El privilegio de irse sin pagar
LA HABANA, Cuba. – Este miércoles, 21 de agosto, varios senadores y congresistas de Estados Unidos enviaron una carta al secretario de Estado, Antony Blinken, y al secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, por permitir la entrada a la Unión Americana de Manuel Menéndez Castellanos, ex alto funcionario del Partido Comunista de Cuba, exdiputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y exmiembro del “equipo de coordinación y apoyo a Fidel Castro”, quien llegó al Aeropuerto Internacional de Miami hace apenas una semana bajo el Programa de Reunificación Familiar.
La llegada del exjerarca castrista cayó como un baldazo de agua fría sobre la comunidad de exiliados cubanos que ha visto llegar en masa, en los últimos años, desde chivatos de poca monta y comisarios ideológicos que les arruinaron la vida a sus connacionales, hasta agentes de la contrainteligencia y fiscales que enviaron a prisión a personas inocentes “porque así se lo ordenaron desde arriba”, violando no solo el código ético de su profesión, sino elementales principios de humanidad.
Ahora también les cuelan, a través de la ciudad que levantaron los primeros exiliados por Fidel Castro, a represores de alta gama que por décadas permitieron, autorizaron, ejecutaron, aplaudieron y aprobaron por unanimidad la opresión en todas sus variantes y el despojo de derechos al pueblo cubano.
Manuel Menéndez Castellanos arribó a Estados Unidos pese a que existen leyes de inmigración que tácitamente lo prohíben. Si se tiene en cuenta que el régimen de La Habana es cada día más vil y represivo hacia el pueblo cubano, y más complaciente e incondicional con regímenes que persiguen la destrucción de Estados Unidos, es inevitable preguntarse por cuál motivo existe una vía de escape para los esbirros comunistas que alentaron y acometieron personalmente la destrucción material y cultural de Cuba, además de sostener durante décadas, sin tregua, un discurso agresivo y denigrante hacia el país norteño.
Si algo les faltaba por ver a los exiliados cubanos y a la oposición que desde dentro de la Isla intenta seguir visibilizando el atropello a los derechos civiles por parte del régimen de Miguel Díaz-Canel, es precisamente que los perpetradores de tanta desgracia entren como Pedro por su casa al país de la libertad, diciéndole a la prensa, con su cara muy dura ―caso de Menéndez Castellanos―, que van “para su casa”. Su casa, en suelo yanqui, el país enemigo del cual todos ellos, en sus años de fortaleza física y política, decían sentir asco.
Ahora, que son unos viejos desvalidos, sus familiares los reclaman para cuidarlos con las bondades de un sistema de salud bien equipado. Los reclaman para salvarlos de la muerte atroz que les esperaba en este país. Los antiguos acólitos de Fidel Castro consumieron todas las vidas que quisieron, las drenaron, las arruinaron y hoy se van sin pagar sus muchas culpas, otro privilegio que les conceden en el ocaso de sus miserables existencias. Y hay que decir, guste o no, que ha habido mucho menos alboroto por la llegada a Miami de ese pez gordísimo que por pequeños personajillos aparecidos en tierras de libertad que nunca tuvieron voz ni voto en las decisiones tomadas por el Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Menéndez Castellanos sí tuvo voz y voto, pero allá está, en el corazón del exilio cubano para respirar a sus anchas, comer sabroso, descansar y disfrutar de su jubilación bien lejos de la miseria que él mismo ayudó a diseminar, de los basurales, los apagones, las roturas en Cuenca Sur, el racionamiento, la demagogia y tantos males creados por él y sus compinches. Después de vacilar el comunismo en Cuba, va a vacilarlo también en Miami, que definitivamente ya no es lo que era.
Tal vez tienen razón los que dicen que Estados Unidos tampoco es el país que solía ser. O quizás solo se trata de la buena suerte que, por desgracia, tienen los peores hijos de puta. Son muchas las familias cubanas que (des)esperan, hace años, por el Programa de Reunificación, donde sus casos permanecen congelados. A los esbirros, sin embargo, les llega la salida y se van a toda prisa, en el peor momento de la historia de Cuba en tiempos de paz.
Sería un engaño decir que aquí dentro la vida sigue igual. Está peor, pero mientras termina de desintegrarse todo, el régimen que defendió Menéndez Castellanos sigue decidiendo qué cubanos tienen derecho a salir y entrar de su país. Sigue regulando, prohibiendo y quitándole a los presos políticos todos los derechos, hasta el de la “reunificación familiar” un domingo Día de las Madres, como le hicieron al joven Wilber Aguilar ―preso del 11J― en mayo pasado.
Así va el “diferendo”, con los comunistas cubanos yéndose a vivir al imperio y una fiscal que ahora, en suelo americano, dice estar arrepentida, asegurando que si regresa su vida corre peligro. Desde allá no se vale. Las vidas destruidas por encarcelamientos injustos y prolongados son irreparables. Los muertos, desterrados, humillados y extraviados gracias a individuos como Menéndez Castellanos continúan esperando justicia. Asco de gente. Hipócritas. Lo digno y coherente sería devolverlos a Cuba, a compartir el destino de su Revolución.