la historia de un amor «prohibido»
SANTA CLARA, Cuba. – De pasiones condenadas por la moral, presuntos adulterios y desavenencias matrimoniales está repleta la historia de Cuba, aunque poco se reseñe en los libros o en la prensa oficial, más dedicados a agasajar la trayectoria amorosa “sin mancha” de próceres, héroes o figuras relevantes.
En torno a la familia de “La Benefactora” de Santa Clara, Marta Abreu de Estévez, se urdió uno de los escándalos más famosos de principios del siglo XX, un golpe del cual la generosa mujer jamás logró recuperarse a pesar de su evidente carácter progresista. La protagonista de tal disgusto fue la adinerada dama matancera Catalina Lasa del Río, quien había contraído matrimonio con Pedro Estévez, el único hijo de Marta y Luis Estévez.
Catalina fue descrita como una mujer de profundos ojos azules, culta y elegante que vestía alta costura parisina. La crónica social la reconocía como la “Maga halagadora”. En aquel entonces, Pedro, quien se suponía dueño y señor del corazón de su esposa, solía exhibirla orondo en concurridas tertulias y salones de baile, pero la providencia jugó en su contra cuando apareció en la escena de la alta sociedad capitalina el acaudalado terrateniente Juan Pedro Baró, marqués de Santa Rita y vizconde de Canet de Mar.
El ya cuarentón Juan Baró ganó de inmediato la simpatía de la joven Catalina, dando por iniciada una relación súbita, secreta y prohibida, digna de un argumento de novela. Justo como si se tratara de una versión criolla de Ana Karenina, los amantes trataron a toda costa de mantener su romance a escondidas y solían frecuentar una suite del hotel Inglaterra, no sin levantar sospechas entre sus propios allegados. Se cuenta que fue la hermana de Marta, Rosalía Abreu, la propietaria del aparatoso palacete de la Finca de los Monos, quien contrató un detective privado para confirmar los rumores de infidelidad y ultraje hacia su sobrino.
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Los amoríos de Catalina fueron considerados un ataque al decoro familiar, teniendo en cuenta el prestigio ganado por Marta debido a su infinidad de obras benéficas. También repercutieron, de cierto modo, en el ámbito político, debido a que el señor Luis Estévez Romero había ocupado el cargo de primer vicepresidente de la República de Cuba. Incluso el periódico El Fígaro dedicó un artículo a repudiar este caso específico de adulterio que en poco tiempo se tornó prácticamente de dominio público.
Según se narra en un artículo firmado por Augusto Prieto sobre el criticado romance, en una ocasión, durante una función de ópera en el Gran Teatro, “el público se retiró en señal de protesta por su presencia, y Catalina despojándose de sus joyas las arrojó sobre el escenario para que la compañía continuara cantando solo para ellos”.
Aunque Catalina intentó solicitar la separación formal a su esposo, este se negó rotundamente no sin antes retirarle la custodia de sus tres hijos. Pedro hasta llegó a abrir un expediente judicial contra ella, incluyendo una orden de captura por bigamia, por lo que la nueva pareja se vio obligada a huir disfrazada hacia Europa.
Asentados en el entonces más desprejuiciado ámbito parisino llegaron a solicitar al papa Benedicto XV la anulación religiosa del matrimonio. Con la anuencia y bendición del Vaticano lograron contraer nupcias por la Iglesia, aunque aún no estarían dispuestos a regresar a la Isla, hasta que se aprobara legalmente la separación civil entre la propia Catalina y Pedro.
Son varias las referencias históricas y biográficas de estos amantes que reseñan la pasión inconmensurable que se profesaban y que en cierto modo justificó todo el despiadado recelo público que debieron sufrir hasta autenticar su relación. Resulta que fue tanta la insistencia del propio Baró al entonces presidente cubano, Mario García Menocal, para que aprobara alguna normativa que los beneficiara, que logró finalmente que en julio de 1918 se promulgara en Cuba la Ley de Divorcio, también la primera de Latinoamérica.
Catalina Lasa y Pedro Estévez pasarían a la historia como los primeros cónyuges separados por ley en la historia de la Isla. Tras las fructíferas gestiones a su favor, Lasa y Baró regresaron a La Habana para conseguir su nuevo estatus matrimonial y fueron incluso invitados a cenar al Palacio Presidencial a modo de readmisión en la sociedad que previamente los había rechazado.
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En alarde de su riqueza y tal vez en gran medida para demostrar que el amor entre ambos no había sido producto del capricho, Baró mandó a construir una mansión extravagante en El Vedado, de estilo ecléctico, con fachada renacentista e interiores art déco en el que se empleó mármoles de Carrara y hasta arena del río Nilo. Como si no fuera poco, rodeó el palacete de jardines en el que plantó una especie de rosa bautizada con el nombre de su querida esposa, un cruce de una variedad húngara con otra cubana, de color amarillo con tonos rosados.
Sin embargo, la felicidad duró poco para la pareja de casados, que apenas pudo disfrutar por un breve período de la lujosa vivienda: Catalina enfermó y fue llevada por su esposo a París. Fue tanto el deterioro físico que sufrió la mujer, que Baró cubría los espejos de la casa que habitaban en un acto de profundo idilio y devoción.
Catalina finalmente falleció en los brazos de su amado, en 1930, a los 55 años, y su cuerpo embalsamado fue traído a Cuba para darle sepultura con todas sus joyas en otro palacio mortuorio, también de estilo art déco con alardes arquitectónicos, en la avenida central de la necrópolis de Colón, y que le costó a Juan Baró la suma de un millón de pesos oro. El viudo visitó la tumba a diario hasta su muerte en 1940, cuando se dice lo enterraron de pie como guardián eterno de la mujer que tanto amara.
El mausoleo, que aún hoy no suele pasar desapercibido por ningún visitante al camposanto, fue profanado y vandalizado en múltiples ocasiones. En 2018 el dramaturgo y ensayista Norge Espinosa denunció el estado del panteón en el que habían desaparecido sospechosamente los cristales de las mamparas y el ramo de rosas hechas con joyería. “Celebrado y comentado en tantas guías turísticas como uno de los ejemplos más destacados del art déco cubano, debe asombrar y espantar, por su deterioro, a quienes intenten descubrirlo y fotografiarlo tan cerca de la puerta de la necrópolis”, refirió Espinosa en su artículo.
Sobre la vida posterior del “agraviado” Pedro Estévez se conoce que quedó a cargo de sus tres hijos con Catalina: Luis, Pedro y Marta, y que, tras la muerte de su madre, volvió a contraer matrimonio en Francia.