La desconocida historia de la madre inmigrante y pobre de Donald Trump
La trataba como a una reina, la sentaba en una silla dorada en una sala palaciega para impresionar a sus visitas y se deshacía en elogios sobre cómo ella, por encima de todas las mujeres, le había «convertido en el hombre que era». Con
Donald Trump
encaminado a ser de nuevo presidente de los Estados Unidos,
derrotando a Kamala Harris en las elecciones
, echamos la vista atrás para recordar la historia de
Mary Anne MacLeod, la humilde inmigrante escocesa que, para bien o para mal, le convirtió en el hombre que es.
Nacida en las Islas Hébridas Exteriores, según su hijo, llegó a Nueva York con solo 50 dólares en el bolsillo y
tan pobre que ni siquiera tenía zapatos en los pies. Y, sin embargo, se convirtió en una respetada figura de la alta sociedad y la escena filantrópica de la Gran Manzana.
En sus memorias, el polémico magnate que en su campaña presidencial ha asegurado que pretende
deportar a once millones de inmigrantes ilegales del país, dice que admiraba el modo en que ella se conformaba con ser ama de casa, sin «quejarse nunca» de que su marido, Fred, un promotor inmobiliario hecho a sí mismo, no estuviera nunca en casa. En palabras de Michael D’Antonio, biógrafo de Trump: «A su manera, era tan dura, testaruda y ambiciosa como su marido».
El propio Trump la describió como «silenciosamente competitiva» y con
«un gran espíritu de lucha, como Braveheart». En una ocasión dijo que «parte del problema que he tenido con las mujeres ha sido tener que compararlas con mi increíble madre. Es inteligentísima».
Sin embargo, más tarde admitió que nunca había pensado que su madre fuera especialmente inteligente hasta que
su hermana Maryanne
le dijo que lo era. Trump tampoco la menciona en su biografía de su página web oficial. Y a pesar de que ella personifica la historia de un sueño americano que podría inspirar a sus votantes, ha evitado mencionarla durante su campaña.
La personificación del sueño americano
Las penurias económicas llevaron a Mary Anne a seguir a tres de sus hermanas y
empezar una nueva vida en Estados Unidos. La joven, cuya primera lengua era el gaélico, tomó el SS Transylvania de Glasgow a Nueva York en 1930. Dada la postura intransigente de su hijo respecto a la inmigración ilegal, se ha cuestionado si ella burló las leyes fronterizas y llegó con un visado de turista, aunque resulta que Mary, de hecho, tenía estatus de inmigrante de pleno derecho cuando zarpó.
Con solo 50 dólares como toda fortuna, se fue a vivir a Long Island, con una hermana mayor, Catherine, que había huido de Escocia para escapar de la deshonra de tener un hijo fuera del matrimonio. Mary Anne trabajó como sirvienta durante cuatro años antes de que Catherine le presentara en un baile a
Fred Trump
, un constructor neoyorquino de modales rudos y adicto al trabajo. Fred, que unos años antes había sido
detenido en un mitin del Ku Klux Klan, volvió a casa y dijo a sus padres que había conocido a su futura esposa.
Se casaron en 1936 y él la invitó a una luna de miel de 24 horas en Atlantic City antes de volver al trabajo. Fred Trump hizo una fortuna con el boom inmobiliario de la posguerra, construyendo edificios de apartamentos baratos que se negaba a alquilar a inquilinos negros.
Los Trump, ya ricos, acabaron mudándose a una mansión georgiana de ladrillo rojo de 23 habitaciones en el acomodado barrio de Jamaica Estates, en el distrito neoyorquino de Queens.
Él tenía un Cadillac, ella un Rolls-Royce, y también tenían chófer. Mary se nacionalizó estadounidense en 1942. Los Trump tuvieron cinco hijos, aunque el mayor de los tres, Fred Jr, murió en 1981. El patriarca de la familia, exigente y autoritario, imponía toques de queda a sus hijos, prohibiendo los animales domésticos, las palabrotas e incluso picar entre horas.
Mary Anne, que por supuesto lo sabía todo sobre la pobreza, compartía las ideas de su marido sobre el ahorro, y trataron de transmitirlas a sus hijos. Por ejemplo solía ir en su Rolls-Royce a los edificios de apartamentos propiedad de Trump solo para
recoger las monedas de las lavadoras.
Ahorradora, sincera y fiel a sus raíces
¿Cómo debió de ser estar casada con un hombre como Fred Trump? Su antigua nuera Ivana respondió hábilmente a esa pregunta años después, cuando relató
una anécdota en un restaurante con sus suegros. Los hombres eligieron filete, pero cuando Ivana intentó pedir pescado, Fred insistió en que ella también pidiera filete. Ivana se mantuvo firme. Cuando llegaron a casa, Donald le echó en cara que su padre solo lo había dicho «por amor».
Como explicó en sus memorias de 1997, Donald Trump pensaba que «había crecido en una familia muy normal», en la que «la agresividad, el deseo sexual y todo lo que conlleva estaban en la parte del hombre, no en la de la mujer». Su madre era, recuerda el político, «
un ama de casa muy tradicional, pero siempre tuvo un sentido del mundo más allá de ella». Añadía sobre ella que estaba «cautivada por la pompa y circunstancia, toda la idea de la realeza y el glamour», recordando cómo en 1953 se sentó frente al televisor para ver
la coronación de la reina Isabel
«sin moverse en todo un día».
Años después, la señora Trump no tuvo reparos en
mostrar su desaprobación por
el reprobable comportamiento
de su hijo. En 1990, se separó de su esposa Ivana tras tener una
aventura con la modelo Marla Maples
, pero Mary Anne asistió a la fiesta de cumpleaños de Ivana y leyó un poema que había escrito para ella. Ivana «siempre será un miembro de nuestra familia», le dijo.
Al año siguiente, Mary Anne, que ya tenía 79 años,
fue asaltada en la calle y terminó con las costillas rotas y la cara magullada, después de pelearse con un asaltante por solo 14 dólares que llevaba en el bolso. La madre de Donald Trump nunca olvidó sus raíces y visitó Escocia más de veinte veces antes de fallecer en 2000, justo un año después que su marido.