lunes, octubre 6, 2025
Cuba

Contra la inmundicia y las arbovirosis, jornada de jardinería en La Habana


En una ciudad sin agua, sin luz y cubierta de basura, las autoridades decidieron “salvar La Habana” barriendo jardines y posando para la foto.

LA HABANA, Cuba.- Mientras la ciudad de Matanzas pierde la batalla contra diversos virus que no pueden diagnosticarse debidamente por la falta de reactivos en los hospitales, llegan reportes de sintomatologías similares desde otras provincias, incluida La Habana, donde este fin de semana se llevó a cabo una presunta jornada de saneamiento protagonizada —faltaba más— por la máxima dirección del país y jóvenes que cumplen el servicio militar activo. En otra de las incontables reuniones de la plana mayor, Miguel Díaz-Canel, siguiendo la tónica del primer ministro, Manuel Marrero, habló de los problemas acumulados, pero esta vez haciendo énfasis en la capital, a la cual, según sus palabras, “han descuidado mucho”.

Descuidar es un término blando para referirse al deplorable estado de La Habana. Tan deplorable, en todos los sentidos, que difícilmente pueda encontrarse en Occidente una ciudad capital tan “descuidada” como la nuestra. Díaz-Canel reconoció los problemas con el agua, la corriente, la recogida de desechos sólidos y todo lo que tiene a los habaneros incómodos, que tampoco es el todo total, pero es la parte visible de un todo sin fondo. Mientras él hablaba, las madres de los estudiantes del preuniversitario Raúl Cepero Bonilla comentaban, preocupadas, sobre el brote de hepatitis que hay en dicho centro de estudios, presumiblemente por el consumo de agua contaminada. Los medios oficiales no han mencionado el asunto, y en la escuela no se tomaron más medidas que desconectar los bebederos y exigir a los estudiantes que lleven mascarilla, gel desinfectante para las manos y agua de su casa. Díaz-Canel se está enterando ahora de tantos “descuidos”, pero en una ciudad sin agua ni corriente, sin acceso a alimentos ni medicinas, hace mucho que la insalubridad llegó a los centros escolares y de salud.

Bajo el eslogan de “Salvar La Habana”, mientras los reclutas del servicio militar limpiaban las esquinas más asquerosas en los barrios más céntricos, los dirigentes se dedicaron a barrer hojas secas en zonas limpias, donde el barrendero de toda la vida podría haber terminado su faena en menos de una hora. En las imágenes que dan fe de la ardua labor llevada a cabo por nuestros aguerridos cuadros, se ve a Díaz-Canel, Marrero, Lis Cuesta y la ministra Betsy Díaz Velázquez dando guataca sobre césped, o metiendo hojarasca en sacos y allá atrás, en lo último de la foto, medio escondida entre los árboles, una pipa de agua potable al 100%, de esas que jamás incluyen en su hoja de ruta a los barrios marginales, hasta que la gente se pone incómoda y baja con sus cacharros vacíos a cerrar la calle, a ver si así los jardineros se enteran de que la cosa está seca. Pero los jardineros, agotados de tanto trabajar por esta Habana, posan para la foto limpiando una yerbita, siempre en la sombrita, sin peste, sin agua con mierda salpicándoles sus impecables zapatillas importadas, y una sin poder quitarse de la cabeza los imponentes basurales en cada esquina de Centro Habana y Habana Vieja, por solo citar dos municipios que generan una cantidad enorme de desechos, y en los que puede apreciarse el grado de “descuido” en que sobrevive una capital aclamada, en otra época, por su garbo e higiene.

Cada cierto tiempo, cuando la tensa situación social se acerca peligrosamente al borde de lo inmanejable, los dirigentes se lanzan a uno de estos realities para fingir que les importa y que ellos también se sacrifican. Innumerables jornadas de higienización hemos conocido desde 1959 y La Habana, como nunca antes, se halla hundida en la porquería, porque el problema no es coyuntural, sino estructural. El paripé, que ni siquiera llegó a todos los escenarios conflictivos, terminará en un par de días y la basura recuperará su señorío. Volverá el “descuido” y las protestas, que no se han detenido, se intensificarán, sea en medio de una calle o en la sede del Partido, porque la gente, más que corriente, necesita agua para no enfermar, para no morir.

Y mientras este pueblo pobrísimo paga de su bolsillo una jornada de jardinería para cuadros, con transporte y avituallamiento incluidos, la sintomatología de fiebre alta, dolores articulares, inflamación de órganos, vómitos, diarreas, rash y ganas de morirse de una puñetera vez, continúa expandiéndose a nivel nacional entre farmacias vacías, centros de salud desabastecidos y colapsados, un mercado informal donde los precios de las medicinas suben a diario, tuberías secas, oscuridad y, sobre todo, resignación, el mal principal que nos está matando.



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