Los locos más locos del gran manicomio que es Cuba
LA HABANA, Cuba. – Últimamente se ven muchos locos en Parcelación Moderna, el suburbano reparto en Arroyo Naranjo, al sur de La Habana, donde resido. Se les ve harapientos, semidesnudos, muy sucios, evidentemente hambreados, andando sin rumbo por el barrio. Piden a gritos, en las casas, comida, un trozo de pan, un vaso de agua con azúcar, o cigarros a los que esperan la guagua en la parada.
Uno de ellos, sexagenario, escogió para acampar el portal de la farmacia. Allí se mudó con sus pertenencias: un saco lleno de trapos, periódicos, zapatos viejos y botellas plásticas. Comía lo que conseguía, gracias a los vecinos o hurgando en la basura que desparramaba por los alrededores del establecimiento. Orinaba y defecaba en la acera, a la vista de todos. Hace unos días desapareció. Tal vez lo recogió la Policía.
La inusual presencia de tantos orates en el barrio se debe a que se van de Solidaridad Latinoamericana, una antigua escuela para adolescentes con problemas de conducta que fue convertida en albergue para “deambulantes”, el eufemismo empleado por el régimen para referirse a las personas sin hogar, en su mayoría pordioseros y personas con trastornos mentales, que en número cada vez mayor vagan por las calles y que son recogidos periódica y temporalmente por las autoridades.
Solidaridad Latinoamericana está enclavada cerca del poblado Las Guásimas, a unos tres kilómetros de Parcelación Moderna, que es donde se pueden abordar, en la primera parada, las guaguas de las rutas P6 y P8 hacia La Habana.
Según me explicó un albergado, “se van porque aquello es un campo de concentración donde se mueren de hambre”. Y, al parecer, los responsables del albergue no se esfuerzan mucho por retenerlos.
A partir del llamado Periodo Especial, los mandamases fueron perdiendo la costumbre de ocultar a los locos, como hacían en vísperas de eventos internacionales o cuando esperaban visitantes extranjeros de alto rango.
A ciertos orates de La Habana Vieja, oportunamente disfrazados de personajes costumbristas ―licencia de la Oficina del Historiador de la Ciudad mediante― los convirtieron, como “figurantes”, en atracciones turísticas.
En La Habana siempre hubo muchos locos, pero no tantos como se ven hoy. Y no hay que ser sociólogo para explicar las causas de la proliferación de dementes, de todas las edades y géneros: el agobiante estrés cotidiano con que se vive, la mala alimentación, la falta de medicinas…
En los hospitales psiquiátricos, de no ser casos graves y sin familiares que los atiendan, es muy difícil conseguir un ingreso. Total, si en esos almacenes de dementes no hay medicamentos para ellos…
Conozco personas que han tenido que comprar en el mercado informal las pastillas que necesitan sus familiares ingresados en Mazorra, porque la dirección del hospital les ha comunicado que no las tienen ni saben cuándo las habrá.
En mi niñez abundaban los locos simpáticos. Ni remotamente incurrían en las impertinencias y hasta la agresividad de los que ahora veo por las aceras de La Habana o vociferar en las guaguas atestadas de gente angustiada por los problemas cotidianos. Y si no vociferan, berrean boleros, rancheras o cantos evangélicos.
Muchos pasaron del alcoholismo a la demencia. Lo peor es que todavía huelen a alcohol. El alcohol, sumado al hambre, complica considerablemente las cosas en los orates.
En los últimos años cada vez se ven más dementes que piden comida o dinero en los alrededores de las cafeterías. A algunos les brilla el odio en sus ojos, como si todos fuéramos culpables de lo que pasa.
En el P6 suelo ver a un octogenario que vive en el Reparto Eléctrico, que como mismo asegura que peleó en la Sierra Maestra y que está dispuesto a morir por la “Revolución”, proclama a gritos que es “yuma”.
Asombra la cantidad de locos que dicen haber ganado grados en la Sierra Maestra, Girón o Angola. Algunos presumen de estar muy próximos a los jefes, de hablar de tú a tú con ellos. La gente, cuando los oye, comenta que “se quemaron por culpa de esto”.
Pero son más los que prorrumpen en improperios contra el régimen. A veces gritan verdades que los cuerdos, intimidados, no se atreven a expresar alto y claro. Y no logro entender por qué a alguien le puede causar risa o irritar lo que dicen los locos subversivos. Porque es mucho más disparatado y molesto el delirante y gastado discurso de los mandamases. Al fin y al cabo, de un modo u otro, todos somos pacientes del gran manicomio en que convirtieron a Cuba unos psicópatas con carnet de comunistas.