Buscándote, sertralina
Sertralina escribí, sertralina tracé, creyendo que con la reiteración, con el empeño, haría aparecer la pastillita.
LA HABANA, Cuba. – Muchas, muchísimas veces repetí ese nombre en los días últimos. Sertralina, sertralina, eso dije y escribí un montón de veces y sin cansarme, o quizá muy cansado, pero persistiendo. sertralina dije y escribí también con mi mejor caligrafía. Escribí sertralina en las redes usando un fondo blanco, usando un fondo rojo, cualquier color. Sertralina he escrito muchas veces en los días más cercanos. Sertralina tracé, cuidando la escritura, repitiendo los trazos que dejara muy bien fijados el psiquiatra.
Sertralina escribí, sertralina tracé, creyendo que con la reiteración, con el empeño, haría aparecer la pastillita. Sertralina tracé repitiendo la ortografía que antes usó el psiquiatra que me atiende, ese que indica cada pastilla que debo tragar en las mañanas, y luego en las tardes, y también en las noches más profundas. Sertralina, eso consentí, cuando algún amigo que pasa sus días allende los mares quiso saber los detalles para escribir correctamente la ortografía de la pastilla.
Sertralina dije, y escribí, a los amigos que preguntaron mostrando la solidaridad más tierna. Sertralina, dije a Juan y también a Pedro. Sertralina respondí al que preguntara desde España, al que inquirió desde la noche inglesa más lluviosa. Sertralina he repetido hasta el cansancio, unas veces con prisa y otras deletreando, dejando en claro la más justa ortografía.
Y no fueron pocos los que desde múltiples confines ofrecieron sus ayudas generosas, no fueron pocos los que usaron las redes, no fueron menos los que usaron el amor y la solidaridad hacia el prójimo. Y ayer tocaron a la puerta; primero fueron toques leves, muy pausados, y más tarde con la insistencia de lo que tiene los tintes de la urgencia, de eso que podría ser muy apremiante.
Ayer abrí la puerta y del otro lado estaba Jorge Fernández Era, el escritor, el humorista. Ayer abrí la puerta y allí estaba parado Jorge Fernández Era, y también su esposa. Allí estaba Jorge Fernández Era, el humorista, el patriota. Desde mi puerta miré a Jorge, el mismo que va al Parque Central, el que lleva la bandera y hace exigencias también en espacios matanceros. Ayer abrí la puerta de mi casa a Jorge Fernández Era, el mismo que se junta con Alina Bárbara López Hernández para hacer notar sus disensiones.
Yo abrí la puerta a Jorge Fernández Era y a su esposa. Ellos trajeron la sertralina que no encontré en ninguna farmacia, y mucho menos en un centro hospitalario. Yo abrí la puerta y allí estaban ellos, con las pastillas que podrían devolverme un poco la cordura, esa sertralina que amigos que residen en espacios geográficos muy distantes no encontraron el modo mejor para acercarlas.
Yo amanecí hoy con mis pastillas, y eso reconforta. Anima saber que no estamos tan aislados, que después de un breve reclamo aparecieron esas tabletas de sertralina que he estado necesitando desde hace meses sin conseguirlas. El Gobierno, sus estructuras, no pueden propiciar esos medicamentos que escasean, esos que precisamos los enfermos, y entonces aparece la solidaridad de los más preteridos, de los más desamparados, de los que tienen poco, y a veces nada.
Las estructuras del poder no hacen más que maltratarnos, las estructuras de ese poder abyecto, y su sistema de salud, no garantizan un simple tratamiento a un hombre enfermo, pero ahí están esos otros que nada tienen que ver con las estructuras de poder, esos que se las agencian para poner en el pastillero esas tabletas que me hacían falta a mí, y también las que precisan los más preteridos, los más olvidados, los que no comulgan con ese gobierno comunista que ni siquiera puede garantizar una breve pastilla de sertralina a ese que, ya se convirtió, y gracias al comunismo, en un enfermo, en un paciente psiquiátrico, que además no comulga con el gobierno comunista.
