viernes, noviembre 22, 2024
Cuba

La Habana que nos queda


En el conocidísimo tema “Volver”, Gardel y Le Pera hablan de las luces de una ciudad a la que regresan: “Yo adivino el parpadeo/ de las luces, que a lo lejos/ van marcando mi retorno”.

Significa que, durante mucho tiempo, quien regrese a La Habana como canta Carlos Gardel, se destarrará contra los arrecifes de la ciudad, porque de “parpadeo”, nada. Y de luces, mucho menos. En lo que antes había una bella ciudad, han instalado un agujero negro.

Muchos le han cantado a La Habana. Cantos hermosos que hoy parecen una burla, o que son de ciencia ficción. Hasta los ingleses la desearon y no sería extraño encontrar un día alguna balada habanera en una taberna de Yorkshire. La ciudad también inspiró las famosas habaneras. Lamentos nostálgicos que se cantan en algunos puertos del Mediterráneo. Y hoy, como está ahora mismo la capital al cumplir 505 años, no dudo que comiencen otros lamentos en el malecón.

No sería aconsejable. Los aullidos agitarían violentamente el mar, y este, a los arrecifes, peligrarían embarcaciones menores y las edificaciones más cercanas. Los policías sufrirían daños cerebrales, más de los que ya tienen. Y los barcos varados en la entrada del puerto, cargados de combustible y comida, a la espera de que les paguen sus productos, se hundirían lentamente y ya no habría nada de nada.

No haría falta entonces una fuerza semejante a la del huracán Rafael, que dejó heridas a su paso, antes del cumpleaños de la ciudad. “La gobernadora de La Habana, Yanet Hernández Pérez, dijo que han ocurrido de momento alrededor de 461 derrumbes totales y parciales, cayeron 495 postes con más de 100 transformadores y se produjeron afectaciones en la infraestructura del gas”. Es frustrante que caiga todo y no lo haga el gobierno ineficaz y absurdo. Ese que promete construir el socialismo sin materiales.

Hoy sonaría como una burla tremenda la canción de Rolando Vergara que popularizaron Los Zafiros:

Habana, hermosa Habana
Lindo es tu Prado, lindas son tus calles
bello es tu mar
Habana
a ti llega mi canto
como el gemir de violines,
que solo tocan para ti

A estas alturas, el tema provocaría algunas preguntas: ¿Lindo es tu Prado? ¿Lindas tus calles? ¿Hermosa Habana?

Tania Castellanos también se conmovió con la belleza y vitalidad de la urbe y aportó su canción, que dice: “Qué hermosa es mi Habana al caer el sol, bordeando la costa hacia el malecón”. Viendo las ruinas que han quedado de todo aquello uno llega a pensar que el sol le cayó encima y casi la trituró.

En los años 80 del pasado siglo una amiga acompañó a una visitante argentina por La Habana. Le mostró algunos barrios y la señora estaba cada vez más impresionada. Al final del recorrido, aquella ingenua mujer le dijo, bastante insultada, a su acompañante: -Batista era un verdadero criminal. Hay que ver cómo bombardeó a La Habana-. Si la turista revolucionaria volviera hoy, pensaría que la habían bombardeado los nazis.

Los que logren distinguir la ciudad tras las montañas de escombros y basura, y hayan leído que “La Habana ha sabido conservar, como pocas ciudades americanas, el patrimonio arquitectónico de su pasado colonial”, pudieran pensar que se han equivocado de sitio y han llegado a Mayabeque, donde los daños del huracán han sido más significativos. Pocos conocen que “Diego Velázquez  realizó la primera fundación de La Habana en el año 1515, en tierras ubicadas al sur de su localización actual, hoy ocupadas por el Surgidero de Batabanó”. 

Es curioso que en aquel entonces, “a consecuencia de las plagas de insectos y de reconocerse malsano dicho sitio, sobre todo para los recién nacidos, se trasladó a poco la villa a la desembocadura del río Casaguas, hoy Chorrera o Almendares”. Los insectos se multiplican y la condición malsana continúa y se acrecienta, pero no hay adónde trasladarla dentro del territorio nacional y ya la gente está acostumbrada y se ha mantenido la esperanza de que no se derrumbe totalmente.

Muchos se han enamorado de La Habana y no les importa que hoy sea una anciana de 505 años. Está instalada en la nostalgia y en el recuerdo, y ha recibido premios, como esa absurda distinción que hoy cobra otro sentido: “en 2016, la fundación suiza New7Wonders la catalogó, en un acto de mayúscula ironía, como una Ciudad Maravilla”. Y el tiempo les ha dado la razón: la maravilla es que se mantenga en pie.

Pobre ciudad que fundó Diego Velázquez para que la desfundaran quienes debían haberla conservado y enriquecido. O no. Porque el primero, el que más odiaba a La Habana, era el demente comandante en jefe Fidel Castro, porque nunca pudo brillar en ella, patón como era, arisco al baile y a los chistes, pesado y bofe. Le tiró a matar desde el inicio, con su aire de gánster cobardito. La dejó sin reparaciones ni agua, sin pinturas o materiales y la única herencia de su paso fue Alamar, que debió llamarse Alamier. 

Luego aflojó los edificios, históricos y sin historia, con aquellas constantes explosiones subterráneas, en su obsesión por los túneles populares para esconderse ellos, con el pretexto de construir el Metro de La Habana. La lluvia y el viento aportaron lo suyo. Y ahora se desmoronan los edificios con el más tímido rocío.

El abandono y el desinterés la hirieron de muerte. Le han provocado a la antes espléndida Habana un daño oncológico, que otros dicen “ontológico”, pero el oncológico es más grave. Y es también un daño odontológico, porque nadie sonríe al ver a la ciudad tan destrozada.

Hoy La Habana parece recién asaltada de nuevo por Jacques de Sores, que en su día no dejó piedra sobre piedra.

 



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