martes, marzo 18, 2025
Cuba

La desfachatez del apagón


LA HABANA.-La Isla apagada por el colapso del sistema eléctrico nacional de este fin de semana pero en el teatro donde los militares celebraban la Sexta Conferencia de la Asociación de Combatientes el derroche de luces y aplausos, de risotadas y condecoraciones nos mostraba la verdadera realidad del castrismo. Es decir, esa que ellos mismos han diseñado para ponerse a salvo de su propio desastre y que tiene por resultado un país entero en apagón pero los hoteles encendidos, una desfachatez que hasta el Ministerio de Turismo no duda en atribuirse como “logro”, cuando apenas es el único “plus” que puede ofrecer a los visitantes extranjeros.

Es como si tan excesiva dosis de miseria, durante años, hubiera aniquilado el sentido común, al punto de que se pueda llegar a pensar que alguien desea visitar un país, una ciudad, para encerrarse en un hotel iluminado y desde la ventana contemplar con satisfacción unas calles a oscuras, desoladas, aburridas donde la gente llora ante el refrigerador donde se les pudre la escasa comida que han podido comprar con el escaso salario.

Al parecer, ese “contraste” entre la luz y la oscuridad es “valor agregado” aquí donde algo tan normal como desayunar, beber un refresco, un café, usar papel higiénico, tener un auto incluso destartalado o tomar un taxi son privilegios de una lista casi interminable donde tener electricidad, es decir, contar con ella las 24 horas del día, o al menos durante la noche, es el mayor de los lujos, y así lo asumen esos funcionarios del turismo a los que les cuesta trabajo comprender por qué los extranjeros no visitan Cuba, a pesar de que hay luz en los hoteles (pero solo en ellos, así como en las casas de quienes ordenan construirlos e iluminarlos a pesar de la crisis, y del “bloqueo”).

Quizás, por ejemplo, la más reciente visita de Kevin Costner a Cuba estuvo motivada por esa “curiosidad” u oportunidad de sumergirse en la experiencia única de un rico apagón (así de excéntricos son los actores de Hollywood), así como causa satisfacción al vecino “nuevo rico” del barrio contemplar su casa iluminada por obra y gracia de una planta eléctrica mientras a su alrededor la gente corta leña para hacer una fogata o tiende el colchón en la azotea o en el portal para dormir con algo de fresco. En tal sentido, es decir, en el de sentir por un instante que el caos nos resbala, que nos es ajeno, el apagón tiene su “encanto”.

Se siente lo mismo que cuando, en virtud de una remesa, compramos comida en el mercado de 3ra. y 70 mientras que en la bodega la mayoría espera, aún en marzo, el arroz que no llega desde diciembre. O cuando vamos apretujados y sudorosos en un transporte colectivo pero nos alivia comprobar que hay decenas de personas aguardando en las paradas por un ómnibus que lleva horas sin pasar.

Parece que es reconfortante, en medio de ruinas y abandonos, de oscuridades y pestilencias, descubrirse como excepción, sentir aunque sea por un rato que somos como los preferidos de los dioses solo porque no estamos allí, al otro lado de la ventana del hotel, en donde la oscuridad se traga todo y nos ahoga en ella.

“No protestes por los apagones y cómprate una planta eléctrica”, nos recomendaba hace unos días cierta actriz en un desafortunado comercial que apenas refleja esa “nueva” mentalidad estúpida que se va imponiendo entre nosotros los cubanos, y que con todo propósito se irradia desde donde mismo nos llega lo de la “resistencia creativa”, así como el cosplay de Drácula protagonizado por Sandro Castro pero al que, más allá de lo ridículo, hay que reconocerle la exacta reproducción de lo que es en realidad la élite castrista: una recua de bandidos y vampiros de sangre (y de energía).

Si algún mérito hay que atribuirle al Sandro es precisamente la desfachatez con que nos muestra cuán desfachatados son en realidad los hipócritas “dirigentes” del castrismo y su continuidad, así como cuán inmune es ese cuerpo de “privilegiados” que funciona como una verdadera familia mafiosa, y hasta dónde serían capaces de llegar por mantenerse en el poder.

Están desangrando al país y, lo peor, están proyectando ese egoísmo, esa desconexión con la realidad como norma y hasta de modelo a imitar incluso allí donde, no por los boinas negras que patrullan las calles sino por el estúpido miedo a perder “privilegios” (y en Cuba absolutamente todo lo es), la gente intentará “luchar” (o pondrán a luchar a sus familiares en Miami) por algún día tener en sus casas una planta eléctrica con la cual decirle al vecino que “han coronado”, aunque una hora de luz, en medio del apagón, les cueste lo que un litro de gasolina en el mercado negro.

Solo así, porque se normaliza el abuso como forma de gobierno y porque se aspira a ser parte de él, se puede entender que un teatro iluminado, repleto de militares, en medio de la “contingencia energética” no cause indignación, como tampoco los hoteles encendidos a pesar de la ausencia de turistas. Y es que, tanto en el fondo como en la superficie de nosotros los cubanos y cubanas, ha hecho nido, como suprema aspiración, esa desfachatez donde a muy pocos les parece absurdo, ni siquiera ofensivo, lo que está ocurriendo.

En ese pensamiento que se impone, la alternativa al apagón no es la protesta (en tanto es consecuencia de la desfachatez de quienes gobiernan) sino la aspiración a tener  algún día una planta eléctrica (a pesar de la escasez de dólares y combustible) que nos ponga al nivel de los chupasangre, que nos convierta en ellos, por eso aunque lloremos frente al refrigerador mientras se pudre la comida, ni las lágrimas nuestras ni las de nuestros hijos resultan suficientes para colmar nuestra paciencia y tomar las calles. 



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