viernes, noviembre 22, 2024
Cuba

“Cuando se acababan los partidos en el exterior, nuestra función era vender las cajas de tabaco”


LA HABANA, Cuba.- Una vez que me enamoré del fútbol por los años ochenta, el hambre de ver juegos lo complacía lo mismo con videos de ligas extranjeras que encaminándome a un estadio, especialmente el “Pedro Marrero”. La capital tenía un equipo donde no faltaban jugadores vistosos como Carlos González, pero a mí siempre me llamó la atención el liderazgo que ejercía su portero.

Era un moreno alto de ‘espendrú’. Se llamaba (y se llama) Fernando Griñán Rousseaux, y recuerdo que en las gradas siempre había debate en torno suyo, acaso porque se trataba de uno de esos futbolistas que portan el ADN de la polémica.

Pero más allá de toda controversia, indiscutiblemente el hombre era un porterazo. Lo probó en los campeonatos de casa, y también lo confirmó con la camiseta nacional. No por gusto clubes como el Olympique de Marsella y la Fiorentina lo tuvieron en el radar de sus aspiraciones.

Por el camino ganó el oro en los Centroamericanos de 1986, y unos años después hizo historia al convertirse en MVP de la Copa del Caribe que en 1992 dirimió su ronda decisiva en Trinidad y Tobago. Convertido en leyenda doméstica, tocó techo y en 1996, temeroso de correr la misma suerte que sus ídolos ya retirados, optó por echar el ancla en Costa Rica.

Pasaron casi tres décadas, y obviamente Griñán pudo evadir aquel destino. Hoy, con una mesura que pareciera impropia del atleta fogoso que ponía a vibrar el “Marrero”, Griñán tiene la gentileza de contestar a mis preguntas vía WhatsApp.

—¿Por qué elegiste el fútbol en un país donde el béisbol es amo y señor? ¿Y por qué la portería?

—De niño yo no tuve otra alternativa que jugar al fútbol porque soy de la Habana del Este y vivía en el edificio número 42, que quedaba precisamente frente a un terreno, y para allá se mudó una familia que trabajaba en la embajada de Cuba en Inglaterra. La familia Serrano. Ellos trajeron unos balones y ahí empezó a tomar auge el fútbol en la zona. Nosotros practicábamos y jugábamos en el terreno de enfrente. Así que la vida no me dio otra opción. Y en la portería, recuerdo que tenía como ocho años y los muchachos más grandes fueron a jugar al Liceo de Regla. Ese día no fue el portero y yo de fresco dije que podía hacerlo. Me puse ahí, no lo hice tan mal, y más nunca pude quitarme de la portería, exceptuando en algún momento en la EIDE donde sí jugué como centro delantero y defensa central. Mi vida entera ha sido la portería.

—¿Cuáles son las características esenciales de un portero?

—Yo siempre he dicho que para ser un arquero de alto nivel lo primordial es el físico. Si no cuentas con un físico fuera de lo común vas a tener muchas limitaciones. Hace falta una buena estatura y una corpulencia natural. Entonces a lo anterior hay que sumarle la otra condición indispensable, que es la agilidad. Lo demás se puede ir aprendiendo o mejorando con el tiempo. Físico y agilidad son las cosas que yo busco para poder entrenar un arquero. Y te digo, se dice por ahí que los porteros tienen que ser un poco locos y no estoy de acuerdo. Porteros locos no he visto ninguno que haya llegado al alto nivel. Los porteros son personas muy centradas que tienen que tomar decisiones en lapsos de tiempo muy breves.

—¿En qué condiciones se jugaba en la Cuba de aquellos años?

Para nadie es secreto que eran malas. Podría decir, paupérrimas. Vivíamos en albergues (muchas veces con muy malas condiciones), dormíamos en literas con unos colchones que no tenían las condiciones necesarias, el calor de los albergues te obligaba a salir a dormir en las gradas, viajábamos en guaguas Girón, jugábamos en terrenos de béisbol, la alimentación era inadecuada, había problemas con la indumentaria y el calzado deportivo, el masajista era improvisado, en fin, por donde quiera que lo mires aquello estaba mal. Pero te digo que, producto de nuestra ignorancia, para nosotros esas condiciones resultaban normales. No las sufríamos ni era una queja constante porque era lo que había y nunca habíamos visto algo diferente. Dentro de nuestra incultura futbolística, disfrutábamos lo que teníamos, la pasábamos bien y éramos una gran familia. Yo disfruté mucho los campeonatos nacionales. Me gustaba jugar en Pinar del Río, en Cienfuegos, en Villa Clara, y nunca olvidaré aquellos momentos que vivimos.

