jueves, noviembre 21, 2024
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Así se acaba con el discurso trumpista | Elecciones USA



El esperado debate entre Donald Trump y Kamala Harris ofreció, por primera vez, de una forma nítida e incontrovertible, cómo el discurso populista era arrasado en una confrontación que pasará a la historia de los debates electorales. Posiblemente, Trump nunca haya sido un buen debatiente televisivo. Su estilo matonista, basado en el uso de las mentiras, el insulto y la mala educación, rompió moldes y sirvió para extender en todo el mundo un estilo imbatible.

Quizá fue un error concluir que Trump ganó en junio en el debate celebrado en Atlanta. Aquella aciaga noche el que perdió fue Biden. En Filadelfia, no sólo se enfrentaban los candidatos a ocupar la presidencia de Estados Unidos. También se producía una batalla encarnizada entre dos grupos de asesores que plantearon dos modelos de trabajo y dos estrategias completamente diferentes.

Jason Miller encabezaba un equipo de durísimos expertos en el juego sucio y en la extensión del trumpismo como lenguaje. Es un habitual de las tertulias de extrema derecha, después de haber sido expulsado de CNN, tras hacerse público que había administrado a escondidas una píldora abortiva a una estríper a la que había dejado embarazada. En el equipo de preparadores de Trump también estaba el congresista Matt Gaetz, defensor de los ultras de los Proud Boys y que mantuvo, tras el asalto al Capitolio, la teoría de que había sido organizada por grupos antifascistas encubiertos. Finalmente, otro de los hombres fuertes de su equipo ha sido Stephen Miller, un conocido nacionalista blanco de ultraderecha, con una larga trayectoria de obsesiva lucha contra la inmigración.

La estrategia planteada para el debate con Harris se centraba en preparar argumentos para ignorar displicentemente a la candidata demócrata y dirigir sus críticas hacia el ausente Joe Biden. Sus principales invectivas se ceñían a la economía, la inmigración y la falta de autoridad del actual presidente. Así les había ido bien en junio y no había motivos para pensar que una aspirante como Kamala Harris fuera capaz de cambiar la suerte.

Por su parte, la vicepresidenta contaba curiosamente con el mismo equipo que acompañó a Biden hasta el día de su retirada y que tenía clavada la espina de lo ocurrido en el debate de junio. Al frente de la preparación estaba la abogada Karen Dunn. Se trata de una especialista que ha desarrollado su participación en debates presidenciales junto a Ron Klain desde los tiempos de Obama.

La estrategia que plantearon en el debate se basaba en conseguir ofrecer una imagen presidencial de Harris, alejada completamente de Biden, que representara frente a Trump una figura renovadora, esperanzadora y sólida. Como Dunn ha explicado en alguna ocasión, atacar a un oponente puede ser efectivo, pero si consigues contraatacar a alguien que se cree favorito y va contra ti es demoledor.

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Kamala Harris rozó la perfección técnica en el debate. Mostró una extraordinaria capacidad gestual que contrastaba con el rostro molesto y despectivo de Trump. En todas sus intervenciones, la vicepresidenta combinó un discurso propositivo con duros ataques contra un Trump que perdió los papeles en diversos momentos. Harris y su equipo demostraron cómo se fulmina el discurso demagógico y populista que le ha permitido a Trump imponer su estilo estos años. El trumpismo quedó sepultado con coherencia, firmeza, positivismo y una lucha sin pausa.

La última y obligada mención debe ser para David Muir y Lindsey Davis, los moderadores de ABC News. Ambos hicieron impidieron que Trump mintiera impunemente. Le rectificaron cuando dio datos falsos y le repreguntaron cuando eludía cada respuesta. Contra la demagogia extremista, los políticos pueden enfrentarse utilizando la extraordinaria arma democrática que implica un debate público y limpio. Pero siempre será poco eficaz si los moderadores no colaboran en defensa de la verdad y de su propia integridad profesional.



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