Entre «el químico» y la doctrina, la juventud cubana delira
LA HABANA, Cuba. – No andan desencaminados quienes opinan que la causa principal de las desgracias que se abaten sobre la Isla es la mala memoria de los cubanos. No recordar, desconocer, negar o idealizar el pasado son actitudes apreciables en una parte importante de la población, sobre todo la de los mayores de 60 años, que afirman que “con Fidel estábamos mejor” o que bajo su mandato “estas cosas no pasaban”.
Con un poco de paciencia es posible comprender los desvaríos de esas generaciones que no tienen remedio, sea porque se creen su propia mentira, o porque aceptar un desengaño después de haber tirado por la borda su futuro y el de sus hijos, requiere de mucho coraje. Lo que no resulta fácil de digerir son las palabras de un joven, que no debe sobrepasar los 25 años, asegurando que le gustaría sentarse a comer con Fidel Castro porque él “siempre nos dio todo y con él nos iba super, super mucho mejor a la juventud”.
Su criterio no solo demuestra la tremenda falta de cultura política de la mayoría de los jóvenes cubanos y el entibiamiento de los efectos del castrismo que se ha ido produciendo bajo el impacto económico y social provocado por la pésima gestión del gobierno de Miguel Díaz-Canel. También da la medida de hasta qué punto está fracturado, por no decir mutilado, el futuro de la nación.
Ese muchacho, con la clavícula asomándole fuera del pulóver, no había nacido, o era muy pequeño, cuando aconteció el llamado Período Especial, una de las grandes crisis padecidas por los cubanos gracias al voluntarismo, la necedad y el despotismo de Fidel Castro. No puede estar consciente de la cantidad de jóvenes que arriesgaron su vida al subirse en una balsa y echarse al mar para intentar alcanzar las costas de Florida mientras el máximo líder politizaba la masacre.
Ese muchacho que quisiera sentarse a comer con el líder que tanta hambre hizo pasar a los cubanos mientras él, su familia, amigos y allegados no se privaban de nada, no es capaz de articular el presente que hoy lo tiene “resistiendo” con el pasado que hizo de la “resistencia” una política de mano dura hacia el pueblo, porque aquí solo se han visto obligados a resistir los que son como él: sin recursos, escamoteados de derechos y desentendidos hasta de sí mismos.
Ni siquiera el eslogan oficial de “somos continuidad” lleva alguna luz a su cerebro acosado por la falta de alimento sano, la ignorancia y el más que probable consumo de drogas. Muchos jóvenes están así, muertos en vida y hablando estupideces. Cada vez que se expresan de ese modo delante de una cámara, hacen público el enorme fallo de la Revolución para con ellos, la gran mentira que somos como país y, sobre todo, la sospecha de que la Cuba de mañana es casi imposible. Si una joya es su declaración, también en los comentarios pueden encontrarse una perla, o dos.
Resulta que cuando Fidel estaba vivo, en los hospitales y en las escuelas había “de todo”. Semejante afirmación revela tanto el prolongado ejercicio de supervivencia de quien la escribe como la hondura del desastre que atraviesa hoy el país, donde un kit quirúrgico cuesta 30.000 pesos como mínimo, y los padres han tenido que comprar desde los tubos LED para iluminar las aulas de sus hijos, hasta ventiladores para que no pasen tanto calor. Ese es el legado de Fidel combinado con el efecto Murillo-Gil-Canel y su Tarea Ordenamiento, con la que quisieron enderezar, en el peor momento posible, la distorsión económica creada por el “invicto comandante” con la introducción del CUC (chavito) en los años 90.
Esa manera irreflexiva y caprichosa de actuar, sin medir las terribles consecuencias sobre la población, tiene la marca de Fidel Castro por todos lados. No importa el impacto, lo que importa es hacerlo y mantener a la casta en el poder. Si sale mal, ya habrá un reconocimiento tardío y a regañadientes del error, que en nada cambiará el resultado de la mala decisión inicial, ni el saldo de nuevas víctimas.
El muchacho que quiere sentarse a comer con Fidel Castro no entenderá nunca que el máximo líder es, en realidad, el máximo culpable de su pobreza actual y futura, porque el sistema creado por él está especialmente diseñado para que el cubano raso no prospere. No entenderá que esa fuerza que ―según él― Fidel siempre nos dio, era represión pura y dura, coacción, imposición.
Ese muchacho va por la vida sin saber que es un recluso, hundido en la celda más oscura que, lamentablemente, está dentro de sí mismo. Su juventud sin esperanzas, adoctrinada, hambreada, dopada y multiplicada por miles, figura entre los tristes méritos de Fidel Castro y sus sucesores; solo que estos últimos no poseen la capacidad de vender tan horrendo crimen como otro “logro de la Revolución”.