La felicidad obligatoria del castrismo
LA HABANA, Cuba. – Para muchos puede resultar difícil de creer que la cantautora Ela O’Farrill (1930-2014) a inicios de la década de 1960 fue censurada, tildada de “gusana” y sometida al ostracismo por componer una canción de amor que se llamó Adiós, felicidad.
Dicha canción, que en 1962 se hizo muy popular en las interpretaciones de Elena Burke, Doris de la Torre, Bola de Nieve, Ela Calvo y la Orquesta Aragón, fue considerada “contrarrevolucionaria” por unos ridículos censores que veían alusiones contrarias al régimen hasta en la sopa y a los que ya no se les ocurría qué más podían prohibir.
Una noche, a Ela O’Farrill, la arrestaron en el lobby del hotel Saint John, en El Vedado, donde cantaba con su guitarra, alternando con José Antonio Méndez, y se la llevaron a Villa Marista, la sede de la Seguridad del Estado. Allí, adustos interrogadores le preguntaron acerca de la gente con quién se relacionaba y qué se proponía al hacer canciones pesimistas y derrotistas como Adiós, felicidad.
Los comisarios castristas consideraron como algo sospechoso y avieso que en la Cuba de 1962 alguien se atreviera a cantar “adiós, felicidad, casi no te conocí…”. Había que estar feliz con la Revolución, las promesas del Máximo Líder y con el futuro luminoso del socialismo.
Había que estar feliz, sin importar que La Habana se llenara de mugre y de uniformes militares, que los boleros y el son fueran sustituidos por marchas guerreras, que hubiera fusilamientos a tutiplén, que las cárceles estuvieran repletas, que los alimentos estuvieran racionados y las vidrieras de las tiendas vacías, que cada vez más familias estuviesen desgajadas, y que el Estado lo controlara todo, absolutamente todo, hasta con quién te acostabas.
Ni siquiera podía empañar esa felicidad el hecho de que el país estuviese a punto de ser aniquilado debido a la decisión del “comandante en jefe” de permitir que los soviéticos instalaran misiles nucleares soviéticos en Cuba…
Así y todo, había que ser feliz, no podía haber espacio para la tristeza. Era mal mirado el que no mostrara alegría y entusiasmo en las labores diarias y el cumplimiento de “las tareas de la Revolución”.
El júbilo había que expresarlo, en las aulas, los talleres o a bordo de los camiones que conducían al trabajo voluntario, a cualquier movilización militar o a la Plaza de la Revolución. Sonrientes, había que corear lemas y consignas y aplaudir fuerte para recibir a los mandamases en sus recorridos, y entonar cánticos, como aquel espantoso “bon bon chía” que nadie sabe quién inventó, para halagar a los más destacados en la emulación socialista o los que, por cualquier motivo, recibieran un diploma o una medalla.
El Estado-Partido-Gobierno que eliminó las Navidades, decidió que los súbditos se emborracharan y tomaran caldosa de olla colectiva en los aniversarios del ataque al cuartel Moncada y de la creación de los CDR; o cuando celebraban remedos de carnavales, para que, cerveza en mano, arrollaran al compás de la conga santiaguera, y se menearan con el mozambique y El buey cansao.
El que no se sumaba a las celebraciones oficiales era mal mirado, tenido en cuenta por los responsables de vigilancia de los CDR, y su nombre pasaba a engrosar la lista de los apáticos y posibles desafectos.
También decidió el régimen cuándo correspondía parar el jolgorio y ponerse luctuosos y solemnes para honrar a “los mártires de la Revolución” o a los mandamases que iban muriendo de viejos.
En las últimas décadas, por mucho que se esfuerzan, los mandamases no logran, en medio de tanto desastre, que se cumplan sus convocatorias al entusiasmo y la alegría. Esa solo se ve en el Noticiero de Televisión.