Hasta morirse en Cuba es un lujo
Incluso morirse es una osadía grande en Cuba. No me extrañaré si es que tropiezo alguna vez con un cuerpo muerto…
LA HABANA, Cuba. – Los cubanos acostumbramos a decir que para morirse solo hay que estar vivos, y eso es cierto y muchísimo más que cierto. La muerte está en el orden de las cosas: nacemos, crecemos y, aunque mucho nos empeñamos en evitarlo, siempre terminamos en los temidos brazos de las parcas, de esa muerte que a veces se muestra con tantas evidencias que ni siquiera se precisa del concurso de un médico para hacer las confirmaciones más pertinentes.
La muerte es, sin dudas, un proceso muy natural, y para llegar a ella bastaría solamente con estar vivos, pero aun así se le respeta, y hasta se le teme. Y tanto respetamos a la muerte que desde hace ya mucho tiempo, se hizo común que rindiéramos honores al fallecido, esperando nos sean dedicados las mismas dignidades cuando nos llegue el día de la partida definitiva.
Hace un tiempo escribí, para este mismo sitio, un texto en el que abordaba el desastre de los servicios funerarios en La Habana. Entonces relaté los avatares que distinguían a los velatorios cubanos. En aquellos días, aún cercanos, se hacía común la falta de féretros, esos a los que la irreverencia nacional acostumbra a llamar “cajas de muertos”. Para entonces hice notar la ausencia de sarcófagos, incluso del cristal que nos permite echar una última mirada al pariente o al amigo muerto que un rato después sería entregado a su sepultura.
Aquella vez también comenté la escasez de carros fúnebres y las miles de maneras que socorrieron a los familiares del muerto. Y es que en este país, el viaje hacia la última de entre todas las moradas ya se ha hecho en una carreta tirada por caballos y también en la cama de un camión, incluso en una carretilla o en esa incómoda posición que es “a horcajadas”.
La muerte siempre es esperada. La muerte es el final del ciclo de la vida, pero no siempre estamos preparados para ese instante en el que el médico es llamado para que confirme la concreción de la muerte, esa que siempre es probable y comprobable, y de naturaleza biológica. La muerte es un acto de la economía de la naturaleza viva, de la circulación de la vida, pero duele, y duele mucho.
Y la muerte puede ser también un negocio, un negocio que se presenta con todos los tintes de la bondad y del altruismo y eso fue lo que miré ayer en las redes. Ayer constaté un anuncio en las redes sociales que hacía visible un nuevo emprendimiento que se dedica a venta de sarcófagos que, según la advertencia de sus fabricantes, se confeccionan con materiales de muchísima calidad.
Los precios asustan y su constatación podría provocar otras muertes; un ataúd sencillo puede costar 10.000 pesos, mientras que los confeccionados con maderas de mejor calidad exhiben elevadísimos precios que pueden llegar a los 500 dólares. Y eso nos pone en alerta. Morirse en Cuba es una osadía grande, y no me extrañaré si es que tropiezo alguna vez con un cuerpo muerto, en descomposición, en algún sitio visible, y es que morirse en Cuba también podría convertirse en un lujo grande, en ostentación.