La receta del Dr. Mau: “No es necesario sufrir para estar sano”
En medio de logros internacionales, del caos de una ruidosa sala de emergencias de Nueva York, la carrera de Mauricio González culminó en una fama inesperada. Es un icono de las redes sociales. Este éxito en nuevas plataformas de comunicación digital tal vez esté relacionado con el hecho de que escribe las recetas a mano, de que sigue creyendo en la auscultación, de que le importa, para el diagnóstico, el tacto clínico. Con un pensamiento analógico, revolucionó la comunicación digital. Él cree en la importancia de lo que comunica. No es lejano, no es frío, no se encierra en su conocimiento. El Dr. Mau está creando un cambio social compartiendo su pasión de vida. Volvió comprensible lo complejo. Su acercamiento al mundo es pedagógico. No nos oculta nada, sino que nos revela lo que él mismo entiende. No recomienda, comparte.
Entiende la tecnología y la utiliza. Pero también sabe que no hay forma de construir los puentes que tiende una mirada. La inteligencia artificial puede ayudar a generar diagnósticos, pero nunca va a reemplazar el tacto. Las redes sociales le dan un alcance global, pero no bastan. Lo que comunica no es el formato, sino su pasión por compartir conocimiento. La receta de su vida está ahí, para quien quiera tomarla.
Nos sentamos con el doctor Mauricio González en nuestras oficinas de la Ciudad de México para celebrar su reciente nombramiento como embajador de UNICEF. Su calidez se siente inmediatamente. Algo en él, un ser naturalmente inquieto, irradia calma. Es una persona agradable. Y lo que tiene que decir, importa.
Esta entrevista ha sido editada para facilitar su lectura.
WIRED: ¿Te sigue gustando ser doctor?
Dr. Mau: La medicina es fascinante. Tengo tres razones importantes para seguir haciendo lo que hago. En primer lugar, me mantiene humilde como ser humano. La medicina te hace saber, constantemente, que no lo sabes todo, que tienes que seguir estudiando, que tienes que consultar a personas que tienen más experiencia que tú. Es una forma de sencillez en este mundo desquiciado, lleno de pretensiones. En segundo lugar, la sala de emergencias es un gimnasio para la flexibilidad cognitiva. En un momento tengo un paciente con pancreatitis y al otro tengo un sangrado del tubo digestivo y después tengo un niño con una neumonía. Luego llega un infarto de miocardio. Para hacer frente a todo esto, tienes que ser de mente flexible y saltar entre patologías completamente distintas. En tercer lugar, al trabajar en una sala de emergencias, colaboras; creas vínculos con residentes, estudiantes de medicina, doctores, enfermeras, administradores, paramédicos… Esta forma de interrelacionarse y mantener una armonía entre personas que hacen distintas tareas es una belleza. Algo muy particular en mi vida es que el silencio y la soledad me causan estrés. Admiro a las personas que pueden sentarse en silencio y aislamiento. Personas como los escritores que pueden sentarse en una computadora, y estar pensando y escribiendo por horas. A mí eso me causa estrés. La sala de emergencias, al ser tan caótica, es como música para mis oídos. En este caos, sé exactamente qué hacer. Eso me genera tranquilidad y por eso también amo lo que hago. Amo, finalmente, trabajar con pacientes que tienen enfermedades crónico-degenerativas como diabetes u obesidad. Estos pacientes necesitan ser escuchados, necesitan ser educados y eso también es una parte fundamental de mi carrera como médico.