viernes, noviembre 7, 2025
Cuba

El cirujano que se lanzó al mar y terminó levantando un imperio de salud


Tenía 26 años cuando se montó en una embarcación de 19 pies donde viajaban 22 personas. Dicen que quien se lanza al mar no sabe si va a llegar. Él tampoco lo sabía.

MIAMI.-Joel Hernández nació en Santo Domingo, un pequeño municipio de Villa Clara donde todo el mundo se conocía y la infancia transcurría entre calles tranquilas y vecinos que se trataban como familia. Creció en un hogar bautista, con una fe que venía de sus abuelos y bisabuelos. Esa herencia espiritual, sin embargo, lo marcó desde temprano.

En la escuela, recuerda bien el primer día de clases: “Los niños que van a la iglesia, levanten la mano.”
Era una frase rutinaria para los maestros, pero para él significaba quedar expuesto, señalado. No entendía por qué tener una creencia lo convertía en algo distinto del resto.

Tras terminar el preuniversitario se mudó a Santa Clara para estudiar Medicina. Mantuvo promedios altos —algo que incomodaba a algunos militantes de la UJC, incapaces de aceptar que un joven religioso fuera de los mejores del escalafón—, pero Joel siguió adelante y obtuvo una plaza directa para especializarse en cirugía general.

Su primer destino fue Sagua la Grande. Allí encontró algo que no esperaba: profesores que lo apoyaron sin prejuicios y compañeros que se convirtieron en amigos de por vida. Ese municipio costero, además, sería clave en su futuro. Entre pacientes, guardias y amistades nuevas, Joel empezó a escuchar historias de gente que se lanzaba al mar para irse del país. Cada día, al llegar al hospital, alguien comentaba: “¿Supiste quién se fue anoche?” .

Al regresar a Santa Clara para culminar la especialidad encontró un ambiente distinto: rivalidades, pugnas ideológicas, arbitrariedades en la gestión del hospital. Allí comenzó a pensar, por primera vez, en marcharse de Cuba. El contraste con la vida en Sagua —donde había trabajado con libertad y respeto— lo llevó a una decisión que nunca había imaginado: irse al mar.

Tenía 26 años cuando se montó en una embarcación de 19 pies donde viajaban 22 personas. Dicen que quien se lanza al mar no sabe si va a llegar. Él tampoco lo sabía.

Fueron tres días navegando, seguidos de otros tres esperando en un cayo tras ser localizados por Hermanos al Rescate. El 11 de marzo de 1994, de madrugada, llegó a Cayo Hueso. Todo lo que imaginaba sobre Estados Unidos se deshizo al tocar tierra. La realidad era distinta, más dura, más solitaria.

El inicio fue difícil: sin familia, sin inglés, sin certificaciones y sin garantías. Pero tuvo algo a favor: su formación. Su primer empleo fue como asistente de cirugía. Aun así, el camino para revalidar sus títulos fue largo y lleno de obstáculos. Cuba demoró más de un año en certificar que realmente había estudiado medicina. Cuando por fin llegó la carta, su examen de inglés había expirado y las reglas habían cambiado. Perdió casi otro año más.

Finalmente obtuvo la certificación en 2001. Entonces vino otro golpe: directores de programas de cirugía le advirtieron que casi nadie aceptaría a un extranjero ya entrenado como cirujano porque sería “demasiado avanzado” para el primer año. Joel no se rindió. Redirigió su camino hacia la medicina familiar y consiguió una plaza de residencia en Montgomery, Alabama.

Una nueva vida

Tras completar la residencia se especializó en medicina de emergencia, un entorno dinámico que lo apasiona hasta hoy. Luego llegó la pandemia y, con ella, un periodo de pausa obligada que él convirtió en oportunidad: estudios de terapias endovenosas, control de peso, armonización facial, botox, rellenos… incluso un máster en educación médica que luego re-certificó en Harvard.

Al reunir todos esos conocimientos nació una idea que transformaría su futuro: abrir su propio centro médico.

Así surgió Fortress Wellness Center, una práctica familiar enfocada en medicina primaria con un enfoque holístico. Joel y su equipo trabajan desde la prevención: nutrición, ejercicio, hábitos de vida, control de enfermedades crónicas y terapias complementarias que buscan disminuir la dependencia de los medicamentos.

Fortress Wellness Center. Foto: CubaNet

El proyecto creció rápido en Miami. La publicidad ayudó, pero la clave fue la recomendación de los propios pacientes. Muchos llegan buscando un servicio estético o un programa de control de peso, pero terminan quedándose como pacientes primarios y trayendo a sus familiares. En pocos meses, el número de personas atendidas se triplicó.

Para Joel, el centro es más que una oficina: es un pedazo de su pueblo. La mayoría de los pacientes provienen de su misma provincia; muchos lo conocen desde Cuba. Eso ha convertido el consultorio en una extensión de su casa, un espacio donde se mezclan la medicina, la memoria y la comunidad.

Hoy equilibra —como puede— las guardias en el hospital, la vida familiar y la dirección de la clínica. “Hacemos malabares”, dice, pero lo dice con satisfacción. Porque cada logro tiene detrás el peso de todo lo que dejó y de todo lo que reconstruyó.

Si se hubiera quedado en Cuba, cree que viviría frustrado. Seguiría siendo cirujano, sí, pero atrapado en las carencias, las presiones y la falta de horizontes. En cambio, en Estados Unidos logró lo que nunca imaginó cuando levantaba la mano, tímido, en aquel salón de clases: construir su propio camino, crear un proyecto médico propio y devolver a otros —desde la salud— un poco de todo lo que él tuvo que luchar para alcanzar.

Joel Hernández. (Foto: CubaNet)



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