viernes, enero 31, 2025
Cuba

Comprar un auto nuevo, la fantasía de ser «normales» en Cuba


LA HABANA, Cuba. – Que un señor compre un auto chino en la comercializadora de Mercedes Benz en Cuba se vuelve noticia viral, y que no sea precisamente un auto de la reconocida marca alemana (de esos que no bajan de los 90.000 dólares, sino un “tarequito” de a lo sumo 20.000, que a lo mejor el fabricante comercializa por 10.000 o menos, teniendo en cuenta los grandes márgenes de ganancia que cobran los vendedores en la Isla) hace mucho más ridículo el titular. Solo en Cuba el simple y común acto de compra de un auto se torna un acontecimiento, y hasta la concesionaria se entusiasma proclamando que está “haciendo historia” cuando ya tales asuntos son prehistoria en cualquier parte del planeta.

El mismo régimen, publicando las nuevas regulaciones sobre compraventa de autos (que apenas suaviza el cúmulo de prohibiciones absurdas que convierten la tenencia de un auto en privilegio), pretende presentarse ante el mundo como un gobierno que se “actualiza” y “cambia” cuando en realidad está sediento de dólares; y la misma gente que corre a reservar un turno para gastar los ahorros en “actualizar” la imagen de “nuevos ricos” en el barrio, en realidad más que poseer un auto nuevo lo que busca es demostrarse a sí misma (pero sobre todo a los vecinos) que es inmune a esa dura, triste y miserable realidad que le rodea, que vive una vida “normal” en medio de un contexto con más de 60 años de desfase temporal con respecto al mundo.

Vivimos en un estado anacrónico, de obsolescencia social, política y económica que nos lleva, entre otras rarezas, a convertir tonterías en noticia y a actuar en correspondencia, y esto incluye, por ejemplo, sentirnos que hacemos historia porque nos permitan comprar al cash (o vender) un auto barato como si fuese un lujo, y hasta sentirnos privilegiados por que lo pudimos hacer gracias a la remesa enviada por un familiar; a la inflación, al caos y la corrupción que hacen próspero el negocio personal, pero no gracias al salario, que por muy “bueno” que sea, ni siquiera sirve para comprar una bicicleta, ni reuniendo durante todo un año.  

Así de idiotas nos han dejado, y así de “entusiastas” vamos al nuevo experimento en tanto la nueva “emulación socialista” no se trata de llenar el expediente con zafras, desfiles, guardias del sindicato y movilizaciones de las milicias sino de emular con Sandro Castro a ver quién exhibe la mejor “buena vida”, amén de apagones, desabastecimiento, hospitales en ruinas y basureros sepultando el vecindario (y al mismo tiempo dando de comer a locos e indigentes).

Y sí, ese “entusiasmo” por adquirir un auto nuevo —en el mismo país donde escasean la gasolina, las piezas de recambio, las carreteras en buen estado, los lugares a dónde ir de paseo, los dólares— tiene cierta explicación en la estupidez y en el trauma de las prohibiciones absurdas, en la necesidad que tienen algunos de sentirse o al menos fingirse “normales” en medio de los escenarios más adversos, pero también en la certeza de que el régimen comunista es muy inestable en sus “estados de ánimo”, inconsecuente y manipulador en sus “cambios” y “actualizaciones”, de modo que mañana pudiera dar marcha atrás a las flexibilizaciones con la venta de autos, así como pasó con las mipymes, un retroceso que tiene todas las marcas de una encerrona, de una estafa.

Porque en el fondo es lo que subyace en mayor proporción: el temor a que la “historia” linda de la que hablan los de la Mercedes Benz avance hacia el terror y que, una vez recolectados los dólares que necesitan (posiblemente para presentarlos como garantía ante los prestamistas de los BRICS+, o para aguantar las fuertes embestidas que se aproximan), se bajen con el cuento de “corregir distorsiones” y hasta MCV Comercial S.A. termine mordiéndose la lengua. A fin de cuentas es una empresa mixta, que en Cuba es como decir una empresa “bipolar”, tanto como las mentes enfermas que la crearon allá a mediados de los años 90, en pleno “Período Especial”.