—¿Con qué uniforme te sentías más a gusto, con el de La Habana o el del Cuba?

Ciudad de La Habana era mi casa, y allí podía hacer lo que quisiera que no había ningún problema. Yo me sentía muy confiado y seguro jugando para La Habana. En cambio, en la selección hay una presión diferente, un ambiente de sofocación donde no puedes fallar. Yo creo que esa es una de las cosas que ha ido matando al fútbol cubano, que nosotros vamos a la selección y no salimos a jugar con alegría. Te hago una anécdota: en un partido internacional yo decidí poner una barrera partida (o sea, tres jugadores, un espacio en el medio y otros dos jugadores), que era una innovación mía. El hombre cobró, yo estaba en el espacio y detuve el balón. Entonces se acaba el primer tiempo y William Bennet, que fue entrenador de la selección, viene a regañarme diciendo que había que hacer lo que los entrenadores quisieran y que por qué yo era así y otra serie de cosas que provocaron una discusión bastante fuerte en el camerino. No pasó nada y con todo y eso hubo un gran problema. Por eso te digo, yo me sentía muy fuerte y seguro en Ciudad de La Habana. En la selección también, porque por algo duré allí como doce años, pero era diferente. No se jugaba relajado. Fallar era como que hubieras matado a alguien.

—Año 1992. Te eligen MVP de la Copa Shell. ¿Representó eso alguna mejoría en tus condiciones de vida?

—1992 fue mi año. En la Copa Shell en Trinidad y Tobago me convertí en el primer futbolista cubano que quedaba MVP en un torneo, y fue una experiencia que recuerdo como si hubiera pasado ayer. Me acuerdo de todo ese público gritando mi nombre y siento que esa fue mi gran medalla. Eso nadie me lo va a quitar. Ahora bien, eso no representó ningún cambio en mi vida. Es más: posiblemente incidió más negativa que positivamente, porque al comisionado José Francisco Reinoso, quien también había sido portero de la selección, no pareció gustarle mi logro personal. Creo que pensó que yo podía manchar su trayectoria como jugador. Fíjate el poco valor que se le dio a mi MVP que no salió en los periódicos. De todos modos, cuando se escriba la historia del fútbol cubano creo que en un pequeño capítulo aparecerá esa hazaña.

—Una vez declaraste que en el equipo Cuba no solo se salía a jugar fútbol, sino también a hacer negocios…

—Eso es una realidad. Nosotros salíamos de Cuba y en nuestras maletas prácticamente solo iban los uniformes de jugar, el mono deportivo y lo demás eran cajas de tabaco. Las comprábamos baratas y luego las vendíamos como a cien dólares. Hay una anécdota muy graciosa que pasó en Italia. Allá coincidimos en el Hotel Plaza con el Inter de Milán donde estaban por ejemplo Gianluca Pagliuca, Nicola Berti y Paul Ince. Todos los tabacos se los vendimos a los jugadores del Inter y cuando fuimos a comer coincidimos con ellos en el restaurante. Al terminar, todos empezaron a fumar sus tabacos y el entrenador de nosotros, que no sabía nada de lo sucedido, nos decía “¿vieron cómo gusta el tabaco cubano en todo el mundo?”. El problema es que en Cuba nos daban muy poco para el viaje y nosotros teníamos necesidades, familiares, hijos, esposas, y había que resolver lo más que se pudiera. Era un riesgo, porque podían cogerte y hasta hubo jugadores castigados por esas cosas, pero había que correrlo. Cuando se acababan los partidos o los entrenamientos en el exterior, nuestra función era vender las cajas de tabaco.

—¿Por qué en tu etapa activa nunca pudiste dar el salto hacia las ligas europeas? ¿Qué o quién lo impidió?

—Yo tuve varias ofertas para jugar en ligas extranjeras cuando estuvimos en Europa y en la referida Copa Shell. Cuando jugamos en Italia tuve un partido contra la Fiorentina tras el cual ellos hicieron una petición formal para que yo pudiera quedarme en el club, pero todo quedó en conversaciones. También vinieron a Cuba unos representantes del Olympique de Marsella y hablaron conmigo, me vieron entrenar en la Ciudad Deportiva y hasta tomaron fotos. Pero siempre todo llegaba al INDER y allí se moría. Después de que me quedé en Costa Rica intenté jugar en ese país, pero Cuba nunca permitió que yo jugara al no mandar la famosa la carta de liberación.

