domingo, febrero 23, 2025
Cuba

Lo que queda del barrio donde nací  


LA HABANA.- La lectura de dos interesantes libros, “La Habana Para un Infante Difunto”, de Guillermo Cabrera Infante, e “Ir a La Habana”, de Leonardo Padura Fuentes, avivaron mis recuerdos del barrio capitalino donde nací y en el cual pasé mi infancia y parte de la adolescencia.

Vi la luz primera, a las 2:10 p.m. del día 19 de agosto de 1947, en una pequeña clínica llamada San Juan Bosco, sita en la calle Monte entre Fernandina y Romay, en la barriada de Atarés. Tiempo después, aquella clínica amplió su edificación y fue denominada Fundación Martínez Corpas, El Divino Protector, por el médico y dueño de ella. La causa de que naciera en dicha clínica se debió, según me contaba mi difunta madre, a que una hermana de ella (que luego sería mi madrina) trabajaba allí.

Recién nacido me llevaron a vivir a un pasaje, al lado de una cuartería, en Zequeira # 61 e/ San Joaquín y Romay, en la barriada de El Pilar.  Había  29 reducidos apartamentos y 11 habitaciones. Nosotros ocupábamos la número 30, la única con baño interior. Con posterioridad pasamos a la número 27.

Hay en ese barrio dos lugares trascendentales para mi vida: mi primera escuela, el Colegio Academia Alpízar, cercano a la Escuela Normal, y del cual tengo recuerdos imborrables, y el otro, la parroquia de El Pilar, regida por el  sacerdote Ismael Testé, el fundador de la Ciudad de Los Niños, que fue quien me bautizó y con el que tomé la Primera Comunión.

Otro punto significativo para mí era  “La Purísima”, en la menciona barriada de Atarés,  una especie de albergue para personas que venían del campo y no tenían familia en La Habana. Fue allí donde se conocieron mis progenitores: mi padre, que era por entonces policía, en uno de sus  recorridos por la zona, conoció a la que sería mi madre, que estaba alojada en La Purísima.    

De niño iba en compañía de mis padres a las compras, y otras funciones que hacían para el hogar. Esto me permitió conocer todos los comercios y lugares de la localidad.

Una esquina, por demás históricamente famosa, La Esquina de Tejas, donde confluyen cuatro vías (las calzadas de Monte, del Cerro, Diez de Octubre e Infanta), era visitada por nosotros en muchas ocasiones, para comprar, sobre todo los domingos, sandwiches en el bar cafetería del mismo nombre, como sustituto de la comida. Era una flauta de pan completa, con jamón, queso, pepino y demás ingredientes, tostada a la plancha, todo por 1.50 pesos, dividida en tres porciones, para cada uno, a la que añadíamos una malta, que  costaba 15 centavos. Era tanta cantidad que nunca podía ingerirla toda.  La cena salía en 65 centavos per cápita.

En la esquina lateral se hallaba el cine Valentino, edificación que, por su diseño, llamaban de forma burlesca “el Palomar de Bartolo.” En aquel cine, los días entre semana, ver dos películas, comprar cinco galletas de sal y tomar un refresco costaba 20 centavos.

Detrás del cine se hallaba la valla de gallos, a un lado la florería, y al frente la enorme casa colonial donde se estableció la Asamblea del Cerro al terminar la Guerra de Independencia.  Completaban las otras dos partes del cuadrilátero, sendos bares cafeterías.

Las dos primeras cuadras de Monte, desde la citada esquina de Tejas contaban con ferretería, farmacia, joyería, tostadero de café, tintorería, sastrería, barbería, casa de empeños, dos panaderías, dos peleterías, la mueblería Casa Mimbre, tres bares-bodegas, la escuela comercial Havana Business Academy, el cine Roosevelt, y varios negocios pequeños.

En el resto de la Calzada de Monte, hasta los Cuatro Caminos, había innumerables comercios de todo tipo, entre ellos la muy nombrada Plaza o Mercado Único, La Casa de las Liquidaciones, varios almacenes de víveres, y otros negocios o servicios por sus calles paralelas.

Puedo afirmar que en un radio de dos kilómetros, había todo lo imprescindible para adquirir, y solucionar problemas, sin necesidad de ir a las zonas comerciales del centro de La Habana, excepto que fuera a buscar algo muy específico.

En la actualidad, cada vez que transito por estos parajes, siento una mezcla de nostalgia y tristeza enorme. De todos aquellos lugares que conocí, se esfumó la mayoría. La Revolución de Fidel Castro, entre 1959 y 1968, eliminó todos los negocios privados, fueran grandes o pequeños. Hoy, los espacios que ocupaban aquellos establecimientos están vacíos, o tienen usos diferentes. Las construcciones presentan un alto grado de destrucción, con peligro de derrumbe. Los mercados y demás sitios solamente están en mi memoria. Lo único  en pie es la clínica donde nací, que ahora lleva el nombre de Policlínico Abel Santamaría.             

Hay un letrero en el Ministerio de la Construcción que dice irónicamente: “Revolución es construir”.  Debería decir: “Revolución es destruir”.



Source link

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *