Contra el apagón y el hambre, obras completas de Raúl y Fidel Castro
No tienen soluciones para los problemas que nos agobian, pero aun así nos darán nueve tomos de Raúl y 23 de Fidel Castro.
LA HABANA, Cuba. – Me cuenta alguien que estuvo en el equipo al que le asignaron la “misión” de compilar las “obras escogidas” de Raúl Castro que, ante la imposibilidad de ver logrado al menos uno de los tomos, debido a la falta de contenido, se vieron obligados a inventar más de una carta que jamás escribió, más de un discurso que jamás pronunció y a extender (como el picadillo de soya) otras escrituras que apenas tenían la dimensión de un memorando, quizás hasta de un telegrama.
Me cuentan también que, incluso el propio autor compilado, debió, personalmente, enmendar y suprimir “contenido sensible” y, como la vagancia intelectual lo poseía con demasiada frecuencia, hasta delegar en familiares y oficiales de la Seguridad del Estado la facultad de cambiar a su antojo documentos que, de tantas correcciones, supresiones y adiciones terminaron siendo “otra cosa” bien alejada de su significado original.
Así, por ejemplo, se ha dicho de cierta carta que habría escrito a una de sus hermanas en 1958, aderezada con alguno que otro chiste en contra de su hermano Fidel, que de tantas sobreescrituras y enmiendas terminó convertida en otra misiva a este último como destinatario, con críticas nada chistosas a un miembro de la guerrilla. Nada que ver con el original. “Ahora es un panfleto irreconocible”, dice el testigo en cuestión, que describe el proceso desde el horror experimentado.
Pero, entre una frustración y otra, se alcanzaron finalmente los nueve tomos (uno por cada década de vida) porque fueron los que había pedido el jefe supremo, al que no le había agradado la advertencia de los editores sobre lo breve que sería su antología si no terminaban echando mano incluso de la papelería más insignificante. A fin de cuentas, para muy pocos lectores (que de hecho habrán de ser demasiado pocos) se echará a ver que nada faltó para que, por tal de “agrandar el muñeco”, terminaran publicando la historia clínica de Raúl Castro que, entre achaques y remiendos, habría de estar más abundante en páginas que toda su historia de vida.
Aun así, la primera versión entregada al autor logró alcanzar a duras penas unos cuatro tomos, cada uno de ellos con unas ciento y tantas páginas, acomodadas por la destreza de diseñadores y tipógrafos de tal modo que aparentaran más. O al menos las suficientes para que la envidia o el bochorno sean menos cuando este año salgan finalmente los 23 tomos de las obras completas de Fidel Castro, que ya se preparan a toda carrera para la celebración de su centenario (aun cuando no existe papel ni para imprimir el Granma, por no decir ni para limpiarse aquello que debe ser limpiado).
Pero Raúl Castro insistió en que fueran nueve tomos los de sus obras, porque alcanzar o rebasar la decena era imposible, no obstante igualmente recalcó el detalle de nombrarlas “escogidas” y no “completas” porque, aunque no tenía pensado agregar ni una palabra más a sus archivos (lo cual dicen que dio por seguro ante los editores), la connotación de inacabada, de no concluida, de que pudiera haber más por ahí regado en las gavetas, lo proyectaban al mundo, en sus horas finales, como el pensador o escribidor que nunca fue. Y no porque lleve lo de “modesto” en su acta de nacimiento y haya preferido dejar ese “honor” cotorrero a su hermano, ni porque este lo amordazara con su enorme ego, sino porque donde no hay verbo, en realidad no lo hay.
Aunque el papel lo aguanta todo, y ya vemos cual “milagro de la Revolución” cuánto ha crecido esa obra y cuán importante ha de ser cuando, para imprimirla en estos días de apagones y falta de petróleo, en estas jornadas de llamados a la austeridad, al ahorro, al fin del “bloqueo” y hasta de lloriqueos por donativos y aplazamientos de deudas externas, han destinado, según fuentes al interior del Consejo de Estado y de las Fuerzas Armadas, más de cinco millones de dólares para importar el papel desde China, aun cuando toda la producción editorial que depende de la financiación del Ministerio de Cultura continúa paralizada “hasta nuevo aviso” (que solo llegará una vez concluida la impresión de los 23 tomos de las “obras completas” de Fidel Castro, pensada para una tirada superior a los 100.000 ejemplares, y con un costo superior a los 10 millones de dólares, de acuerdo con las mismas fuentes).
El “nuevo aviso” jamás llegará, no cuando los millones dilapidados entre impresión, distribución, ferias internacionales, eventos y presentaciones, entre corrupciones y regalías, tendremos que recuperarlos nosotros los carneros de la “continuidad” con más hambre, más apagones, menos agua y más llamados al aguante y a la “resistencia creativa”.
No tienen soluciones a los problemas que nos agobian (quizás porque dedican demasiado tiempo a escribir sus “obras completas”), pero nueve tomos de Raúl Castro es lo que van a ofrecernos por ahora, como ladrillos sonados contra nuestras cabezas, hasta que salgan esos 23 nuevos bloques de concreto del hermano que se anuncian, y bajo los cuales todavía no quedaremos del todo sepultados. No nos hagamos ilusiones.
Porque esa gran oportunidad de morir con “dignidad” nos llegará un día de estos, y será cuando, viendo que pudimos sobrevivir a tantos ladrillazos, decidan publicar las “obras escogidas” del “doctor” Miguel Díaz-Canel, revisadas, aumentadas y corregidas por la mismísima “profesora” Lis Cuesta Peraza.