—Cuéntame alguna anécdota que nunca olvides de tu paso por el fútbol.

Son muchas, unas positivas y otras negativas, que desgraciadamente son las que más impacto hacen en las personas. De las primeras puedo decir que tuve la posibilidad de darle la mano a Pelé, rendir un gran partido contra la Fiorentina y conocer a Batistuta, Rui Costa y Fernando Couto. De las negativas, creo que soy el único futbolista cubano que después de un partido de fútbol acabó siendo arrestado. Fue en Cienfuegos, y estuve todo un día metido en un calabozo. Hasta me hicieron juicio porque presuntamente yo iba a agredir a un policía y todo fue mentira. Al final no hubo pruebas y me absolvieron, pero de todos modos recibí una suspensión de siete meses. Todo aquello fue una orquestación, y la gente sabe bien que detrás de eso estuvo el Comisionado Nacional. Son cosas que ya pasaron, que se han ido superando pero quedan en mi memoria y mis recuerdos.

—¿Cuándo y por qué emigraste? ¿Dónde viviste y a qué te dedicaste a partir de entonces? ¿Qué haces hoy?

—La verdad, yo nunca tuve problemas políticos en Cuba: mi pensamiento político se desarrolló después de haber salido de allá. Yo me quedé en Costa Rica porque sabía que mi vida deportiva estaba llegando a su fin, tenía 32 o 33 años y Odelín Molina venía muy fuerte y competir con él se me hacía difícil. También vi a los grandes atletas que se retiraron antes que yo (Dagoberto Lara, Andrés Roldán, Carlos Loredo…) que después de tres o cuatro años lejos de las canchas se veían en unas condiciones poco estimulantes, y me dije que eso no era para mí. Pensé en mis hijos, que para entonces ya tenía dos, y no quise que pasaran por las carencias que se pasaba en Cuba. Todo eso se juntó para motivarme a irme. Eso, y las conversaciones con ciertas personas que me abrieron la mente al decirme que aquel iba a ser mi último viaje porque iban a sacarme de la selección. Me sentía en condiciones de jugar por lo menos cuatro o cinco años más pero ellos ya habían tomado la decisión. Gracias a Dios se me alumbró el bombillo y me quedé en Costa Rica en medio de la mayor incertidumbre. Pero mirando atrás, creo que fue la mejor decisión que he tomado en la vida. Y no pude jugar como profesional pero me desarrollé mucho en el fútbol costarricense, donde dirigí niños, Segunda División, equipos universitarios con buenos y malos resultados… Costa Rica me acogió como mi segunda patria, e igual estoy contento con lo que hago ahora en Estados Unidos. Aquí trabajo en una escuela primaria como profesor de Educación Física y en las tardes, con la reserva de un equipo que juega en lo que se llama la Segunda División, San Antonio FC. Trabajo con sus ligas menores como entrenador de porteros y algunas veces incluso he dirigido algunos de los equipos que ellos tienen. He echado raíces por acá, estoy con mi familia y me siento realizado. Lo que queda es esperar la voluntad de Dios y, como te dije, seguir defendiendo a la selección cubana donde quiera que esté.

—Fuiste de los pocos optimistas con respecto a la reciente clasificación cubana al Mundial Sub-20. ¿Qué argumentos te movían a pensar así?

—Por lo general soy una persona bastante optimista, pero lo que más me movió a defender públicamente esa posibilidad es un gran defecto (o una gran virtud) que yo tengo, y es que hay cosas en la vida que las amo a muerte: mi barrio de Habana del Este, mi equipo Ciudad de La Habana, mi país, y cuando hay cosas que se mueven contra eso me hieren la sensibilidad. Las selecciones de fútbol de Cuba yo las siento mías porque viví muchos años en ellas. Entonces me cae muy mal que personas que no jugaron al fútbol, o que fueron futbolistas frustrados, o que no hicieron selección ni destacaron en el fútbol cubano, se dediquen a criticar casi con odio al equipo y sus jugadores. Yo vi a la Sub-20 jugar ese primer partido que acabó en empate y le vi muy buenas cosas, me pareció que podía triunfar y me enfrenté a las personas que la estaban censurando. Es como un rechazo visceral que hay contra todo lo que tenga que ver con el fútbol cubano. No se dan cuenta de que critican a Cuba como si fuera Brasil, y quieren que Cuba juegue un fútbol que no tiene ni nunca ha tenido. Todos tenemos derecho de criticar lo que nos dé la gana, pero me parece que a la selección nacional de fútbol hay que tomarla con pinzas. Y por eso me alegró más aún la clasificación del equipo Sub-20, porque de paso calló bocas.

