historia del acceso al agua en La Habana
LA HABANA, Cuba.- Caminar bajo el tórrido sol tropical habanero requiere hidratación frecuente. Pero eso es algo difícil en la actualidad, porque si no se carga el agua desde el domicilio, no hay un sitio público donde tomar un vaso de agua. Tendría que comprar los pomos de agua mineral de medio litro o litro y medio, que cuestan 150 y 350 pesos, respectivamente, lo que los hace incosteables para el cubano de a pie (los turistas pagan por ellos un dólar y 1.50).
Antiguamente, cuando llegaba un cliente a una cafetería, un bar o un restaurante, lo primero que hacía un camarero era ponerle delante un vaso de agua fría. Se consideraba un deber y una obligación brindar agua a todos sin costo alguno. Ahora, cuando usted pide agua, alegan que no tienen o que no es potable.
El ya fallecido Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, fundó en 1994 la Casa del Agua “La Tinaja”, un pequeño local anexo al restaurante La Mina, por la calle Obispo, frente a la esquina del Palacio de los Capitanes Generales y la Plaza de Armas, donde se brindaba agua fría purificada en filtros (a la antigua usanza) por el módico precio de dos pesos el vaso.
El acogedor sitio, además de para calmar la sed de los transeúntes, servía a los vecinos de la barriada para adquirir el agua para beber que no disponían en sus domicilios.
En la Casa del Agua había aparadores con los filtros y las tinajas donde se almacenaba el agua, fotografías en las paredes de personalidades que pasaron por el lugar y tarjas con explicaciones sobre cómo llegó el preciado líquido a La Habana y los distintos acueductos que ha tenido la ciudad desde su fundación.
En lugar de abrir otros sitios semejantes, La Casa del Agua lleva más de tres años cerrada.
Las graves dificultades para el abasto de agua que afectan hoy a la capital y, sobre todo, a la parte antigua, datan de los tiempos de la fundación de la ciudad, porque el puerto habanero era idóneo para la protección de los barcos, pero no había ríos cercanos con caudal suficiente para abastecer de agua potable a los pobladores.
Varios historiadores cuentan cómo el agua se traía desde Luyanó, por tierra o en botes, hasta que a fines del siglo XVI se construyó la Zanja Real, la cual funcionó hasta 1835.
La Zanja Real era un conducto compuesto por unas paredes de piedra al descubierto, con una extensión de 13 kilómetros, que partía de las márgenes del río Almendares, atravesaba las calles Zapata y Zanja, hasta llegar a la Puerta de Tierra o de la Muralla y dentro de la ciudad se bifurcaba en cuatro ramales, siendo el más conocido el que desemboca en el Callejón del Chorro, en la actual Plaza de la Catedral.
Existían algunas fuentes donde los pobladores concurrían a obtener el agua, como las de la Plaza Vieja, reconstruida hoy en una réplica, y la cercana Fuente de los Leones, en la Plaza de San Francisco. Aún funcionan esas fuentes, pero el agua es impura.
En 1835 se creó el Acueducto de Fernando VII, que tenía mayor higiene, pues transportaba el agua por tuberías de hierro, pero no dio el resultado esperado porque beneficiaba solo a las personas pudientes, quienes podían costear su servicio hasta sus casas, así que se mantuvo la Zanja Real para el resto de los pobladores.
Ante dicha situación, el ingeniero Francisco de Albear presentó un proyecto para un nuevo acueducto que daría la solución definitiva al problema del agua. La obra, iniciada en 1858, traía el agua desde los manantiales de Vento, en la actual provincia Mayabeque, y en su época cubría las necesidades de la población. Premiado en la Exposición Universal de París, es considerado una de las siete maravillas de la ingeniería civil de Cuba.
Albear murió en 1886, sin ver completado su proyecto.
La monumental construcción, concebida para el doble de la población de entonces (unos 100.000 habitantes), en estos instantes solo abastece a un 19% de los pobladores de La Habana, debido al crecimiento demográfico y de la extensión territorial de la ciudad.
Se han creado nuevos acueductos, pero en general no cubren las necesidades. Solamente en la capital hay 130.000 personas que no reciben agua regularmente.
En la mayoría de los barrios habaneros, el agua la ponen, durante unas horas, cada dos o tres días o más.
En La Habana las redes hidráulicas son muy antiguas y se encuentran en muy mal estado, lo que ocasiona constantes roturas y los consiguientes remiendos. Debido a los muchos salideros, se pierde gran parte del agua que se bombea.