viernes, noviembre 22, 2024
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La boda de la que la madre de la reina Sofía y la princesa Irene de Grecia tuvieron que huir corriendo


Silvia Vivas

El 24 de abril de 1963,
la princesa Alejandra, hija única de la duquesa de Kent
, se casaba en la londinense Abadía de Westminster con el aristócrata escocés Angus Ogilvy. Una boda por todo lo alto a la que la familia real griega estaba invitada y que fue la excusa perfecta para que
la reina Federica y la princesa Irene de Grecia pasaran unos días en Londres. Poco podían imaginar lo que les esperaba allí.

Para comprender por qué esta historia acaba con dos royals huyendo despavoridas hay que ponerse en antecedentes.
La reina Federica de Grecia
era una mujer de carácter fuerte y sus detractores la acusaban veladamente (y no tan veladamente) de «manejar» a su antojo a su marido, el rey Pablo. Se cuenta como ejemplo de esa
injerencia en la política griega que figuras como Winston Churchill mantenían correspondencia con la reina y reservaban sólo la última línea de sus misivas para enviarle recuerdos al monarca.

Por todo ello, cuando la madre de la reina Sofía llegó a Londres para disfrutar de unos días junto a sus familiares, en la maleta, además de los vestidos largos que le gustaba usar para ocultar sus tobillos gruesos, estaba también ese bagaje negativo. Y esto
desembocó en una serie de ataques físicos tanto a la monarca como a su hija.

Quién atacó y por qué a la reina Federica

La reina Federica y la princesa Irene llegaron a Londres en avión la tarde del sábado 20 de abril de 1963. Para disfrutar de la ciudad se alojaron en un
clásico de las estancias de la familia griega: el Hotel Claridge. Lo que sucedió entonces lo contó la propia monarca en su libro de memorias

«Por la tarde salimos del hotel por la puerta trasera. Mi coche de alquiler estaba delante de la puerta pero le dije al conductor que prefería caminar. Seguidas por un ‘policía inglés’, Irene y yo avanzamos calle abajo. De repente una mujer me agarró por los hombros y me hizo girar. Más tarde supe que se trataba de una tal señora Abatielos, la esposa inglesa de un comunista griego encarcelado».

La mujer que volteó a la reina era
la periodista Betty Bartlett Abatielos, corresponsal del Daily Worker y esposa del sindicalista Antonis Abatielos. Betty estaba intentando entregarle a Federica un memorandum donde se solicitaba la amnistía de los presos políticos griegos, su marido incluido. Algunas versiones apuntan a que la mujer había intentado hacer esa entrega a la monarca por cauces oficiales, pero su séquito le había denegado esa posibilidad.

La reina Federica junto a su hija, doña Sofía de Grecia. /

GTRES

El periodista Vasos Tsibidaros, que en aquel momento trabajaba para la embajada griega, ofrece una versión distinta de los hechos que describe la monarca. Para empezar, según Tsibidaros, el encuentro de Betty con la reina sucedió en el lobby del hotel. De hecho, afirma que Federica sabía lo que le esperaba abajo y podría haberlo eludido si simplemente hubiera usado el ascensor, como se le sugirió. Pero ella prefirió bajar por las escaleras,
enfrentarse a la mujer y negarse a coger el sobre.

«Si en ese momento Federica hubiera cogido el sobre y lo hubiera metido en su bolso, el episodio se habría evitado. Abatielos extendió la mano con el sobre, Federica la apartó. Y como estaba molesta en lugar de salir a la calle por la puerta principal, prefirió usar la trasera», asegura el periodista.

Lo que sí está claro en todas las versiones que han sobrevivido al paso del tiempo es lo que sucedió después de aquella negativa: que la reina se encontró de bruces con
una manifestación en su contra que culminó con ella y su hija huyendo hacia un callejón sin salida.

«Unos hombres con grandes palos salieron de dos esquinas, liberaron a la mujer que gritaba y derribaron a mi escolta. La mujer corrió detrás de nosotros, gritando y maldiciendo.

