domingo, marzo 9, 2025
Cuba

Cubano viendo ‘Emilia Pérez’, en México


CDMX, México. – Incluso antes de ver Emilia Pérez, pero aun más después de verla, en México hablo poco del “narcomusical” del cineasta francés Jacques Audiard. Ya sabía, antes de sentarme en el cine las dos horas y 10 minutos que dura la película, que ser parte de la fanaticada de Emilia Pérez ―aun sin otorgarle calificación perfecta―, no sería bien visto. Y decirlo menos.

Es así que, cada vez que viene al caso hablar de la película, lo primero que digo es que no soy mexicano, sino cubano, y que por eso y pese a la empatía, quizás no logre comprender lo que tanto molesta del filme en México. (Si en vez de Emilia Pérez fuera una película que transcurre en Cuba pero fue filmada en Francia, con una protagonista llamada, digamos, Gloria García, una represora al servicio de la dictadura, ¿no tendría yo reparos, como los tienen los mexicanos por Emilia Pérez?).

Justo su principal crítica ―la de frivolizar el mundo del narcotráfico o tratar de manera superficial un tema tan doloroso como el de las decenas de miles de desaparecidos que hay en México― es de las más sustanciosas. Pero que se critique al filme por su género (musical) poco se sostiene: cualquier tema puede ser tratado en cualquier género, con mayor o menor acierto.

Cuando se ha criticado el acento de Selena Gomez (que no pocas veces), solo me cabe preguntarme si he visto yo la misma película. Gomez interpreta a la esposa gringa del narco Manitas, y no sabe bien, o sabe poco, español. Si la actriz hubiera hablado mejor la lengua de Cervantes, probablemente se le hubiera podido pedir que tuviera una pronunciación deficiente (como, de hecho, la tiene en la película). Otra cosa es, eso sí, las palabras que usa y que no son comunes o ni siquiera habituales en la jerga mexicana (“vulva” en lugar de “panocha”, por ejemplo), pero, a riesgo de parecer ―o ser― abogado del diablo, he escuchado a varias personas no hispanoparlantes que, cuando están aprendiendo español, usan términos imprecisos, poco habituales o incluso incorrectos para decir mal lo que quieren decir bien.

Otras de las principales críticas a Emilia Pérez proviene de la propia comunidad LGBTIQ+. La Alianza de Gays y Lesbianas contra la difamación (GLAAD, por sus siglas en inglés) ha dicho que la película proyecta “una representación profundamente retrógrada de una mujer trans”. La mayoría de los críticos trans de cine han coincidido. Incluso, la realizadora de contenido mexicana Camila Aurora, también una mujer trans, filmó y lanzó el corto Johanne Sacreblu, que pone en la mirilla los estereotipos reflejados en la película, sobre todo respecto a la cultura mexicana.

Y otra vez heme aquí siendo abogado del diablo, pero no negando la razón de las críticas, sino, intercalando otra lectura posible: hay un momento en el filme, justo después de la cirugía de afirmación de género, cuando el personaje de Emilia Pérez se presenta: “Emilia Pérez, señora Emilia Pérez”. Y basta el término “señora” para comprender el modelo de género (en este caso feminidad) por el que optó el personaje. 

Aparentemente, Emilia Pérez no deseaba ser una persona queer o de género fluido (lo que, sin dudas, habría catapultado la película a otros niveles): según nos cuenta el propio filme, el personaje había deseado, toda su vida, ser una “señora”. Y como tal, se realiza. Se puede ir contra el modelo de género representado en ese término, por rancio o retrógrado, pero no se le puede negar al personaje, como a ninguna persona en la realidad extracinematográfica, la realización de su proyecto ideal de género. Y nos compete también a nosotros, personas LGBTIQ+, creo yo, estar en la vanguardia de quienes luchan por que cada una, uno, une, pueda “realizarse”.

¿Que unos modelos son más progresistas que otros? Posiblemente. Pero esa pregunta y muchas de sus respuestas nos llevarían a plantear, por ejemplo, la superioridad de unas identidades de género por encima de otras, e impondrían la dictadura del así-es-como-está-bien-ser-y-del-otro-modo-no. 

Con respecto al género, hay más que podría lastrar la película: la vinculación del personaje antes de su cirugía ―el capo Manitas― con unos valores casi diametralmente opuestos a los de la señora Emilia Pérez. La segunda intenta enmendar lo que el primero provocó, una dicotomía que atribuye al hombre valores negativos y a la mujer positivos, probablemente una de los más antiguos estereotipos de género. Esa es, entre otras críticas ―como la casi nula participación de talento mexicano en la película―, lo que no me permite entregarme al placer sin culpa de ver y disfrutar Emilia Pérez.

Habría que apuntar cómo también el filme es recibido de manera diferente por personas cisgénero, heterosexuales y quizá menos enteradas de las diferencias entre sexo, identidad de género, deseo y práctica sexual. Muchos a los que he preguntado no entienden que, después de su cirugía de afirmación de género, Emilia Pérez siga teniendo como objeto de deseo a otra mujer, que sea, en definitiva, una mujer trans lesbiana. Y esa ruptura de la “matriz de inteligibilidad cultural” descrita hace tiempo ya por Judith Butler sería un punto a favor del “narcomusical” de Audiard, al que, dígase de una vez, no le faltan valores artísticos.

Y aquí me he limitado a hablar de la obra cinematográfica y no de las muchas polémicas que la rodean, empezando por la falta de investigación del contexto mexicano reconocida por el propio Audiard, pasando por las declaraciones de Carla Hool, directora de casting del filme, sobre la supuesta falta de talento mexicano y terminando en las antiguas publicaciones de Karla Sofía Gascón, la actriz que interpreta a Emilia Pérez. Todas esas, y más, conllevaron, en parte, a la recepción que ha tenido la película en esta parte del mundo. No se podía esperar algo diferente, tratándose de una película cuyo centro es un personaje trans interpretado por una actriz trans.

Sin dejar de atender todas las críticas, y con cierto placer culposo ―que dicen que es mejor, yo no sé― sigo “subiendo al abismo, bajando al cielo, flotando en el limbo” cada vez que empieza a sonar Fierro viejo.



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