Las guaguas pasan cuando les da la gana
HOLGUÍN, Cuba. – “Lo del transporte es terrible. Ahora yo voy para el reparto Alcides Pino a visitar a mi hermana postrada y mi yerno enfermo. Voy a cada rato a ayudarlos, y no hay guaguas; por eso me voy en un Coquito [medio de transporte local más caro] que me cobra 300 pesos”, se queja la holguinera Loraine Almira.
La crisis del transporte en Cuba se muestra no solo en números alarmantes, sino también en las dificultades cotidianas de sus ciudadanos. La reciente caída del 12,2% en el uso de guaguas estatales, con una reducción del 29,6% en los viajes, ilustra un deterioro evidente en el sistema.
Por otro lado, el desorden en las paradas, la falta de horarios fiables y la aglomeración de pasajeros crean un ambiente caótico en el cual la competencia por montar a la guagua se convierte en una batalla.
El impacto de esta crisis no se limita a las cifras. Lorenzo Acosta, que vive en Damián, un pequeño poblado a 10 kilómetros de la ciudad de Holguín, enfrenta un reto diario: para llegar a su lugar de trabajo, gasta aproximadamente 400 pesos al día. Su viaje se divide en varios tramos: “Desde el parque El Quijote hasta el poblado del Coco pago una máquina [taxi] que me cobra 100 pesos. Del cruce del Coco al cruce de la Ceiba, 50 pesos, y del cruce de la Ceiba a Damián, otros 50. Son 200 para allá y 200 para acá, que en total suman 400 pesos, y a veces gasto más”, explica.
El informe más reciente de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) pone al descubierto una realidad preocupante: durante el primer semestre de 2024 y en comparación con el mismo período del año anterior, la cifra total de personas transportadas cayó de 510,1 millones a 448 millones.
Greisy Lam, atrapada en una parada congestionada a las 5:00 de la tarde, no ve luz al final del túnel. “Eso no es nada, lo que falta todavía, hay que adaptarse”, dice, resignada. “Esta hora es mala”, añade.
Eusebio Rodríguez, que espera en la parada de la calle Aguilera para dirigirse a su hogar en el reparto Pedro Díaz Coello, expone el caos que predomina: “Con esta inestabilidad del transporte nadie puede planificar el tiempo porque las guaguas no tienen horario y pasan cuando les da la gana”.
Por su parte, otro holguinero, William Santiesteban, observa cómo la falta de orden transforma las colas en una batalla por subir a la guagua. “Antes, cuando había cultura, se pedía el último de la cola, pero ya los buenos modales se perdieron y nadie pide el último porque ya no se hace cola. A la hora de montar la guagua se forma un molote y no importa que lleves mucho tiempo esperando o si acabas de llegar, esto es puro salvajismo”, denuncia.
Esta falta de civismo y el desorden generado facilitan el accionar de los carteristas, que se aprovechan del caos para robar. “Te metes en el molote y te sacan la cartera, aquí se vive la ley de la selva”, añade Santiesteban.
Y eso no es todo: el desorden en las paradas de ómnibus tiene consecuencias particularmente duras para las personas con discapacidades. La larga espera y la imposibilidad de subir a la guagua afectan más que a quienes enfrentan barreras físicas adicionales en un panorama ya de por sí anárquico.
“Yo soy débil visual y nadie me considera a la hora de montar a la guagua”, dice el holguinero Alexander Castro. “La gente se me mete delante y no me deja subir, y yo tengo que salir del molote porque me matan en ese barullo. La mayoría de las veces me quedo sin montar y he sido el primero en llegar a la parada. He estado en la parada tres o cuatro horas y he llegado de noche a la casa”, cuenta.