Deportados cubanos: ¿el régimen se olvidó?
LA HABANA, Cuba. – Es importante disponer de una memoria buena, de una memoria que sea fresca en cada día y que no sufra alteraciones, que no se estanque en devaneos, que sea plena en la hora crucial de las evocaciones. Es bueno que la memoria sea precisa y tan exacta como las matemáticas. Lo mejor, lo más dichoso, sería tener una buena retentiva, una memoria como la de aquel “Funes el memorioso” que salió de una cabeza tan admirable como la de Jorge Luis Borges.
Funes, aquel que trazara Borges, tenía una gran memoria, y eso es útil, y es tan útil que hasta podría provocar la envidia a los muchos desmemoriados que pululan por la tierra. Resulta muy ventajoso disponer de conocimientos que vienen del pasado convertidos en memoria, en una memoria que hasta podría despertar la envidia, incluso rabia, a los desmemoriados que en el mundo son, esos que no recuerdan, esos que esconden los recuerdos bajo siete llaves.
Y la memoria también puede enfermar, y hasta morir, o ser sustraída, pero también, y en no pocas ocasiones, podría fijarse en eso a lo que algunos llaman retentiva, y evocación, que también es memoria, y permanece, y se conserva durante mucho tiempo, incluso en esos instantes en los que comienza la muerte, en esa muerte que no pocos asocian con el olvido y, por supuesto, con la desaparición de todo lo guardado en la memoria.
Y si me empeño en hablar de la memoria, si armo este discurso que podría ser calificado de caótico, y también triste, y hasta delirante, es porque vivo en un país donde la desmemoria ha ganado un reino que ya va ocupando casi todos los espacios; unos espacios que ya consiguieron ser el centro, y también esos otros espacios que sobreviven en los márgenes.
Y si me he metido en “esta frecuencia”, si armo esta alharaca, es por las reacciones que se han ido despertando tras algunas de las decisiones de Donald Trump, el presidente de Estados Unidos. Trump aprobó, hace apenas unos días, un paquete de medidas, pero quizá la más sonada de entre todas ellas, la más controversial, al menos en este pedazo del mundo en el que vivo, son las muchas deportaciones de quienes no tienen un estatus legal, de quienes no tienen “papeles” en ese país del norte, y que podrían ser llevados a Guantánamo.
Y resulta más curioso aún, muchísimo más alarmante, y hasta ridículo, el enfado que muestran los comunistas cubanos, esos a los que les ha dado por reprobar, criticar, esas nuevas medidas de la Administración estdounidense. Los comunistas se han mostrado muy ofendidos, iracundos; y tan insultados están que hasta pareciera que ese paquete de medidas les hizo perder la memoria por alguna contaminación en su “base de datos”.
Y es que los comunistas suelen olvidar, y nosotros recordamos. Ahora mismo me vienen a la cabeza las tantísimas redadas policiales que se hacían cada día en La Habana para cazar “orientales” llegados desde Guantánamo, desde Holguín, desde Las Tunas, y de un etcétera larguísimo. Yo recuerdo muy bien las muchas deportaciones que sufrieron esos jóvenes hambreados que vivían en Guantánamo, muy cerquita de ese enclave al que ahora el Gobierno de Estados Unidos envía a inmigrantes irregulares.
Recuerdo muy bien las deportaciones de todos aquellos que no pudieron confirmar, “carné de identidad en mano”, una residencia en La Habana, en esa Habana a la que el discurso oficial se atreve a llamar “la capital de todos los cubanos”. Recuerdo a esos jóvenes hambreados que cargaban un brevísimo jolongo en el que guardaban todo lo que tenían, y así, con lo único que tenían, fueron deportados, pero recuerdo esos andares pesarosos por las calles, sus noches bajo la luna, y hasta sus hambres, pero sobre todo los sueños de conseguir una vida mejor que esa que tenían en intrincados parajes alejados de la capital.
Y sería muy bueno recordar para enfrentar, para contrarrestar, las tantas, y descaradas quejumbres del gobierno comunista que implantara Fidel Castro. Y así se hace más importante la memoria y más grande la posibilidad de disponer de esas memorias. Ahí están la tristeza y los recuerdos, las huellas de las redadas, de las deportaciones, y de los insilios.
Será bueno entonces, muy bueno, que dispongamos de una buena memoria y de todas las huellas que ella fijara en el tiempo. Sería bueno pensar, y hacer notar, en todos sus detalles, las tantas deportaciones de aquellos ciudadanos que solo parecían serlo en esos puntos de la geografía en los que habían nacido, y en los que deberían permanecer hasta ser enterrados.
Es bueno poner el pensamiento en la más oriental de las provincias, en esa que es el enclave de la Base Naval de Guantánamo, esa base a la que irán a parar un sinfín de indocumentados que no tienen un estatus legal en Estados Unidos; y de eso se queja el Gobierno cubano, ese gobierno que ni siquiera permitía, a sus nacionales, el movimiento por el país, y hasta les exigía “residencia transitoria”, una tarjetita blanca que los “extranjeros”, esos que no eran habaneros, debían mostrar a las autoridades migratorias, perdón, a las autoridades policiales.
Y es curioso que muchos de los que soñaron con una estancia tranquila, y sin sobresaltos en la capital se convirtieran luego en policías, solo para justificar esas estancias en La Habana, en esa ciudad en la que podían ganar algo de dinero. Y lo mejor sería que los comunistas se quedaran calladitos; y así no habría que sacar al sol sus trapos sucios, esos que hablan de redadas, de detenciones, deportaciones, y de otros bichos.
La memoria de esas deportaciones de los cubanos en su propio país persistirá. La memoria quedará en ese receptáculo de acontecimientos, en ese vientre del alma, al que se refiriera San Agustín. Ellos deportaron antes, y ahora deberían quedarse en silencio. Ellos deberían disimular, aparentar que no están enterados, y quedarse mudos, porque quizá calladitos consigan verse más bonitos.