Caminé con Irene rápidamente, cada vez más rápido, hicimos un giro y nos encontramos en un callejón sin salida. No había nadie que nos ayudara. Era sábado por la tarde y el callejón estaba vacío. Le pregunté a Irene, sin mirar atrás, «¿Qué está pasando ahora?» y ella respondió: «Nos persiguen». Dimos otra vuelta y nuevamente nos encontramos en un callejón sin salida», describe la reina Federica. Lo que no cuenta es que en su huída los manifestantes sí la habían alcanzado… y
le habían subido el vestido hasta la cabeza.

Un incidente diplomático de alto nivel

No deja de ser un guiño del karma que la reina Federica, que
despreció a Grace Kelly por su pasado como actriz
, tuviera que ser rescatada de este incidente por
otra intérprete norteamericana, Martin Stevens. Ante el avance de sus perseguidores y la imposibilidad de huir, la princesa Irene y la reina Federica empezaron a llamar a las puertas que daban al callejón. Una de ellas se abrió y las royals entraron en tromba en la casa cerrando la puerta de golpe a su espalda.

«Una linda joven americana nos miraba asombrada. Le dije: «Soy la reina de Grecia. Un grupo de hombres con grandes palos nos persigue. ¿Podemos quedarnos aquí un rato?». La señora era la competencia personificada y nos ayudó lo mejor que pudo. Al rato llegó mi escolta, completamente desaliñado y molesto. […]
Este incidente me hizo sentir muy sola», explica la reina.

La propia Martin Stevens comentó que cuando abrió la puerta se encontró con una hermosa mujer, con el vestido descolocado, que estaba temblando. «Por favor» me dijo. «Déjame entrar. Soy la reina de Grecia«. En realidad no sabía quién era, pero la dejé entrar. Entonces la reconocí por las fotos. Le ofrecí coñac, pero dijo que
prefiere un whisky con refresco. Se quedó durante aproximadamente una hora. A los pocos días me envió una foto suya con la dedicatoria:. ‘Muchas gracias por ayudar a un desconocido en peligro’»

La reina Federica de Grecia junto a su hija Irene en Londres. /

gtres

Además de herir los sentimientos de la monarca el incidente casi provocó un problema diplomático internacional. El embajador griego en Londres, Michael Mela, tras conocer lo sucedido, decidió que lo más recomendable era
no dar publicidad al asunto. Antonis Abatielos ya gozaba de la simpatía de la opinión pública británica por su encarcelamiento, que se percibía como una revancha por parte del poder griego contra un sindicalista. Casi cada día había manifestaciones de apoyo a Anatielos ante la embajada griega en Londres, circunstancia por la que el propio Mela había enviado un informe al gobierno griego para
recomendar a la familia real que ëvitaran visitar Inglaterra.

Pero esa estrategia de silencio no llegó a buen puerto, como él mismo explicó en sus memorias: «El séquito real no pudo mantener el secreto más de dos días. Luego comenzaron las confidencias entre amigos en Londres y, de allí, el incidente llegó a la prensa. Tan pronto como se publicó,
el Secretario de Estado inglés expresó públicamente su pesar, tocando así el orgullo de algunos ingleses».

Más allá de las disculpas en público y en privado de los secretarios de Estado y ministros de asuntos Exteriores, a la reina Federica lo que le preocupaba era que la propia
reina Isabel II
estuviera molesta con el incidente, algo que ella misma resolvió:
«Lillibet fue muy dulce conmigo. Estaba realmente molesta porque algo así pudiera suceder en Inglaterra. Antes de recibir la carta oficial de disculpa, el Ministro de Asuntos Exteriores griego me había instado a regresar a Grecia. ¡Le dije a Lilibet que no me iba a ir a menos que ella también me tirara tomates! Eso, al menos, la hizo reír».

Aunque mantuviera su imagen oficial de «aquí no ha pasado nada», no hay duda de que la boda de la princesa Alejandra dejaría un regusto amargo en la memoria de la monarca griega. En ella
no consiguió su objetivo de ennoviar a la princesa Irene, ni logró librarse de la mala prensa ni de las manifestaciones en su contra.

Hasta tuvo que rendirse y asumir que en Inglaterra ella no mandaba: el 24 de abril un joven chipriota fue detenido por golpear las ventanas de su coche mientras la insultaba, pero
el juez le liberó dándole la razón: «En un país donde existe total libertad de expresión, el acto del acusado no es delito. En Inglaterra cualquier ciudadano no sólo puede hablar con una reina, sino también expresarle sus opiniones, incluso si estas son desagradables para la reina».





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