Son las mismas mentes que hasta ayer mismo, y en las mismas comercializadoras,  vendieron y hasta regalaron autos (mucho más caros y nada de chinos) a este o aquel personaje autorizado a convertirse en cliente o en premiado, por obra y gracia de su abolengo, del color de su uniforme o de la “lealtad” demostrada, una práctica tan normal que es quizás la que ha ayudado a transformar en noticia el hecho extraordinario de que un señor presuntamente sin apellidos ni amigos conocidos o certificados por el Buró Político del PCC haya podido adquirir un auto sin más condición que el dinero en el bolsillo.

De modo que la “historia” a la que se refiere MCV Comercial S.A. es la de haber podido vender legalmente un auto sin esperar por la carta de autorización del Consejo de Estado, o por el visto bueno del Ministerio del Interior, asegurando que el cliente es un tipo “confiable”. 

Porque la historia de tener un auto nuevo en Cuba pasa por el trauma de vivir sumergido en una realidad donde ganarse el derecho a tener uno fue durante muchos años sinónimo de confiabilidad y hasta complicidad con el régimen. Incluso los modelos de autos decían mucho de sus dueños: así un Lada (sobre todo los de color azul oscuro) identificaba en los años 80 a la jerarquía militar entre alta e intermedia, luego que los Alfa-Romeo, introducidos en Cuba durante los años 60 por el italiano Leo Cittone, gran amigo de Fidel Castro, sirvieran como autos distintivos de la cúpula dirigente, y más tarde a los jefes de la policía política —y hasta como carros patrulleros— cuando una flotilla de Mercedes Benz fue convertida en el medio de transporte oficial del “numero uno”, mientras los Chaika rusos se reservaron para algún que otro acto de protocolo  y más tarde para el servicio de limosinas en el turismo.

El Polski (el Fiat fabricado en Polonia), el Moskvitch, y algunos tipos de Fiat italianos igual introducidos en la Isla por Cittone (junto con las famosas máquinas de escribir Olivetti, los tractores Piccolino y las motos Guzzi de la policía) identificaron mientras tanto a esa clase “intermedia” conformada por funcionarios, directivos, militares de menor rango, deportistas, médicos y científicos, algunos ciertamente destacados en su profesión o actividad, aunque siempre avalados por su probada lealtad al régimen.

En primera instancia, era la fidelidad probada y jurada, certificada por el poder mediante todos sus mecanismos de control lo que decidía. Tener un auto, cuando no se trataba de un alto jefe o de un familiar de estos, pasaba incluso por una verificación en el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y, por supuesto, por una asamblea del sindicato donde se evaluaban “méritos” y “deméritos”, y donde los trabajadores luchaban entre sí con uñas y dientes hasta la sangre, tal como pelean por estos días buscando ser aprobados para una “misión”. 

Lo mismo pasaba para ganar un refrigerador, un televisor, un radio, una batidora o un fin de semana en Varadero, incluso en Guanabo; pero por un carro o una casa la batalla era más encarnizada, en tanto obtener el primero no solo se trataba de comodidad, de estar a salvo de ese transporte público que jamás ha sabido de buenos tiempos, sino de subir en estatus social a la vista del vecino para el que un automóvil “particular” era (y aún sigue siendo) indiscutiblemente una quimera.       

Hoy tener un Lada, un Moskvitch, incluso un Alfa-Romeo de aquellos color vino que prefería la élite para distinguirse, no significa lo que ayer, pero aún cayéndose a pedazos su posesión continúa marcando la diferencia con esa mayoría que se mueve a pie o a merced del almendrón, de la guagua, del bicitaxi, la Yutong o las GAZelles. Pero un auto nuevo, moderno, cero kilómetro es otra cosa, y tener los dólares suficientes para ir como cliente a ese lugar donde hasta ayer solo podían entrar los jefazos que hoy ya no compran ahí —porque lo hacen en Miami, en Madrid, en Panamá o incluso en Moscú o en Pekín— no se puede decir que sea un privilegio, pero en un país tan miserable como el nuestro eso —así como desayunar un vaso de leche— marca la diferencia, se vuelve noticia y, sobre todo, nos hace vivir la fantasía de ser “normales”.   



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