miércoles, marzo 19, 2025
Cuba

¡Buenos días tristeza!


LA HABANA.- ¡Buenos días tristeza! Eso digo a diario y acostado aún, mirando desde la cama ese “allá arriba” que es mi techo, ese techo que es lúgubre y se desvencija en su intento de coronar mi cuarto, esa habitación en la que paso las noches. Buenos días, así insisto en las mañanas, una y otra vez, para asegurarme de que me le escurrí a la muerte sin contratiempos durante la noche, y sobre todo sin ser atropellado por todo el peso de mí techo cayendo sobre mí cuerpo.

Buenos días le digo también a mi único acompañante, casi en un grito, queriendo advertirle que ya es hora de ponernos de pie, de dedicarnos los más tiernos arrumacos. Con su hocico frío, con sus patas, él me responde, como si reconociera la grandeza de ese instante que es la vuelta a la vida.

Gogol, mi perro amado, insiste en las caricias y exige mi levantada y, una salida. Buenos días tristeza, repito una y otra vez, creyendo que la reiteración, que la insistencia, nos traerá una mejor jornada. Cada día esperando lo mismo. En cada mañana recibo las boronillas que bajan desde arriba, desde el techo y flotan en el aire para caer, la mayoría de las veces, sobre mí cama, sobre las sábanas, y también en el suelo.

Cada mañana intento la calma, al menos un poquito, pero en cada jornada recibo sobresaltos y tristezas, y arenilla, esas tristezas que bajan desde arriba cuando se desprenden del techo para caer en mi cama y sobre mí, y en el suelo y sobre Gogol.

Y ese techo, que es el cielo de mi casa, ese que debería protegernos, ya no sabe acoger, ya no resguarda, ahora es solo un viejo techo que no sabe cuidar y que muestra sus cansancios, incluso las muchas posibilidad del desplome, del más rotundo, de ese que podría hacernos desaparecer.

Mi techo parece estar cansado, mi techo se desvanece y me deja con esa sensación de que se vendrá abajo y sin remedio, cayendo rotundo sobre mi cuerpo, sobre el cuerpo de Gogol. Mi techo ya no tiene cualidades, sus modos, sus formas, sus fuerzas, esas que alguna vez parecieron sólidas, se han ido deshaciendo. Mi techo es un techo en un país comunista, es un techo atroz, es despiadado.

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Y, pensándolo bien, mi techo también tiene un techo, un techo que es el techo de todos los techos cubanos, y que está por encima de todos los techos que en el país son. Se dice que el techo de mi techo está en medio de una plaza a la que llaman “de la revolución”,  y ese techo que, curiosamente, podría salvar a todos los demás techos de la nación, si es que se cayera, persiste aún en su empeño de sofocar al resto de los techos, y a la vida misma… ¿Tendremos una casa nueva?

Y ese techo, que es el techo de todos los techos de la isla, es el único culpable de que yo amanezca desbordado en arenillas y de todo lo que me fue cayendo en la madrugada de mis sueños; en esa madrugadas en las que sueño con un techo fuerte, con un techo rotundo. Mi casa, la casa de todos, debería ser más que una armazón, mucho más que un artilugio. La casa deberá ser, y por encima de todo, el mejor y más seguro resguardo de la vida. La casa deberá fundarse para propiciar la vida, nunca para dar cabida a la muerte, y mucho menos para auxiliarla. ¿Será Cuba una casa buena y confortable alguna vez?



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