La extravagante antencesora familiar de María Pombo que era la mano derecha de Coco Chanel
Las vueltas que da la vida y lo que se enredan las genealogías. Podríamos hablar largo y tendido de
Álvaro Pombo (1939),
ganador del Premio Cervantes
2024 por poeta y narrador, pero vamos a hacerlo de su abuela. Del «gran mundo» de Ana de Pombo, que su nieto con su «extraordinaria personalidad creadora», palabras del jurado, ya noveló.
La estrambótica
Ana de Pombo, proveniente de una familia aristócrata, cántabra para más señas, solo podía ser
amiga de Jean Cocteau
. El touche-à-tout, como le llaman los franceses porque hacía de todo y con arte además, la apodaba tirando de surrealismo «profesora de castañuelas científicas». Y cabía imaginar que ese hidalgo que es Álvaro Pombo tuviera una antepasada así, tan bohemia, tan mundana y tan chic. El parentesco, aunque lejanísimo, echa el lazo
también a María Pombo y familia, ellas de la nobleza de Instagram.
Decíamos Cocteau porque fue él quien pintó los famosos paneles de su boutique-bar marbellí La Maroma, «con rejas para que la belleza no se escape». Allí De Pombo vendía sus sorprendentes sombreros. Y
la duquesa de Windsor, Wallis Simpson
, la de Kent o
Marlene Dietrich los compraban. En una suerte y preludio de Ascot. Marbella fue, en efecto, su pequeña revolución y su retiro de oro antes de fallecer en Madrid en 1985. Pero Ana de Pombo ya se había multiplicado por dos y por tres.
Madame de Pombo había sido
bailarina, diseñadora, periodista de moda, sobre todo relaciones públicas y hasta autora de versos (ahí están los poemarios A tu puerta y 37 poemas). Todo a la vez y en todas partes. En el último libro de los citados, se autodefinía como «la loca, la tonta, la saltimbanqui». También «niña verde, niña del río».
Olvidada y recordada al mismo tiempo, tiene su propia biógrafa, la escritora y periodista
Lola Gavarrón, para quien Ana de Pombo es, según nos ha retratado, «una mujer que no se puede dejar pasar. A mí me fascinó cuando en los años noventa me hablaron de ella, accedí a sus álbumes fotográficos a través de su heredera Lolita y estuve tres años siguiendo sus huellas como un sabueso enamorado».
De dama de compañía de la reina Victoria Eugenia a París
Gavarrón no puede ni quiere disimular su fervor: «Era
una mujer fabulosa que además se tenía tomada la medida porque siempre se presentaba como una persona que no pisaba tierra. Los mundos en que se movía eran enormes, han desaparecido y ella puso su huella. Yo pensé que merecía dejar ese rastro escrito».
El porqué de su pasión por el personaje está cantado: «Ella es
el primer divorcio sonado de Santander. Ella pasa de
dama de compañía de la reina Victoria Eugenia y casada con un Pombo a irse con lo puesto a París, Y no se lleva a los hijos porque el marido se lo impide. También fue pionera de la Marbella dorada». En resumidas cuentas, «una mujer con una gran fantasía y locura que además era inofensiva. Ana iba a lo suyo, a vivir y dejar vivir. Y, desde luego, en moda, en decoración y en danza marcó hitos, marcó pautas y abrió caminos».
Si en 2019 apareció la biografía de Lola Gavarrón, llamada simplemente Ana de Pombo, en 2023 fue carne de teatro y de documental. Este último,
Mi última condena, de Juan Mata, recogía el testigo de su autobiografía homónima, que le prologó nada menos que
Cayetana de Alba en 1971
. «Tolerancia pido al mundo porque no debí comprenderlo rectamente», había dejado escrito. En sus páginas contaba su vida en cuatro apartados y renombrándose: Ana de Pombo, Ana de París, Ana de España y Ana del Mundo. Era «un periodo inventivo e ingenioso» y la abuela, apunta el nieto académico en la citada película, «una diva bagatela». ¿Su mayor defecto según él? «No leía».
Quién era Ana de Pombo
Para empezar, Ana de Pombo no era su nombre de nacimiento, sino el más rimbombante
Ana Caller de Donesteve. Se casó a sus tempranos 17 años con el ilustre Cayo Pombo, veinte años mayor, con quien tuvo dos hijos: Cayo, padre del escritor, y Álvaro, fallecido en la Guerra Civil. Pero en los años veinte le abandonó, y con él «la vida enclaustrada y provinciana», para lanzarse a la aventura de vivir la revuelta artística de aquel París de entreguerras. Que era
el París de Gabrielle Chanel
y de Balenciaga.
Tampoco el autor de
El héroe de las mansardas de Mansard nombró a su yaya como Ana de Pombo en
Un gran mundo (Destino). Y ni siquiera se remontó a su nombre de soltera, sino que optó por un austero tía Elvira. El personaje de corte familiar no podía ocultar a la extravagante pero cabal persona que se ganó los respetos de
Eva Perón allá en Buenos Aires
, a la que incluso diseñó los trajes con los que luego se pasearía como una reina por Europa y nuestro país en el verano de 1947.
