¿Qué harían en el lugar de José Daniel Ferrer los que hoy lo critican?
A quienes hoy reprochan su decisión de aceptar el destierro y dicen sentirse decepcionados de Ferrer, no les basta todo lo que hizo valientemente durante años en la lucha contra la tiranía
LA HABANA.- Indignantes por injustos son muchos de los comentarios en redes sociales que cuestionan a José Daniel Ferrer, el encarcelado líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), y le reprochan su decisión de aceptar marchar al exilio para no seguir prolongando el sufrimiento de su familia.
José Daniel Ferrer, uno de los 75 prisioneros de la ola represiva de la primavera de 2003, fue encarcelado nuevamente el 11 de julio de 2021. Luego de haber sido puesto en libertad condicional, el pasado mes de abril fue devuelto a prisión. Desde entonces ha estado sometido a golpizas, torturas psicológicas y todo tipo de abusos crueles, con peligro para su vida, mientras su familia ha sido continuamente amenazada y víctima de represalias.
A quienes hoy reprochan su decisión de aceptar el destierro y dicen sentirse decepcionados de Ferrer, no les basta todo lo que hizo valientemente durante años en la lucha contra la tiranía y en favor de los más desfavorecidos, ni todo lo que ha resistido en la cárcel sin claudicar. No: ellos querían otro muerto para convertirlo en mártir.
A propósito de las críticas a Ferrer —muchas de ellas basadas en los mismos argumentos utilizados por el régimen para desacreditarlo—, han vuelto a aflorar desde ciertos sectores del exilio los cuestionamientos y descalificaciones a la oposición interna. Repiten el sonsonete de que la oposición está desunida, fragmentada y penetrada por la Seguridad del Estado; le reprochan su falta de organización y coherencia, y que no haya sido capaz de conquistar a las masas, romper el miedo y la apatía, y encauzar el descontento popular para llevarlo a las calles.
Hay quienes llegan a asegurar que la única verdadera oposición al castrismo fue la de los grupos armados de la década de 1960, y que la otra —la cívico-civilista y de la no obediencia de las últimas cuatro décadas— ha sido un fraude.
Asombra lo implacablemente exigentes que son con la oposición interna algunos ultra-radicales y “come-candela” de hoy que, en su mayoría, cuando estaban en Cuba, poco o nada hicieron contra la dictadura. Habría que ver de qué serían capaces ellos si estuvieran en la piel de José Daniel Ferrer o de cualquiera de los más de mil hombres y mujeres encerrados en las mazmorras de la tiranía.
Se sabe que la oposición dista de ser perfecta; no hay que caer en idealizaciones. Hay que admitir que los hipercríticos tienen razón en parte de lo que dicen. No podemos negar que la oposición parece anquilosada, aquejada por una artritis tan paralizante como la del propio régimen.
A veces da la impresión de que el castrismo y la oposición —a pesar de sus diferencias abismales— han hecho tablas en el empantanamiento. Ambas están en su peor momento. Pero es casi una proeza que los opositores en Cuba, perennemente hostigados, sin recursos y contando solo con su cuerpo para recibir los golpes, resistan, persistan y logren empatar, aunque sea a cero, el juego desigual que sostienen frente a una dictadura matrera, desaprensiva y perversa, que no se mide a la hora de ser cruel.
Esa resiliencia de la oposición —que no hayan podido borrarla— solo se explica por su superioridad moral sobre los represores.
Es cierto que en la oposición, tanto dentro como fuera de Cuba, amén de infiltrados, hay acomplejados, demagogos, infladores, bribones, estafadores y trápalas. No son mayoría, pero los hubo y los hay. ¿Cómo no iba a haberlos, si la degradada sociedad cubana actual está llena de ellos? Las dictaduras totalitarias son pródigas en crear, además de seres sumisos y desmoralizados, personalidades psicóticas y paranoicas.
Con esos bueyes —y a pesar de ellos—, en una tierra árida por las frustraciones y llena de peñascos y malas hierbas, ha tenido que arar la oposición. Y ha arado, aunque los surcos no hayan salido tan rectos como quisiéramos.
Sin pretender comparaciones, recordemos que algunos de los ultra-radicales que hoy critican a José Daniel Ferrer son los mismos que hace unos años criticaron y dudaron de Oswaldo Payá —un hombre decente y digno donde los haya—, que consiguió descolocar al régimen con el Proyecto Varela, y que también han intentado denigrar con ruines y oportunistas argumentaciones a las Damas de Blanco y a los periodistas independientes.
Los hipercríticos —siempre prestos a la desilusión— que hoy escudriñan en los chismes pueblerinos y en Cubadebate en busca de defectos y errores de José Daniel Ferrer, deberían saber que no hay razón para esperar que los líderes opositores sean santos, infalibles, virtuosos o investidos de poderes sobrehumanos. Menos aún deberían esperar que otros hagan los sacrificios que ellos mismos no serían capaces de hacer.