En tus redes sociales eres muy activo, y frecuentemente lanzas dardos contra esos que llamas “criticones” del fútbol nacional…

—Son super estudiosos y super directores técnicos que, como te dije, o nunca jugaron al fútbol o no llegaron a tener calidad suficiente para destacar. Entonces ahora es muy fácil atacar lo que ellos no lograron en el tiempo que les tocó. Yo creo que deberían callarse la boca. Esa es mi opinión y te repito que siempre estaré defendiendo a la selección cubana porque me siento parte de ella todavía.

Vamos a un caso hipotético: si mañana fueras el comisionado nacional de fútbol, ¿cuáles son las primeras medidas que tomarías?

—Actualmente todos los dirigentes del fútbol cubano están atados de pies y manos porque tienen que regirse por las directrices del INDER y el gobierno. Por muy buenas ideas que pudieran querer implementar, es imposible. Ahora bien, en un futuro, si en Cuba hubiera un cambio político y yo fuera ese comisionado, invertiría el dinero que llega de la FIFA (son millones pero no sé exactamente la cifra) en la infraestructura, en terrenos, en las localidades, en implementos deportivos… Trabajaría mucho en la base para después desarrollar un torneo profesional donde se jugarían muchos partidos al año y no solamente a nivel mayor, sino a nivel de los niños. Fomentaría la masividad pero desde el punto de vista de los clubes, para que el niño desde los primeros años sienta una identidad profesional.

¿Dónde radica el mayor problema del fútbol cubano?

—Eso da para una larga lista, pero trataré de resumirte. Ante todo, acá siempre tuvimos problemas técnico-tácticos, pero tratábamos de suplirlos con la condición física. Y ese aspecto ha decrecido grandemente. En mi época teníamos resuelto eso: éramos todos altos y fuertes, y podíamos correr los noventa minutos con una facilidad espantosa. Otro gran hándicap es la inexistencia del torneo de reserva, donde se jugaba el año entero. Éramos los juveniles, y si tocaba juego entre Ciudad de La Habana y Villa Clara, antes de ese choque se enfrentaban las reservas de ambos equipos. Y también hay que mirar a las carencias organizativas, los terrenos de juego, las indumentarias… Lo único que existe es el deseo, la disponibilidad y la entrega que tiene el futbolista nacional: de ahí en fuera todo lo que tiene el fútbol cubano son necesidades.

De los porteros que te ha tocado ver, ¿cuáles son los que más te han impresionado?

—Oliver Kahn. Para mí es uno de los mejores porteros de todos los tiempos; no es mi ídolo pero sí el arquero que más me ha gustado ver bajo los tres palos. También me ha gustado mucho Keylor Navas. Y aunque pudiera parecer irrisorio, entre los guardametas que vi jugar que más me han llamado la atención está Noel Argüelles, un monstruo de la portería cubana. Lo vi en las giras que hacíamos por Europa y en otros escenarios, y sus intervenciones eran destacadísimas.

¿A quiénes incluyes en el Top 5 de porteros cubanos?

—Si es por participación internacional, hay que mencionar a Reinoso, Hugo Madera, Eugenio Ruiz, Odelín Molina y quizás Alexis Revé. Pero yo vi porteros de una calidad impresionante que sus nombres tal vez no suenen tan conocidos y jugaron a un nivel formidable. Empiezo como ya dije por Argüelles, y sigo con Ernesto Suárez Cárdenas, Noel León, Máximo Iznaga, Esteban Martínez, Lázaro Joel Sánchez, el guantanamero Conte, Elio Sánchez, y en algún espacio por ahí ojalá pueda poner a Fernando Griñán, que debiera tener su lugarcito, no sé si más arriba o más abajo, pero un lugarcito que se ganó con el esfuerzo y la dedicación que siempre puso.



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