domingo, noviembre 24, 2024
Cuba

La política contamina cualquier creación en Cuba


LA HABANA, Cuba. – El cineasta cubano Pavel Giroud Eirea es una de las figuras más reconocidas del panorama cinematográfico de la Isla actualmente. El realizador nacido en La Habana en 1973 ahora reside en España, donde ha intentado desplegar una carrera alejado de las restricciones y políticas de censura de las instituciones de la Isla.

En Cuba dirigió Tres veces dos, La edad de la peseta y Omerta, mientras que desde España ha hecho Playing Lecuona, El Acompañante y El caso Padilla. Actualmente se encuentra terminando el que será su filme Comandante Fritz.

―¿De qué manera encuentra la idea de la trama para un filme?

―En esto no hay fórmulas. Cuando vi Memorias del subdesarrollo me llevé conmigo: “Desde que se quemó El Encanto, La Habana parece una capital de provincia”. Esa frase marcó Tres veces dos. Omerta surge por las historias acerca de los tesoros ocultos en casas cubanas, pertenecientes a gente acaudalada. El acompañante surge por un titular de prensa: “Cuba es de los países con mejores índices de infectados por VIH”.

Me pregunté cómo era posible eso en un país donde el sexo es el deporte nacional y encontré la respuesta en el régimen de control casi carcelario que impuso el Gobierno para controlar la propagación. En el caso de La edad de la peseta y Comandante Fritz, me han llegado guiones de Arturo Infante y luego los he trabajado con él intentando hacerlos míos.

―¿Cómo escoge el elenco para una producción?

―Es un proceso que varía, no soy de hacer mucho casting. Para El acompañante el protagonista iba a ser Lázaro Ramos, el reconocido actor brasilero, pero le surgió un problema personal. Comencé a buscar alternativas. Se me ocurre Yotuel por su físico, y él me convenció de que el personaje era suyo. Es uno de los actores con más entrega y disciplina que he tenido en mi carrera.

Fue mi madre quien me recomendó a Yadier Fernández para Omerta, y a Camila Arteche para el personaje de Lisandra en El acompañante. Omerta la escribí para Reynaldo Miravalles, pero me dijeron en el ICAIC que de eso nada por tema político. Entonces recordé a un actor que me fascinaba en mi niñez, Manuel Porto. Un caso curioso es el de mi próxima película, que había tenido a otro director antes y había elegido a algunos actores; su elección me pareció perfecta y la mantuve.

―¿Cuándo comenzó su carrera como director de cine independiente?

―Siempre he sido un realizador independiente. Aunque hice dos películas con el ICAIC, coproducidas con España, nunca me interesó ser nómina de ninguna institución, ni como diseñador, que es mi verdadera profesión, ni como cineasta. Y, aunque antes de mi generación se hacía cine independiente en Cuba, el primero que usó ese término fui yo en el cartel publicitario del cortometraje Todo por ella.

Aproveché que estaba de moda el cine independiente norteamericano y lo usé como gancho. Poco después se personaron dos agentes de la Contrainteligencia en mi casa para preguntarme qué era eso de cine independiente, convencidos que todos los independientes, sobre todo economistas y periodistas, estaban al servicio de “el imperio yanqui”.

―¿Por qué tomar la decisión aún en Cuba de no producir más con el ICAIC?

―Mi ruptura fue a raíz de Omerta, que se financia gracias a un premio que obtuve con su guion (eso hizo que TV Española y una productora española entraran y se completara el financiamiento). Cuando terminamos de rodar me dijeron que no podían pagarles a los trabajadores porque el dinero de mi película era para pagos atrasados que tenían de dos filmes de los que producía el Ministerio de Cultura.

Discutí con Omar González, entonces presidente y le dije que el dinero no era para suplir la ineficiencia del ICAIC, sino para los trabajadores de mi película. Lo logré, pero decidí que con ellos nada más. Nunca hice películas con fondos netamente estatales; al contrario, en lugar de chuparles dinero, les traje. Durante años, La edad de la peseta fue la película cubana que más dinero generó por ventas de derechos a televisoras, después de Fresa y chocolate.

―¿Qué ventajas y desventajas tiene hacer cine independiente en la Isla?

