lunes, diciembre 23, 2024
Economía

el dato que alivia al Banco Central



Ahora es oficial: las propias estadísticas oficiales indican que los argentinos están usando los «dólares del colchón» en vez de pedírselos al Banco Central.

En el último informe cambiario, el BCRA incluyó una inusual aclaración, al informar sobre el crecimiento del déficit en el rubro servicios, que la mitad de los consumos con tarjeta de crédito hechos en el exterior «son posteriormente cancelados de forma directa por los clientes con fondos propios en moneda extranjera, lo que reduce el impacto deficitario de estos consumos en el mercado de cambios y en las reservas internacionales».

Fue un dato que pasó algo inadvertido en medio de las celebraciones que ha hecho el gobierno, ante datos positivos de mayor «rating», como la caída del dólar paralelo, la baja del riesgo país, la confirmación de inversiones en el esquema RIGI o la recuperación de la actividad en algunos sectores.

Sin embargo, este dato sobre el «desahorro» en dólares que están haciendo los argentinos es, tal vez, el más importante para el plan económico: desde el punto de vista del gobierno, resulta uno de los argumentos centrales para discutir el argumento de que hay retraso cambiario. Y, además, sirve para relativizar uno de los indicadores que los economistas suelen señalar como el que entraña mayor peligro en todo plan de estabilización: el déficit de la cuenta corriente -que mide la diferencia entre los dólares que entran y los que salen de la economía-.

La inflación lastima, pero el déficit mata

Los economistas suelen recordar una célebre frase acuñada por el prestigioso ex ministro brasileño Mario Henrique Simonsen: «la inflación lastima, pero la balanza de pagos mata». Y no es casual que en Argentina ese déficit genere preocupación: la historia reciente muestra que cada gran devaluación vino precedida por un aumento acelerado en ese rojo.

Es, además, algo que ha ocurrido en gobiernos de todos los signos ideológicos: desde comienzos de los años 80, cuando se rompió la «tablita cambiaria» tras un déficit récord de 6% del PBI, pasando por la crisis del plan Austral que derivó en la hiperinflación de 1989 -con un previo déficit de cuenta corriente de 4%- y por el colapso de la convertibilidad -anticipado por el déficit de 4,8% en 1998.

Ya en este siglo, la llegada del cepo de Cristina Kirchner coincidió con la pérdida del superávit en 2010, y luego el daño del déficit de cuenta corriente se evidenció en toda su intensidad en 2018, cuando un rojo de 5,2% del PBI llevó a la devaluación y al salvataje del FMI. Y, finalmente, cuando asumió Javier Milei se encontró con un déficit de u$s21.000 millones, equivalente a un 3,3% del PBI

¿Qué pasa ahora?: si bien los números no son -todavía- indicadores de una crisis, la tendencia es preocupante: desde junio, cuando se produjo el cambio de tendencia, el rojo no ha hecho más que agrandarse: de los u$s223 millones de junio a los u$s1.588 de octubre, todo el segundo semestre ha sido deficitario.

Lo peor es que las perspectivas para 2025 no indican una mejora, sino todo lo contrario. Los canales de ingreso de dólares están en duda, por la caída en los precios de las materias primas, mientras que las vías de «fuga» de divisas tienden a acelerarse por las medidas que facilitan las importaciones, tanto las de empresas como las de individuos.

Los hinchas brasileños ya no rompen billetes

Un rubro fundamental en cada situación de crisis ha sido el del turismo emisivo. El gusto de los argentinos por vacacionar en el exterior, sumado a una situación de atraso cambiario, puede dar un resultado explosivo. Así, la historia reciente está repleta de episodios en los que el turismo se unió al consumo en los legendarios tours de compras a Chile, Paraguay o Miami.

En los últimos días, ha habido pruebas sobradas de que esos tiempos están volviendo, luego de un 2023 en que se dio la situación inusual de que fueran los países vecinos los que llegaran a consumir en Argentina. Pero la revaluación del peso ha sido rápida, y justo coincidió con la incipiente devaluación ocurrida en el resto de la región.

Nadie sabe mejor de este tema que los hinchas del fútbol brasileño: antes, cuando venían a Buenos Aires, llamaban la atención por su gesto despectivo de romper los billetes de $1.000 frente a la cara de la hinchada rival. El pasado fin de semana, en cambio, mientras se lamentaban porque la relación reales-dólar ya pasó la barrera del 6 a 1, los hinchas de Botafogo y Atlético Mineiro que vinieron a la final de la Libertadores, ya no sólo no rompían billetes de pesos argentinos sino que se quejaban de lo caro que les resultaban los precios domésticos.

Hablando en números, la salida de dólares por el concepto «viajes, pasajes y otros pagos con tarjeta» llegó en octubre a u$s691 millones, y todo indica que seguirá creciendo en el corto plazo, tanto por la persistencia del retraso cambiario como por la mayor demanda estacional ante las vacaciones de verano.

En total, el déficit del rubro servicios fue de u$s744 millones y viene subiendo mes a mes. En el primer semestre del año, el promedio había sido de apenas u$s207 millones mensual. Pero en julio ya estaba en u$s566 millones. Y se aceleró a partir de las últimas medidas de flexibilización para que los usuarios de plataformas online puedan hacer mini importaciones desde el exterior.

