Edmundo González Urrutia en su laberinto
LA HABANA, Cuba.- No siento especial predilección por ver los programas de la emisora chavista TeleSur. Por supuesto que, más que como un medio informativo, merece ser catalogada como un instrumento de agitación y propaganda comunista. Dicho eso, hay que reconocer que, en ocasiones, sus noticiarios son algo menos tendenciosos que los de la Televisión Cubana, lo cual es mucho decir…
Este miércoles, viendo la dichosa TeleSur, me enteré de la noticia del día: la divulgación de un escrito suscrito por Edmundo González Urrutia, candidato opositor que, de conformidad con las únicas actas publicadas, triunfó en las recientes elecciones presidenciales de Venezuela. Según aquel papel, el político, ahora exiliado en Madrid, habría reconocido con su firma la legitimidad de la sentencia del Tribunal Supremo que ratificó la supuesta victoria de Nicolás Maduro en esos comicios.
El abogado del político opositor negó la autenticidad de la firma. Pero el mismo don Edmundo se encargó de desmentirlo: “Hubo horas muy tensas de coacción, chantaje y presiones”, declaró este último; y continuó: “En esos momentos consideré que podía ser más útil libre que encerrado e imposibilitado”.
Para justificar su aceptación y firma del papel presentado a él por los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, altos cargos del régimen chavista, el señor González Urrutia, en un video divulgado por las redes sociales, argumentó: “Un documento producido bajo coacción está viciado de nulidad absoluta por un vicio grave en el consentimiento”.
Más allá de argumentos o subterfugios legales, creo que esta situación resulta en extremo lamentable. Y es necesario reconocerlo sin ambages. Al menos yo no tengo empacho en hacerlo. Máxime cuando la firma vergonzante no se estampó en —digamos— una mazmorra del tenebroso Helicoide, entre una y otra sesión de tortura chavista. No, eso sucedió en el ambiente acogedor de la Embajada Española en Caracas.
Esta situación actual se suma al hecho mismo de haberse marchado don Edmundo del país hace poco más de una semana. Algunos lo criticaron por haberlo hecho. Este cronista eludió hacerlo. Como sugerí en un trabajo publicado en este mismo diario el pasado martes 10, el candidato triunfador, en enero, puede tomar posesión del cargo para el que fue legítimamente electo, y estando en el extranjero, a ese acto pueden concurrir altos funcionarios de países democráticos que decidan asumir esa digna posición (algo que sería muy positivo, pero resultaría imposible en la misma Venezuela).
#Comunicado a los venezolanos para informarles toda la verdad de lo que ocurrió con mi salida de Venezuela pic.twitter.com/SULvChfo9n
— Edmundo González (@EdmundoGU) September 18, 2024
La publicación de la malhadada carta presenta otro aspecto lamentable. Al parecer, González Urrutia concertó con sus interlocutores chavistas una especie de “pacto de caballeros”, consistente en no dar publicidad al documento. Como nada hay de caballeresco en los hermanos Rodríguez, estos aprovecharon el primer pretexto que se presentó para divulgar la carta.
Ahora el presidente de la Asamblea Nacional chavista amenaza a Edmundo Rodríguez. Según publica Maduradas, “le dio 24 horas para que ‘desmienta’ las denuncias de coacción para firmar el documento”. De no hacerlo, expresó Jorge Rodríguez, “voy a mostrar las pruebas de las conversaciones que usted y yo sostuvimos cara a cara”. Como se diría en el argot beisbolero, “la bola pica y se extiende”.
Todas estas circunstancias lamentabilísimas me hacen recordar unas vivencias que siguieron a mi estancia de años en la cárcel de Agüica, Matanzas, durante la prisión política motivada por la emisión del documento La Patria es de Todos. Aclaro que no pretendo que la conducta que observé deba servir de ejemplo a otros (y mucho menos al Presidente Electo de Venezuela); simplemente se trata de algunas posturas que incluso un preso puede adoptar ante los represores de la dictadura.
Los policías políticos que me sacaron de Agüica, me trasladaron a una casa de visitas ubicada en los alrededores de La Habana. El cambio fue tremendo y muy grato para mí. Pasé de un destacamento atestado de literas a un cuarto unipersonal con baño individual, cama con colchón de espuma de goma y aire acondicionado. En vez de deglutir el repulsivo rancho carcelario en antihigiénicas bandejas de aluminio, pasé a hacerlo en una mesa con mantel y vajilla de porcelana…
También mejoraron —¡y de qué manera!— los alimentos. En una ocasión me preguntaron qué deseaba yo comer. Una vez aclarado que la pregunta era en serio, les contesté: “Langosta”… y al cabo de un par de días pude degustar, en efecto, el exquisito crustáceo… Mi enfoque de la situación era harto sencillo: yo estaba preso y mi alimentación era responsabilidad de mis carceleros. Si en lugar de un sancocho inmetible me suministraban un delicioso marisco… yo, encantado.
También hubo invitaciones a consumir bebidas alcohólicas, pero en eso decidí no transigir. Aduje haber hecho una promesa de no beber mientras estuviera preso. Comer sentado a una bien surtida mesa con los “segurosos” que “me atendían” era una cosa. Entregarme con ellos a una tomadera desenfrenada era otra bien distinta. Y conste que quienes me conocen saben que no soy nada reacio a realizar libaciones (con personas amigas, claro).
Al cabo de unos días se puso en claro qué pretendían mis custodios: convertirme en agente suyo. Como primer paso, me invitaron a escoger un sobrenombre por el cual yo podría comunicarme con ellos. “¿Pero qué tipo de conversaciones pretenden que yo tenga con ustedes!”, les pregunté. ¿“Aló, Neptuno; aquí está Plutón”? “No, conmigo no cuenten para eso”. Unas horas más tarde fui trasladado para un campamento “normal”.
Al ser puesto en libertad algunos meses después, lo primero que hice fue alertar a todos mis amigos acerca de mi estancia en la dichosa “casa de visitas”. Como conozco a los castristas, presumí que las comidas realizadas en ella habían sido filmadas para, en caso necesario, utilizar esas vistas como instrumento de chantaje y calumnia. Como se dice en buen “cubano”: “puse el parche antes de que saliera el grano”.
Creo que bien hubiera hecho González Urrutia si hubiera actuado de una manera análoga. Cuando le dijeron “firme o aténgase a las consecuencias”, estimo que habría hecho muy bien si hubiese contestado: “Me atengo a las consecuencias”. Pero, ya que accedió a suscribir la lamentable carta, bien que hubiera podido, al llegar a Madrid, dar a conocer lo sucedido y dar su versión de los hechos. Por desgracia, optó por no hacerlo.
De todos modos, la situación existente es bien clara: Más allá de cualquier decepción que los observadores internacionales (o —sobre todo— los venezolanos que le dieron su voto mayoritario) sientan por la conducta de don Edmundo, él es el legítimo Presidente Electo de la Patria del Libertador. Y quien ha encabezado esta lucha contra la dictadura chavista y consiguió los votos, María Corina Machado, permanece en Venezuela y sigue al frente de sus compatriotas democráticos.