En Cuba nunca estuvimos peor que ahora
No nos hace ningún favor ignorar lo que es evidente: nos están matando y son conscientes de que lo hacen.
LA HABANA, Cuba. – No hay pesos cubanos ni dólares. No hay comida ni electricidad. Todas son malas noticias, y las que parecen buenas terminan siendo un engaño, una burla. Nadie hace nada y todos comentan sobre la mala situación, sobre nuestro infortunio.
El dólar sube, sube, y se coloca hoy a menos de 10 pesos de alcanzar la cima de los 400, la que hace un año atrás algunos tontos declaraban imposible. Pero la moneda nacional desaparece despreciada por el mismo banco que la emite, por el mismo régimen que prometió “dignificarla” (aunque a fuerza de dolarización y tarifazos).
Nunca estuvimos peor que ahora. Así como jamás el nivel de desvergüenza de la dictadura había alcanzado el punto en que hoy nos encontramos, cuando ya no se ocultan para exhibir lujos y privilegios, cuando ellos mismos crían a sus hijos en la hipocresía de emigrar o coquetear con el “capitalismo malo” como forma de “resistir”, en la mentira de un futuro próspero que jamás llegará, en la maldad de arruinar las vidas de millones de cubanos y cubanas con el único propósito de retener el poder en manos de una única familia.
Durante más de medio siglo, todo cuanto han hecho gira en torno a eso. No pretenden arreglar ni cambiar nada, no ambicionan otra cosa que mantenerse en el poder, lo cual más que una locura es la mayor expresión del fracaso de aquello que llamaron “revolución”, y que nos vendieron y nosotros compramos con aplausos o con apatía, con indiferencia y oportunismo, y solo con algo de miedo, no mucho, solo el suficiente para justificar nuestra complicidad o la incapacidad de enfrentarnos a eso que al caer pudiera arrastrarnos al precipicio.
La dictadura cubana no es algo que está totalmente fuera de nosotros. Buena parte de ella la cargamos encima, incluso dentro, y ponerse a distancia de ella es un exorcismo extremadamente complejo, doloroso.
Su zona de peligro es bien extensa, enraizada, y solo unos pocos podrán salir ilesos en ese combate final contra demonios que, en muchos casos, somos nosotros mismos. Debemos estar preparados para aceptar que un monstruo tan inmenso, al ser derribado es probable que caiga sobre nosotros y nos aplaste. Pero es un precio que debemos estar dispuestos a pagar por el bien de nuestros hijos y nietos.
La dictadura cubana se sostiene, más que en la represión, sobre una red de complicidades que nos envuelve a todos. Unos han logrado comprenderlo a tiempo y se han salido (emigrando o luchando contra ella, incluso suicidándose), haciéndola más débil, más vulnerable; otros, conscientes o inconscientes de su existencia, han permanecido allí, atrapados, pero haciendo su labor de aguantar lo que de otro modo ya hubiera caído.
Hay que comenzar por aceptar esa realidad, como también tener claro que nunca ha habido mejor momento para enfrentar al monstruo que este de ahora, cuando solo con negarnos a obedecer, con renunciar a continuar inyectando dólares a la maquinaria represiva de los militares —que básicamente hoy se sostiene en el centenar de empresas de envíos a Cuba, en el trasiego de mercancías, en las remesas y recargas telefónicas— estamos ayudando a acelerar la caída.
No pasa un día sin que sepamos algo nuevo de sus engaños y eso debería bastar para enfurecernos. Enojarnos por las empresas “privadas” que manejan por medio de familiares y amigos, por cómo han convertido el éxodo masivo en una invasión silenciosa, por lo habilidosos que son al casarse con este o aquel extranjero, por la astucia con que se han enriquecido pidiendo limosnas por todo el mundo, por lo tiernos que suelen ser cuando solicitan formalmente una visa en el consulado de Estados Unidos (para que la nieta de Raúl Castro se vaya de paseo a Nueva York), en contraste con las “enérgicas” condenas de Bruno Rodríguez cuando pretende hacernos creer que existe un “bloqueo” más allá del que mantiene el castrismo contra un pueblo esclavizado.
Creen que enmascarando con consignas la miseria que padece más del 80 por ciento de la población tendremos la sensación de que saldremos vivos de esta. Pero la verdad es que somos un país enfermo de muerte, y las posibilidades de sobrevivir son casi nulas mientras permanezcamos de brazos cruzados esperando a que el mundo nos salve.
No nos hace ningún favor ignorar lo que es evidente: nos están matando y son conscientes de que lo hacen. No es la especulación ni el dólar los que suben los precios, son las estrategias egoístas de un régimen que, incapaz de producir y demasiado temeroso a perder el control al liberar las fuerzas productivas, solo encuentra el modo de sobrevivir expoliando al ciudadano, obligándolo a emigrar o a delinquir para más tarde extorsionarlo, expropiarlo, aniquilarlo a golpe de multas y chantajes.
El dólar está a punto de alcanzar, nuevamente, los 400 pesos. Cuando llegue a esa cifra posiblemente no vuelva a bajar, y hasta continúe incrementándose su precio en el mercado informal, en tanto este ha sido la referencia usada por el régimen para los más recientes “ajustes” y tarifazos.
En agosto de 2022 también, descaradamente, habían apelado al comportamiento del cambio informal esa vez para establecer la tasa de 120 por 1, pero ya sabemos que la estrategia de Alejandro Gil, ministro de Economía en aquel momento era apenas una jugada fraudulenta que favorecía a ese “mercado informal” que el régimen controla en su totalidad, aunque jure y perjure que no.
También ahora como ayer hay algunas “coincidencias” que no auguran nada bueno. En septiembre, de golpe, unos 2.000 millones de pesos, por concepto de incremento en las pensiones, serán inyectados a la circulación, agravando la actual crisis inflacionaria.
Algo similar ocurrió posterior a diciembre de 2020 cuando igual fueron reformados los salarios y pensiones mínimos, a lo que siguieron, en 2021, varias “iniciativas” en los métodos de pagos en las empresas estatales, derivados de esa convenientemente “fallida” Tarea Ordenamiento que les sirve de pretexto para dolarizar todo lo que deba ser dolarizado.
En fin, que las experiencias anteriores anuncian bien claro y fuerte que el dólar no bajará y, más siniestro aún, que los gobernantes cubanos saben muy bien la oleada de miseria profunda que se aviene.