―Las mismas que tiene ser un emprendedor y no un empleado. No hay mayor ventaja que la de la libertad ni mayor riesgo que el de la incertidumbre que comienza en el proceso creativo y puede terminar en que te llamen a tu puerta las autoridades policiales para ver en qué andas, advertirte, amenazarte y hasta llevarte preso por hacer uso de esas libertades. Recibí unas “amables” advertencias y el ofrecimiento de colaborar con ellos, algo a lo que me negué con la misma amabilidad.

―¿Definen los premios el talento detrás de una película?

―Depende de qué tipo de premio y de quién lo otorga. Un premio en un evento cinematográfico prestigioso a un director de fotografía reconoce el buen trabajo. “El Machete de Maceo” por tu obra cinematográfica te premia más por ser fiel al régimen que por tus méritos artísticos.

El error es perseguir los premios, si te los dan, úsalos. Es un buen elemento de promoción y ayuda al proyecto venidero. Preferiría que no se concursara, pero ya que se concursa y los premios forman parte del juego, hay que sumarlos a tu causa. Alégrate por recibirlos, pero no te vengas abajo cuando no te los den.

―¿Cuán limitada es la producción audiovisual en Cuba?

―Siempre fue poca, incluso en sus momentos más fértiles, y es lo normal en un país pequeño. El cine cubano antes de la Revolución era escaso y de poco nivel, salvo alguna excepción. Cuando se funda el ICAIC, el cine era la plataforma perfecta para vender y exportar un producto social, la cual contribuyó a reafirmar la imagen de Fidel Castro y los barbudos como íconos heroicos.

En los años 70 y 80, el Estado le inyectaba mucho dinero al cine y fue muy popular; en los 90 se desmorona el país, y el cine con él. Viene la época de las coproducciones, sobre todo con España y Francia; ese modelo dinamizó la industria. En los 2000 irrumpe mi generación, el ICAIC nos abre la puerta a los independientes. El cine independiente cubano es el que ahora va a los grandes festivales, el que gana o es nominado a importantes premios.

―¿Cuánto media la política en el contenido cinematográfico que se realiza en Cuba actualmente?

―La política contamina cualquier creación en Cuba, salvo a los que pintan arcoíris o flores y hacen poemas a la primavera. En mis películas media la Revolución Cubana como un personaje más, incluso en las que parece que no. Por ejemplo, en Omerta, la Revolución acaba con el mundo al que pertenecía mi protagonista. En Playing Lecuona, se echa del país a su músico más reconocido, aunque de eso apenas se hable en el filme.

En El acompañante, la Revolución tiene prisionero a su protagonista, por estar contagiado con VIH. En El caso Padilla, no tengo que explicar lo que le hizo al poeta y a la intelectualidad cubana; y en Comandante Fritz, la Revolución según un diálogo de su protagonista, le vigila hasta los sueños, después de haberle frustrado el mayor de ellos.

―¿En cuánto influyó la situación del cine cubano y las restricciones en su salida del país?

―En el 2000 estuve a punto de quedarme en Nueva York después de haber pasado unos meses allí, pero tuve la corazonada de que en Cuba iba a pasar algo y así fue, mi carrera despegó y no me faltaba trabajo, rodaba películas y podía vivir de hacer videoclips, promociones y documentales para la industria musical. Vivía cómodo únicamente de mi trabajo, pero decidí irme por mi familia.

Nació mi hijo, y su madre y yo teníamos muy claro que no queríamos para él la educación que estábamos viendo en la escuela, no solo por adoctrinamiento, sino por los maestros. Entre eso, y que había tocado techo en mi profesión, me excitaba la idea de recomenzar. He pasado por momentos muy complicados, pero ni en ellos me arrepentí de haber tomado esa decisión. Me consideré un emigrante, pues iba a Cuba un par de veces al año, después de hacer El caso Padilla sí palpo el sentimiento de exilio.

―¿Qué opinión tiene sobre la industria cinematográfica en Cuba en estos momentos?

―De la situación de la producción en la Isla puedo hablarte poco. Lentamente le he ido perdiendo el pulso a Cuba. Creo que lo más interesante en la actualidad es que existe un creciente cine cubano en la diáspora, conviviendo con el que se hace allá.



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