domingo, julio 13, 2025
Cuba

Las persistencias del insomnio


En este país del trópico el calor hace olas y desespera, y por es damos vueltas y vueltas en la cama a fin de caer irremediablemente muertos del sueño.

LA HABANA, Cuba. – Alguna vez leí que Kant, Immanuel, claro, comenzó a padecer de sueños intranquilos, sueños que hasta podían llegar a ser terroríficos; y tan así fueron que, a pesar de sus múltiples empeños, le resultaba muy difícil conciliar uno de esos sueños largos y apacibles, un sueño tierno y provechoso. Se dice que aquellas pesadillas despertaban al filósofo a mitad de la noche sin que consiguiera volver a los brazos de Morfeo.

Y no me extrañan esos insomnios kantianos, los desvelos del hombre que escribiera Crítica de la razón pura, como tampoco debió ser muy halagüeño aquel otro insomnio al que Virgilio Piñera le dedicara un cuento brevísimo. En la pieza del cubano, el insomne también trata de conseguir ese sopor que antecede al sueño y, como no lo gana, se vuela la tapa de los sesos, pero ni siquiera después del disparo en la cabeza, de los sesos reventados, consigue quedarse dormido.

Y pensando en Kant, y también en Virgilio Piñera, intento yo dormirme cada en cada una de esas largas noches habaneras. Yo también doy vueltas y vueltas en la cama a fin de cansarme para que aparezca el irredento Morfeo con los signos del cansancio que anteceden al sueño profundísimo, confiado en que podrían ponerme a dormir, y durante toda la noche, a este cuerpo viejo y ya cansado, pero ningún empeño me lleva, ni de cerca, al sueño y los ronquidos.

Mi sueño perdido debe tener razones muy distantes a esas que acosaban a Immanuel Kant, y quizá no. Yo, a diferencia de aquel Kant, vivo en un país del trópico donde el calor hace olas y desespera, y por eso también doy vueltas y vueltas en la cama a fin de cansarme, a fin de caer  irremediablemente muerto del sueño, pero el calor no cesa y lo peor es ese acompañamiento que hacen los copiosos sudores.

Yo vivo en un país tropical en el que la corriente eléctrica desaparece por horas y horas, incluso días, y nos colma de grandísimos agobios y tristezas, más bien de desesperaciones, y como Virgilio tendría yo razones para volarme la tapa de los sesos. Así que tendría que encender una velita para encontrar el arma que no tengo y que podría traer la salvación. Un disparo en la noche, un disparo en la sien, podría hacer que termine el desespero, pero tampoco tengo un revólver, porque Fidel Castro, después que subió al poder prohibió la tenencia de armas de fuego, sin dudas para evitar que los cubanos irredentos lo enfrentaran.

Yo vivo en un país del trópico en el que hay un calor enorme, un calor sofocante que extenúa y mata. Yo me acuesto en una cama desde la que escucho los zumbidos de los mosquitos que se anuncian en su llegada, para lanzarse luego, para picar, para hincar fuerte; y hasta muerden los muy desagraciados, y también matan, a pesar de esas campañas que suelen hacer, sobre todo con retórica, los comunistas que se encargan de garantizar la salud de todo el pueblo.

Los comunistas zumban, zumban anunciando que habrá que arremeter con fuerzas a esas hordas de mosquitos. Los comunistas dicen que están listos para eliminar a todos los vectores, pero no llegan nunca las bazucas. Los comunistas nos dejan aquí, esperando por el ruido de esos aparatos que esparcen el humo y matan a los mosquitos, pero no llegan nunca, ni siquiera después de que todos los noticiarios hagan notar el peligro de tantas enfermedades tropicales que mucho tienen que ver con los mosquitos y las moscas. Los mosquitos y las moscas son parte de la cotidianidad de los cubanos.



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