Isabel Preysler, se confiesa: «¿Cuándo me voy a jubilar? Pensaba que ya era hora, pero no me dejáis»
«No he podido olvidar el vuelo que me trajo de Filipinas a España. Tenía 17 años y estaba enfadada porque mis padres me habían castigado mandándome a vivir aquí con
mis tíos, Tessi y Miguel
. No les gustaba nada el chico con el que salía entonces», dice
Isabel Preysler Arrastia (Manila, 1951). Es una confesión entre risas que sucede en el porche de su residencia de la exclusiva urbanización madrileña de Puerta de Hierro, mientras su mayordomo, de blanco impoluto, nos sirve en bandeja de plata unos humeantes sandwiches mixtos y el mullido bizcocho que es marca de la casa. Bien visto, nunca un viaje resultó tan determinante ni un escarmiento obtuvo un resultado tan exitoso.
Al poco de poner un pie aquí,
aquella joven asustada se convirtió en
la mujer más famosa
y perseguida del país por su matrimonio con Julio Iglesias. Con él tuvo tres hijos, Chábeli, Julio y Enrique. Tras su mediática separación, Isabel contrajo matrimonio con Carlos Falcó, marqués de Griñón, Grande de España y padre de su hija,
la siempre genial Tamara
. Más tarde, volvió a casarse con el ministro socialista Miguel Boyer, con el que fue madre por quinta vez de Ana.
Y, así, del mismo modo que fue cambiando nuestra historia reciente al pasar de la Transición a la Democracia, también lo hizo la suya, tal y como muestran las incontables portadas que atestiguan los momentos clave de una vida de fantasía, aunque no exenta de
algunos dramas. Eso sí, siempre destilados con el buen gusto y la clase.
Hoy, Isabel es una leyenda por méritos propios, más allá del poder que pudieron ostentar sus maridos en algún tiempo. No hay dudas en afirmar que, pese a sus esfuerzos en desmitificarse y desprenderse de los viejos clichés que su nombre arrastra como rémoras de un papel cuché trasnochado, es un fenómeno que
sigue cautivando a la generalidad y a las marcas de lujo, que ven en ella un valor seguro.
Durante más de cinco décadas ha logrado mantenerse incólume
en lo alto de la pirámide social. Sí, como el último bombón de aquella bandeja meticulosamente colocada que la convirtió en parte de nuestra cultura popular. Por eso, entrar en su casa, esa que hemos visto «habitación por habitación» en las revistas, tiene algo de iniciático. Un rito que todo periodista debe cumplir, al menos, una vez en la vida.
Como buena anfitriona, nos abre las puertas de su residencia días antes de recibir el
Premio Mujerhoy
a una de las personalidades más relevantes de España con ocasión del
25 aniversario de nuestra publicación. «En mi familia la leemos todos y es fantástica. ¡Nos encanta!», desvela. Preysler gana al natural, cuando despliega su ternura y su inteligente sentido del humor, aunque todo alrededor esté justamente medido: cojines de Fortuny, cuadros de Tàpies, Miró, Picasso o Pinto Coelho… Sin embargo, la verdadera aventura no será entrar sino regresar a la realidad. Tan cruda que,
si Isabel Preysler no existiera, tendríamos que inventarla.
MUJERHOY ¿Qué supone recoger este galardón por su influencia en la sociedad española durante los últimos años?
ISABEL PREYSLER. ¿Influencia? Yo creo que no he tenido ninguna. Si es verdad que
he sido afortunada por tratar a personas de todos los ámbitos que sí lo han sido.
Lleva toda la vida bajo los focos, pero muchos la perciben como un enigma. ¿Quién es, en realidad, Isabel Preysler?
Soy buena y agradecida. Y eso del enigma es algo con lo que nunca he estado de acuerdo porque no me considero en absoluto enigmática.
¿Fue, desde pequeña, alguien que llamaba la atención a su alrededor?
Un poco… [Ríe].
¿Cuándo y cómo venció la timidez?
En público, nunca lo he conseguido. En privado, no lo soy.
En nuestro país siempre contamos su vida a través de los hombres con los que ha estado. ¿Le parece machista esta lectura?
Por supuesto. ¡Muy machista! Desde que conseguí la anulación eclesiástica de mi matrimonio con Julio [Iglesias] siempre he sido una mujer que ha trabajado y he sido independiente económicamente.
Es inevitable preguntarle por él. ¿Ha pensado qué hubiera sido de su vida si no lo hubiera conocido?
Prefiero ni pensarlo porque no habría tenido a mis tres hijos mayores, Chábeli, Julio y Enrique, que son, junto a Tamara y Ana, fundamentales en mi vida.
¿Sigue en contacto con Julio?
Hace muy poco he hablado con él para felicitarle por su 81 cumpleaños, que celebró el 23 de septiembre. Me dijo que estaba muy bien y, por lo que entonces percibí, así era.
