Entre apagones, rumores y condenas enérgicas, el chiringuito se sigue calentando
En Cuba la gente muere esperando una ambulancia, dando pedal sobre un bicitaxi, en salas mugrientas de hospitales que parecen arrasados por una guerra invisible, pero no hay agencia internacional que se interese por esa crisis humanitaria.
LA HABANA.- Los últimos días han sido intensos. Como cada año, se esparció el rumor de que Raúl Castro había sido hospitalizado y estaba muy delicado de salud. Siempre hubo quien creyó que por fin, y esperó la confirmación desde su casa oscura y su refrigerador vacío, que continuarán exactamente así el día en que muera el dictador. Quien en realidad murió fue Joanne Chesimard, una terrorista buscada por el FBI a quien Fidel Castro brindó protección en la isla hace cuarenta años, aunque no por eso Cuba merezca figurar en la lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo. Ni por eso, ni por el hecho de que todos los cubanos que trabajan para el estado, y los estudiantes (pioneros también), hayan sido obligados a dar su firma en apoyo a Nicolás Maduro, un narcotraficante que juega a la política y que, después de negar mil veces la existencia de la organización narcoterrorista conocida como “Tren de Aragua”, alegando que era una invención de Estados Unidos, acaba de proponerle a la Casa Blanca entregarle los líderes del cartel criminal para aliviar las tensiones.
Tampoco puede decirse que el régimen cubano apoye el terrorismo porque Díaz-Canel haya condenado el ataque de Israel a la sede de Hamás en Doha, Qatar, hace dos semanas, calificando el suceso como “inadmisible”. Quien crea que el asilo concedido a Chesimard, el respaldo obligatorio de la población cubana a Maduro y la solidaridad hacia el grupo terrorista que comenzó, en octubre de 2023, la guerra que actualmente sacude al Oriente Medio es, en el mejor de los casos, un peón del imperio o un iletrado; en el peor, un facha.
Mientras el rumor sobre la muerte de Raúl Castro se enfriaba, Bruno Rodríguez Parrilla compareció en la ONU ante una sala casi completamente vacía. Lo dejaron hablando solo, al igual que a Benjamin Netanyahu. La diferencia, en el caso de Netanyahu, es que la sala abandonada expresó el repudio diplomático a lo que ocurre en Gaza; pero a Bruno le dejaron claro, de un modo educado y nada discreto, que su condena enérgica no le importa a nadie, que la muela del bloqueo no le interesa a nadie porque el mundo sabe lo que realmente está pasando en Cuba, tal como sabe lo que está pasando en Gaza. La diferencia es que Gaza acapara toda la atención porque allí ha muerto mucha gente delante de las cámaras de las agencias de noticias de todo el planeta, porque mientras dure el conflicto la región estará en vilo, y con ella Occidente completo.
En Cuba la gente muere esperando una ambulancia, dando pedal sobre un bicitaxi, en salas mugrientas de hospitales que parecen arrasados por una guerra invisible, pero no hay agencia internacional que se interese por esa crisis humanitaria, y el régimen siempre encuentra la manera de desviar la atención hablando de lo que sucede en otros lados o criticando el trabajo de organizaciones como Amnistía Internacional. Así hizo el vicecanciller Carlos Fernández de Cossío, quien afirmó, además, que en Cuba no hay ni una sola persona en prisión por manifestarse contra el gobierno. Lo dijo delante de un periodista que sabe de lo que habla, y Cossío sabe que él sabe; por eso su rostro de concreto se agrietó un poco más bajo el peso del ridículo y de su propia, estratosférica, inmoralidad.
A eso se dedican los costosos diplomáticos cubanos: hablar de lo mismo y mentir con las mismas palabras, año tras año, ante la Organización de Naciones Unidas, que también sabe lo que ocurre en Cuba, pero prefiere ofrecerle al régimen de La Habana un escaño en el Consejo de Derechos Humanos. Luego saltan los ofendidos porque Donald Trump dijo que la ONU no sirve para nada.
Mientras Bruno Rodríguez y Carlos Fernández de Cossío montan su numerito en la fatua Nueva York, el chiringuito antillano se calienta con el ajuste de cuentas a un policía en Caibarién y el robo a la vivienda del primer secretario del Partido Comunista en Las Tunas, donde el susodicho resultó agredido. El asesino, según las autoridades, ya fue capturado, y aunque la prensa oficial guarda silencio sobre el ataque al dirigente, se habla de un fuerte operativo alrededor de su casa. Dice la gente de Caibarién que el policía era corrupto y abusador. Dicen los tuneros que el primer secretario no es querido por allá.
La violencia comienza a escalar los niveles de poder donde está la gente que se cree importante, pero no lo es, aunque el régimen le entregue comida, plantas eléctricas, paneles solares y patente de corso para saquear lo que puedan mientras duren en el cargo. Es probable que, si hallan a los culpables, les apliquen sanciones ejemplarizantes, pero para escarmentar se necesita tener un atisbo de cordura, y ya sabemos que la gente en Cuba está enloqueciendo bajo la violencia constante y absoluta del estado. Sería muy irónico que GAESA, el emporio castrense-empresarial que le ha robado hasta el último centavo al pueblo cubano, tuviera que gastar sus millones en la protección de tanto funcionario inútil para poder sostener su engañifa socialista.