La misión Polaris Dawn lleva a sus astronautas a la órbita más alta lograda por humanos
Con muy poco tiempo después de su partida, que tuvo lugar ayer 10 de septiembre, la misión privada Polaris Dawn ya ha batido varios récords: el más llamativo ha sido alcanzar el apogeo, a una altitud de 1,400 kilómetros de la Tierra. Este es un nuevo récord para una misión en órbita terrestre, el anterior lo estableció la misión Gemini 11, que alcanzó los 1,374 kilómetros en septiembre de 1966; y una distancia que la humanidad no alcanzaba desde hace más de medio siglo, es decir, desde las misiones lunares Apolo.
La marca llegó después de alcanzar otros objetivos. En un post de X, SpaceX, la empresa de Elon Musk; cuyos medios y servicios están haciendo posible la misión, anunció que después de dos horas del despegue, la tripulación probó por primera vez las comunicaciones Starlink basadas en láser para transmitir un mensaje a la Tierra, con el objetivo de proporcionar datos valiosos para futuros sistemas de comunicación en la Luna, en Marte y en el espacio profundo. «Se podría pensar que conseguir internet sería tan fácil como pulsar un interruptor, pero no es así», puntualizó la especialista de la misión, Sarah Gillis, antes de la salida.
«Estamos hablando de un láser que envía información a un satélite Starlink que se mueve a velocidad orbital, a más de 28,000 kilómetros por hora, de vuelta a la Tierra y luego de regreso». Las pruebas, realizadas con los primeros experimentos científicos previstos, duraron un total de tres horas y media.
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Tal y como estaba previsto, Polaris Dawn también atravesó una porción de los cinturones de Van Allen conocida como»anomalía del Atlántico Sur», una región de alta radiación causada por un desfase entre el campo magnético de la Tierra respecto al centro de masas. Como señaló Jared Isaacman, el comandante y financiador de la misión, en términos de carga radioactiva, las misiones pasadas por esa zona equivalen a «tres meses en la Estación Espacial Internacional (ISS)». Los datos proporcionados por la cápsula Dragon Resilience y su tripulación prometen ser de un valor incalculable para la investigación y la ciencia, sobre todo de cara a largas estancias más allá de la atmósfera terrestre, donde la exposición a la radiación es un factor crítico a gestionar.