lunes, octubre 6, 2025
Cuba

La cicatriz colectiva y la mentalidad de campamento


Los cubanos estamos asistiendo a la normalización de la miseria, a la banalización de la indigencia, a la entronización de la mentalidad de campamento.

LA HABANA, Cuba. – No puedo evitar indignarme, encabronarme y más, cuando escucho a alguien anunciar, cual si fuera lo más normal y natural del mundo, que “nos toca el apagón a tal hora”.

No, nos toca, no nos corresponde por obligación alguna, no es nuestro deber soportar impávidos el apagón cotidiano, puede que dos o tres veces al día, asados de calor, acribillados por las picaduras de mosquitos y jejenes y, para colmo, con las tripas crujiendo de hambre si no podemos usar la hornilla eléctrica y no tenemos gas para cocinar.

No, no nos toca: lo que nos toca, nos corresponde porque es nuestro derecho, porque somos seres humanos y no cucarachas, es la vida, no esta supervivencia miserable y cochambrosa que nos han impuesto unos mandamases que prefieren acabar con la nación antes que perder el poder.

Pero los sumisos y los resignados siguen diciendo, que “nos toca el apagón” a tal bloque, a tal hora (si no es antes) y por el tiempo que la Unión Eléctrica (UNE) estime necesario. Nos toca el apagón, como mismo “nos tocan” las tres libras de arroz y el puñadito de chícharos que nos debían desde hace dos meses, los pocos medicamentos que lleguen a la farmacia si es que tienes el tarjetón, el salario mensual si hay dinero en el cajero automático y no está roto, las cuatro cajetillas de cigarro al mes, el agua en la tubería cada tres o cuatro días, o la pipa para que, tras hacer la cola y fajarnos como perros, la carguemos a cubo.

Luego de los duros años del Periodo Especial no concebíamos que pudiéramos estar peor, mucho peor. Pero, como solía decir Raúl Castro, “¡Sí se puede!”. Solo hay que ver cómo estamos hoy.

Estamos asistiendo los cubanos, con una paciencia mayor que la de Job, a la normalización de la miseria, a la banalización de la indigencia, a la entronización de la mentalidad de campamento.

Nos estamos convirtiendo en una chusma intimidada que vive de cola en cola, rodeada de inmundicias, comiendo lo que aparezca, esperando que pongan la luz, repitiendo rituales de náufragos, buscando pretextos para justificar la impotencia, simulando júbilo a ritmo de reguetón.

Lo peor que le puede pasar a un pueblo es perder las esperanzas, renunciar a sus aspiraciones de mejoramiento y acostumbrarse a vivir, en un mísero submundo, como aves de corral. Es lo que le está pasando a los cubanos, con esta cultura colectiva de supervivencia que se ha desarrollado en los últimos años.

Tantos años de crisis y malas experiencias nos han dejado a los cubanos una muy fea y grande cicatriz colectiva que ya los mandamases no hallan el modo de disimular con sus mentiras y consignas ridículas.  

Olvídense de aquella fama que teníamos los cubanos de ser amistosos, compartidores, de buenos sentimientos… Los mecanismos de supervivencia para enfrentar el sálvese el que pueda cotidiano nos están haciendo cada vez más egoístas, insensibles, cínicos, marrulleros e inescrupulosos. Y los que se resisten a serlo, los que se niegan a las costumbres del potrero, a ser parte de la chusma y aceptar como normal lo que de ningún modo lo es, son vencidos por la depresión, la incomunicación y las neurosis de todo tipo.

Como mismo aumentan los delincuentes, cada vez hay más perdedores en esta sociedad. Los que no encuentran un modo de resistir, se tiran al alcohol o las drogas, se vuelven locos, se suicidan.

Está tan dañado el tejido psicosocial de la nación que cuando acabe esta pesadilla ―que no sabemos cómo pero algún día, de una puñetera vez se tiene que acabar― demorará en recomponerse  tantas décadas o más que las que le llevó al castrismo destruirlo.



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