El vampiro Sandro Castro y la parodia de su propia sangre
Sandro no hace lo que le da la gana, sino lo que le permiten hacer, y ese personaje raro, ebrio, escudado tras el “Vampirash” y la “Cristash”, que vende motos por internet y promociona a Cubamax.
LA HABANA.- Con sus “tonterías” e “incoherencias” Sandro Castro tiene a muchos desconcertados. A diferencia de los demás miembros de su familia, se mantiene publicando en las redes sociales, no restringe sus perfiles en Facebook y no se oculta tras un alias o avatar. No impide ser etiquetado por sus amigos ni fotografiado por desconocidos, no le importa saber quiénes son sus seguidores (mientras que estos aumenten y los ataques no se vuelvan demasiado personales) y no se avergüenza de lo que digan sobre él, ni los lacayos del bando de su abuelo —aún más necios e incoherentes— ni los contrarios que igual se escandalizan y enfurecen cuando esperan del chico malo “algo más” que lo ofrecido en sus videos.
Algo así como una rebelión o como una retractación (que en verdad no le corresponde), un activismo abierto o una declaración de principios. Pero Sandro no va por esos caminos porque su objetivo no parece ser una definición política o ideológica sino, simplemente, una PROVOCACIÓN, en mayúsculas, lanzada contra todo el que quiera sentirse “provocado”, sin importar quien sea, pero muy consciente de que si algo falta en esa realidad donde existe como persona de carne y hueso, más que como personaje, es provocación y, además, ridiculización.
En ese sentido, las acciones de Sandro Castro deberían ser interpretadas como performances, donde lo ridículo, lo banal, lo estrambótico, el excentricismo en conjunción con lo simbólico de los objetos y espacios usados e intervenidos —incluso cuando se acoplan en aparente armonía con el discurso oficial del régimen— nos devuelven un espectro mayor y más complejo de significados o, por lo menos, nos descolocan, nos desconciertan en tanto nos resulta difícil descodificar un mensaje, aunque intuimos la provocación (y la ridiculización, que jamás debemos olvidar que es un arma muy poderosa contra todo cuanto, en la hipocresía del discurso de la dictadura, intenta ser solemne).
Sandro lo mismo se aparece en un desfile por el 1ro. de Mayo (animando a los zombis a gritar tonterías, en un lugar donde el abuelo en otra época les ordenó exclusivamente repetir consignas. Con lo cual está ridiculizando, desde el aparente desenfado, ese espacio público por antonomasia para la dictadura, e induciendo además a una “contraorden”) que, igual, la víspera del 4 de julio, exhibe una bandera de los Estados Unidos, con un desenfado que desconcierta a más de uno, de un lado y del otro, en tanto las claras referencias a los apagones, al cúmulo de carencias, al absurdo cotidiano, al ridículo que nos rodea dispara nuestras disímiles interpretaciones de la escena, a la que cada cual le dará el significado que desee.
Esa ambigüedad para algunos de acá y de allá es muy peligrosa. Sobre todo para los castristas más radicales, que siempre son los más hipócritas y oportunistas. Así, esta vez las reacciones de los talibanes no se hicieron esperar (como tampoco las del bando contrario), y ahora muchos aspiran a algo más que a aquel jalón de orejas que le dieron cuando apenas era Sandro Castro, sin personaje montado, es decir, el joven malcriado que, desafiando la hipocresía de su clan, y dispuesto a mostrarse tal cual, se atrevía a exhibir un Mercedes Benz como si fuese un “juguetico”.
“¡Total, si ya a esas alturas otros que ni siquiera tenían ´sangre real´, exhibían los suyos, y más caros!”, de cierto modo es la lógica del mala cabeza detrás de su indisciplina.
El regaño tuvo su efecto aquella vez. Hubo una disculpa pública porque así lo exigía el castigo, donde quizás hasta se ponía en riesgo el negocio de un bar, a punto de inaugurarse en 23 y F, pero de esa mala experiencia aprendió una gran lección: lo importante no es ser humilde, sino fingir que lo es. Y de paso juguetear en esos márgenes de la permisibilidad, que en un contexto de corrupción e hipocresía, donde constantemente ruedan cabezas como perfomances del PCC, es sinónimo de burla, de ridiculizar.
Los de su sangre están condenados a quitarse la máscara solo cuando están a oscuras, en medio de la noche, a fingir, a llevar una doble vida. Una, a la luz pública, y otra, la verdaderamente real y perversa, en la intimidad del clan, rodeado no de amigos sino de lacayos. No hay nada que se le parezca más a eso que la vida de un vampiro. No hay mejor símbolo para describir esa casta sanguinaria que se sabe con el poder absoluto pero que necesita de construirse un personaje “bueno” a la luz del día, a la vista de todos. Por el día nos encandilan con “promesas”, y cuando se pone el sol, en la ausencia de luz, se alimentan de nuestra ingenuidad, de nuestros miedos.
Sandro Castro es el vampiro de rango inferior, incoherente y ridículo, borracho e insensible, “tonto” y prepotente con sus iguales y serviles. Es el monstruo que personifica y provoca, quizás con total intención, a esa casta gobernante a la cual conoce mejor que cualquiera de nosotros porque ha nacido y crecido en su interior, y contra él no sirven los mitos, las leyendas, la propaganda y la continuidad. Él conoce las historias reales de su abuelo y de su tío, y esas tienen que ver más con el terror de los vampiros que con las escasas bondad y la humildad de los seres humanos.
Sandro no hace lo que le da la gana, sino lo que le permiten hacer, y ese personaje raro, ebrio, escudado tras el “Vampirash” y la “Cristash”, que vende motos por internet y promociona a Cubamax —como si nos mandara una señal de que posiblemente su discoteca sea una extensión de aquella, así como esta lo sea de un negocio mayor, que incluso lo trasciende como testaferro—, es quizás la única gran provocación, y no rebelión, que se haya permitido en los márgenes que tiene para hacerlo, por ser precisamente quien es. Márgenes mucho más amplios que los nuestros, sin licencia alguna para ridiculizar públicamente la estúpida solemnidad de la dictadura.
El nieto de Fidel Castro —que no es el único ni fue el más mimado ni el más favorecido— se ha inventado el personaje que, hasta cierto punto, detractores y simpatizantes le animamos a crear, una vez que el mito “Sandro Castro” ya lo habíamos construido, entre rumores, especulaciones, filtraciones y algunas certezas sobre su vida familiar.
Una historia, la de los Castro, llena de lagunas, leyendas, engaños, secretos, oscuridades, y demasiada sangre salpicando a más de un pretendido “inocente” pero, sobre todo, de muchas distracciones cuando los personajes que más importan, los verdaderos chupasangre a los que deberíamos perseguir, cazar y decapitar, necesitan desviar nuestra atención, ofreciendo en sacrificio a la oveja más visible del rebaño, y eso es algo que Sandro, por sus constantes desafíos, al parecer sabe muy bien.
Como que también es mucho más conveniente para la dictadura que lo den por loco, que le permitan continuar con sus “tonterías”, que provocar al diablo que, por herencia, pudiera cargar en su sangre.