Prueba de este incremento han sido los eventos de promociones de ventas por canales electrónicos, como el Black Friday y la CyberWeek. En este último evento, realizado en noviembre, se gastaron $493.000 millones, un dato que está directamente vinculado a la situación cambiaria:  al tipo de cambio blue, este año se movieron 2,5 veces más dólares que hace un año: más precisamente, u$s434 millones contra u$s170 millones.

La tendencia que preocupa

¿Es grave que salgan del país u$s691 millones por turismo y gastos con tarjeta? Aun suponiendo que ese número no se agrande, implicaría un rojo de u$s8.000 en términos anuales, lo cual contrarrestaría más de la mitad del superávit de balanza comercial que se prevé para el 2025.

Pero esos son los números con la «foto» de hoy. En realidad, la perspectiva es más grave, porque mientras los expertos en el negocio agropecuario advierten que los precios de las exportaciones argentinas tienden a la baja, el gobierno sigue tomando medidas que incrementan el flujo importador.

Ya el último dato de octubre prendió una luz amarilla en ese sentido: con importaciones que ya volvieron al entorno de u$s6.000 millones por mes, se está dando un inocultable «adelgazamiento «del superávit, que quedó en u$s888 millones, su menor nivel del año. De hecho, si se mantuviera ese saldo como promedio, entonces el aporte de la balanza comercial sería la mitad de lo que Toto Caputo previó en el presupuesto.

Y como, en el sentido inverso, la salida de dólares por servicios tienden a subir, resurgen las preocupaciones sobre qué tan sólido es el plan económico y su estabilidad cambiaria. Nadie sabe mejor este tema que el propio Caputo, que en 2017, siendo ministro de Finanzas, vio cómo se llegó a un récord histórico de u$s10.600 millones de salida de dólares por turismo. En aquel momento se combinaba una absoluta libertad cambiaria, un régimen de libre flotación y un atraso cambiario provocado por el flujo de ingreso de capitales -la cuenta corriente llegó a marcar casi 6% de déficit-.

¿Esta vez es diferente?

A pesar de los números que marcan una tendencia preocupante, el gobierno se está encargando de argumentar por qué cree que, esta vez, las cosas serán diferentes.

Y uno de los datos más relevantes es que el público está usando sus propios dólares para hacer turismo. Ya en las agencias de viaje notaron que desde hace meses la gran mayoría de los usuarios pagan con dólares cuando contratan sus paquetes de pasaje aéreo más reserva hotelera. El motivo es obvio: ahora que se achicó la brecha cambiaria, resulta más barato pagar al precio del blue antes que pagar con tarjeta de crédito, donde hay un recargo del 60% sobre el tipo de cambio oficial.

Pero, además, aun en el caso de aquellos que sí usan tarjeta -ya sea en el exterior como para quienes desde sus casas compran bienes por servicios online del tipo de Amazon- hay un cambio de tendencia: cuando llega el resumen de la tarjeta, cancelan con dólares comprados en el mercado MEP, porque también resulta más barato que permitir la pesificación y pagar con sobrecargos.

En definitiva, Caputo está cumpliendo su predicción de que iba a llegar el momento en que la gente preferiría usar dólares para las transacciones cotidianas. No es que los pesos sean escasos, como pronosticó el ministro, pero sí es cierto que el público percibe que hay una penalización para quien use la moneda nacional.

Y el informe del BCRA informa que lo más relevante de esa situación es que el gasto en turismo y compras online no implica un sacrificio de las reservas.

Es un objetivo que, de hecho, había intentado el peronismo con sus sucesivas regulaciones del turismo, como la norma impuesta por Miguel Pesce en 2021 que impedía pagar en cuotas los pasajes de avión -una regla que, por cierto, sigue vigente-.

El problema, claro, es que este objetivo del que se enorgullece el comunicado del BCRA corre el riesgo de revertirse cuando desaparezca el 30% de recargo que hoy se cobra por el Impuesto PAIS.

En el gobierno, sin embargo, transmiten confianza de que no se producirá un shock. Si la calma cambiaria actual se mantuviera, igualmente seguiría siendo más beneficioso usar dólares propios -al menos, para quienes no hagan el reclamo de la percepción de Ganancias ante ARCA-, porque en ese caso el nuevo «dólar turista rebajado» quedaría en unos $1.320, contra un dólar MEP de $1.069.

En definitiva, todo se reduce a que la paz cambiaria se pueda sostener. Y el optimismo del gobierno se explica por otro dato algo oculto en el informe del balance cambiario: la «formación de activos externos», más conocida como la fuga de capitales por atesoramiento de dólares, sigue marcando una tendencia positiva. Es decir, son más los dólares que los argentinos venden dentro del país que los que compran.

Una situación que no se veía desde hacía más de una década -ayudada por el blanqueo de capitales y al atractivo del carry trade-. Pero los datos positivos no logran ocultar su potencial debilidad: nadie está seguro de si se trata de una fase pasajera o si configurará un nuevo panorama económico que vino para quedarse.



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