Delataba también a la empresaria que regentó la tienda madrileña de Claudio Coello 35 junto a su tercer marido, el joven decorador Pablo Olivera. Tebas era su reino. Porque a la costura, las antigüedades, las exposiciones y demás se sumaba
un tablao en la bodega, donde el propio Pombo llegó a recitar poesía. Por allí pasaron
Lola Flores, Rocío Dúrcal
, Paquita Rico y un jugoso plantel de folclóricas. «Llegó a decorar importantes mansiones madrileñas como la de su amigo Balenciaga en la calle Álvarez de Baena», detalla Gavarrón.
Ocurrió antes de recalar en la
Costa del Sol como parte de ese gran mundo en el que
tanto cabía Audrey Hepburn
como Orson Welles, Edgar Neville o Gregorio Marañón. En ella convergían la alta costura, la alta sociedad, los corrillos culturales y políticos, y la farándula. Frívola pero cultivada, lucía palmito en un acto institucional al más alto nivel, pero también en una zambra gitana. Muy al estilo de la duquesa de Alba.
Había nacido en La Cavada (Cantabria), de casas muy principales y sobre el río Miera, entre 1895 y 1900 (las cifras también bailan). Heredó de su madre, Elvira de Donesteve, un sobresaliente oído musical, que la arrastró a
estudiar música en Barcelona con el mismísimo Enrique Granados. Más tarde escribiría letras, por ejemplo, para las sonatas de Mendelssohn. Un alarde de educación exquisita, institutriz irlandesa incluida y formación en Liverpool.
Cómo entró a trabajar con Coco Chanel
Con semejante perfil le fue fácil ganarse a los diletantes de París, abrir su maison Elviana (de Elvira, su hermana, y Ana) en la rue Tronchet, junto a la iglesia de la Madeleine, y forjar su propia leyenda. «En París cuaja. La verdad es que
la reina Victoria Eugenia
la ayudó mucho y figuraba entre su clientela», recuerda Lola Gavarrón. Ay, aquellos veranos en Santander.
No tardó en tropezarse con la suerte. Por invitación del conde de Koutosoff, a cargo de la cosa publicitaria, la autoproclamada condesa saltó a
trabajar con Coco Chanel
, poner volantes a sus diseños, vivir con la dama de las camelias como secretaria personal y hasta dirigir la boutique que la mítica diseñadora abrió en
Biarritz. Pero en 1934 el idilio dorado llegó a su final no precisamente feliz. «Eran dos lobas y todo entre ellas resultaba difícil», asegura su biógrafa. Así que Ana de Pombo la dejó por Jeanne Paquin, «que fue su máximo logro», añade Gavarrón.
Los trajes que diseñó para la
casa Paquin -toques folclóricos, encajes, todo muy emperatriz Eugenia y peletería al poder- cuelgan en el Victoria & Albert Museum de Londres o en el Metropolitan de Nueva York. Una actividad que compaginaba, tal y como nos comenta Lola Gavarrón, «con sus performances como Isadora Duncan». Todo en ella fácilmente se elevaba al infinito. También en lo matrimonial. Se casó hasta tres veces, porque tuvo un marido más entre los citados, este fugaz: el arquitecto uruguayo Fernando Capurro.
Es la misma Ana de Pombo que
bailaba como Ana de España «con una colección de trajes regionales preciosísimos que le habían hecho en Paquin. Y sale en escena pero no en cualquier sitio, sino en la Salle Favart, en la Salle Pleyel o en la Ópera de París», en palabras de la periodista. Lo hacía inesperadamente siguiendo los pasos marcados por Granados, Turina, Falla y Albéniz, pero también y sin dejar las castañuelas interpretando a Bach o a Schubert, «lo que la hace todavía más increíble».
Su biografía está aderezada por si fuera poco con un pizca de noir. Al parecer, fue acusada de colaboracionista en la Francia ocupada por los nazis, cuando ya tenía boutique con su nombre en París y Madrid (Hermosilla, 12). La «denunció» la
condesa de Romanones, Aline Griffith
, en su libro
La espía que vestía de rojo. Cierto es que hubo cargos contra ella y hasta pasó unos días en prisión, por supuesto, vestida de Chanel. De morir, con las botas puestas.
«Mikel Albero, que está haciendo una tesis doctoral en París sobre los otros Balenciaga, sobre Ana de Pombo,
Julio Laffitte y Antonio Cánovas del Castillo, dice que Ana se dejó querer por los alemanes porque cuando llega a Madrid en el año 41 o 42 está arruinada y, como todo lo concebía a lo grande, ese dinero, si es que se lo dieron, no le vino mal», agrega sobre este capítulo oscuro Lola Gavarrón.
Del Santander de la
Belle Époque a la recién nacida
Marbella de las fiestas memorables
, pasando por el Sena, Buenos Aires y el viejo Madrid, la abuela de Álvaro Pombo fue una adelantada a su tiempo con todas las letras en «un mundo estético, no ético, y con un poco de trapacería», describe el Premio Cervantes en Mi última condena. Igualmente una influencer de tomo y lomo cuando los entresijos de la bohemia y la moda se escribían en francés.