ese paraíso donde la caña cedió espacio a las espinas
LA HABANA, Cuba. -El mes pasado, el periódico Granma informó que, de los 14 centrales azucareros programados para la zafra 2024-2025, solo seis estaban en funcionamiento, y los niveles de caña molida apenas alcanzaban el 25% de lo planificado.
Según la publicación, entre las principales dificultades señaladas por Dionis Pérez Pérez, director de Informática, Comunicación y Análisis del Grupo Azucarero Azcuba, se encuentran el retraso para el inicio de la molienda, la no incorporación de ocho centrales, la situación electroenergética que ha demorado los trabajos de reparación en los ingenios y en las fábricas nacionales que proveen partes y piezas esenciales para la industria azucarera, así como la falta de disponibilidad de combustible (solo se ha asegurado el 10% del financiamiento mínimo requerido para garantizar la contienda, lo que pone en riesgo la continuidad del proceso productivo).
Días antes de comenzar la zafra medios oficiales dieron a conocer que sería la producción de estos 14 centrales la destinada a cubrir la demanda nacional. Así pues, tras leer la larga lista de dificultades publicadas en el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC) nos queda claro que los cubanos de a pie seguiremos sin azúcar.
Es este un alimento muy apreciado en nuestra dieta diaria. Tanto, que entre comensales de otras latitudes los postres cubanos se consideran “subidos” de azúcar. De igual manera, beber un vaso de agua con azúcar, con o sin limón, en las calurosas tardes de verano, es nuestro reconstituyente más socorrido.
La caña de azúcar llegó al archipiélago cubano en 1516, traída desde Santo Domingo por los colonizadores españoles, dado que nuestro clima y nuestras fértiles tierras ofrecían condiciones favorables para el desarrollo de este cultivo. En el siglo XVII todo el proceso de extraer el dulce de la caña se efectuaba mediante trapiches manejados por mano de obra esclava, lo cual no impidió que ya para entonces la Isla fuera uno de los mayores productores de azúcar del orbe. En 1850 se instaló en el central Amistad la primera centrífuga, traída por el Dr. Eduardo Finlay, padre del eminente científico camagüeyano descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla. Para 1870 ya Cuba ocupaba el tercer lugar mundial en la producción azucarera y esta era nuestra principal fuente de ingresos.
En 1958 existían en la Isla 156 centrales azucareros provistos del mejor equipamiento disponible en el sector. Sin embargo, a partir de enero de 1959 la incapacidad ―o la malicia― de la dictadura de Fidel Castro fue conduciendo a la ruina a una industria que no solo se cuenta entre las más importantes de todos los tiempos, sino que además contribuyó en enorme medida a la consolidación de nuestra cultura e identidad nacional.
Ya para 1990 el sector se encontraba en franca decadencia, evidenciada tanto en el depauperado proceso de siembra y cultivo como en la falta de mantenimiento de su infraestructura y la carencia de transporte, pues el ferrocarril que conectaba las zonas cañeras había quedado prácticamente inservible.
Hoy podemos afirmar que es poca o casi nula la producción de azúcar en el país. Como es de suponer, esa escasez ha elevado sus precios mucho más allá del alcance del bolsillo de la empobrecida población, tanto en el mercado informal como en las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes).
En el año 2021 durante el III Pleno del Comité Central del PCC se adoptaron 93 medidas para “rescatar” la industria azucarera. Pero, ¿cómo lograrlo con solo 61 vetustos centrales operativos? Pues en el año 2001 fueron clausurados 95 de los 156 existentes y se redujeron drásticamente los campos dedicados al cultivo de la caña de azúcar.
Paradójicamente, el grupo empresarial Azcuba (según afirman los dirigentes, con el objetivo de rescatar nuestro legado azucarero) desde 1999 celebra encuentros y convoca concursos nacionales y ponencias con temas relacionados con historias sobre los centrales desmantelados.
Y mientras los barrigudos mandamases de la Isla justifican su salario con certámenes y eventos, nuestros campos, otrora pletóricos del ondulante oro verde, ahora languidecen plagados de marabú.