Desde que llegó a España se convirtió en un mito aspiracional. ¿Se explica la razón de su éxito?
Para nada, nunca lo he podido comprender.
¿Cuándo fue consciente de que su existencia iba a ser tan única hasta el punto de perder el control de lo que escriben o dicen sobre usted?
He sido una privilegiada desde mi infancia en Filipinas y lo he seguido siendo con todo lo que he tenido. Me considero afortunada de poder vivir en este país. Nunca he controlado, ni lo he pretendido, lo que han dicho y siguen diciendo de mí. Sí te puedo asegurar que la mayoría de las informaciones sobre mí no tienen nada que ver con la realidad.
De no haber sido la mujer más famosa de España, ¿a qué le hubiera gustado dedicarse o qué pensaba usted que sería antes de la fama?
De pequeña, trapecista; de adolescente, misionera y de joven, adulta… Me casé.
Curioso, misionera. ¿Es una persona espiritual al modo oriental u occidental?
Soy muy zen para todo.
¿Cuáles son sus aficiones secretas?
Eso. Secretas, porque ya me quedan pocas cosas que lo sean.
Reina de corazones, emperatriz del baldosín, perla de Manila. ¿Le divierten los sinónimos que le hemos puesto para no citar su apellido todo el tiempo o los aborrece?
Me hacen gracia y los repiten tanto que ya los empiezo a sentir míos [Ríe]. Pero parecen un poco sacados de Juego de Tronos.
¿Cómo explicaría a los que dicen que no ha tenido que trabajar que salir en las portadas de las revistas lo es?
Cuidarse, entre otras cosas, es trabajar. Y contestar a esta entrevista también lo es. Y ya no hablemos de las horas y el trabajo de mucha gente que supone el rodar un anuncio, hacer un reportaje de moda o de lo que sea, tener que viajar y acudir a inauguraciones, atender a la prensa como se merece…
¿Cuándo se jubila una de ser Isabel Preysler?
Pensaba que ya era hora, pero no me dejáis.
Su inteligencia es tan legendaria como su elegancia. ¿Le sigue interesando la política nacional e internacional?
Por supuesto, me importa muchísimo. ¡Muchas gracias por lo de inteligente! Desde luego, no estamos viviendo la mejor etapa de nuestro país.
No le gusta que hablen mal del PSOE, del que su marido, Miguel Boyer, fue ministro de Felipe González.
El Partido Socialista del que formó parte mi marido no tiene nada que ver con el que se ha convertido ahora.
Este verano, compartió un encuentro en Mallorca con Michelle Obama con motivo del 60 cumpleaños del interiorista Michael S. Smith, la pareja del ex embajador americano James Costos. ¿La animó a presentarse a las elecciones?
La conocí, me encantó ella y, por supuesto, su marido, Barack Obama. No hablamos de política. Cuando nos vimos, Biden no había dimitido todavía y era el peor momento para que entrase cualquier candidato, porque no le daba tiempo a hacer campaña. Para mí, Michelle hubiese sido la mejor para la presidencia de Estados Unidos. Ya que ella no se ha presentado, opino que los americanos tendrán mucha suerte si Kamala Harris gana.
Usted que lo ha probado. ¿A qué sabe el poder?
El haber estado cerca del poder en algún momento de mi vida no quiere decir que lo haya probado.
La fama es su hábitat natural. ¿Cómo gestiona el ego?
Muy fácil: no tengo.
Por su casa ha pasado todo el mundo. Incluso Pedro Almodóvar, a quien le sirvió unos huevos rotos. ¿Nunca le planteó salir en algunas de sus películas?
No, nunca. Además, si me lo propusieran no podría aceptarlo. ¡No tengo talento como actriz!
Ha confesado que, entre sus defectos, está el ser rencorosa. ¿Qué es lo que jamás podría perdonar?
Que hicieran daño a uno de mis hijos o alguno de mis nietos.
No es ningún secreto: otra cosa que siempre ha manifestado no llevar muy bien es el paso del tiempo. Isabella Rosellini ha dicho recientemente que es maravilloso envejecer… ¿Por qué la actriz está equivocada?
No creo que esté equivocada, ella piensa así y creo firmemente en que cada mujer envejece como quiere y como puede.
¿Usted le tiene miedo a la muerte?
No, me da miedo la enfermedad, el dolor y el sufrimiento.
De su última relación con Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, no guarda buen recuerdo, ¿pero mantiene esas cartas de amor que le escribió durante su noviazgo?
Las guardo. Tengo muchas.
¿Cuántas veces le han propuesto escribir sus memorias y cuántas veces ha dicho que no?
Muchas.
Se han publicado libros, se han rodado series, ¿con qué error siguen persistiendo los periodistas y los guionistas?
Hay muchos. No vale la pena enumerarlos.
Dentro de muchos años, ¿cómo le gustaría ser recordada?
Como una buena persona.