en la revista American Anthropologist, resultado de un estudio realizado en una comunidad de aborígenes australianos. Pero, por otro lado, y como discuten dos psicólogos en otro artículo publicado en 2013 en la revista Behavioral Sciences, a veces actividades que pueden parecer aburridas, como leer un cuento de hadas a un hijo o resolver un crucigrama, pueden no serlo en absoluto. En resumen, hay una gran confusión.


Un cerebro cristalizado de color negro

Una ola de material piroclástico hipercaliente provocó que el cerebro de una víctima del Vesubio se cristalizara; el registro es único en la historia


Cómo reacciona el cerebro aburrido

Como explican Michelle Kennedy y Daniel Hermens, investigadores de salud mental de la Universidad de Sunshine Coast, en la revista The Conversation: «La red cerebral es un sistema de regiones interconectadas que trabajan juntas para apoyar distintas funciones. Podemos pensar en él como en una ciudad, en la que diferentes barrios (las regiones del cerebro) están conectados por carreteras (las vías neuronales), y todo funciona de forma sincronizada para permitir que la información viaje de forma eficiente».

El aburrimiento, según el estudio, es un estado cerebral particular en el que «desconectamos» algunos barrios e intensificamos la vida en otros. Supongamos que vemos una película: en ese momento, nuestro cerebro hace que la red de atención dé prioridad a las imágenes que fluyen por la pantalla y filtre las distracciones. Si la película no nos gusta, la actividad de la red de atención disminuye y empezamos a perdernos chistes y escenas, mientras se activa otro circuito llamado «sistema de condición por defecto», en el que la atención se desplaza hacia el interior, activando una especie de modo introspectivo.

En este caso, el estado de aburrimiento, lejos de ser una «pausa» del cerebro, implica en realidad a estas y otras regiones cerebrales, que trabajan en conjunto. Además de las ya mencionadas, entra en juego la ínsula, un centro fundamental para el procesamiento sensorial y emocional: esta región se activa cuando detecta señales corporales internas, un fenómeno conocido como «interocepción». También participa la amígdala, una especie de «sistema de alarma» del cerebro, que procesa la información emocional y desempeña un papel importante en la formación de recuerdos afectivos. Durante el aburrimiento, esta región, junto con la corteza prefrontal ventromedial, nos impulsa a buscar otras actividades más estimulantes.


Una ilustración de un cerebro digital con muestras de naturaleza.

La clave para comprender cómo eliges en el día a día está en un intrincado sistema de neuronas que permite generar un mapa de posibilidades en tiempo real.


Luces y sombras

No es sorprendente que el aburrimiento se haya relacionado con una serie de comportamientos problemáticos. Varios estudios han demostrado que se asocia con una mayor propensión a conductas de riesgo, como el juego, el abuso de sustancias, los atracones e incluso, en casos menos frecuentes, conductas autolesivas.

Y no solo eso: también se ha vinculado con un peor rendimiento escolar y laboral, con problemas de salud mental y con un mayor riesgo de ansiedad y depresión. Afortunadamente, parte de esto también se relaciona con la sobreestimulación típica de nuestra época. La estimulación constante, señalan los dos científicos, puede ser muy costosa para el cerebro. Cuando estamos continuamente estresados debido a la adquisición constante de nueva información o al cambio frecuente de una actividad a otra, el sistema nervioso simpático (SNS) puede verse desbordado, llevándonos a experimentar un estado de sobreexcitación que aumenta el riesgo de ansiedad.

En este sentido, el aburrimiento puede considerarse una especie de «reinicio» para nuestro SNS. «Dar a nuestra mente una ‘dosis saludable’ de aburrimiento podría tener un efecto positivo en el aumento de la creatividad, la independencia de pensamiento, la búsqueda de otros intereses más allá de los estímulos externos, e incluso romper los patrones de ‘gratificación instantánea’ que conducen a adicciones como el uso compulsivo de teléfonos inteligentes», concluyen Kennedy y Hermens.

Artículo originalmente publicado en WIRED. Adaptado por Alondra Flores.



Source link

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *