Rusia y Occidente se enfrentan en Georgia por el Cáucaso y el mar Negro | Internacional
Georgia fijó su rumbo proeuropeo y hacia la OTAN en su constitución bajo el Gobierno del partido Sueño Georgiano (SG), en el poder desde 2012. Y en diciembre de 2023 recibió el estatus de país candidato al ingreso en la UE. Esta línea oficial se mantiene, pero, sobre el terreno, los dirigentes de Georgia se han ido mostrando cada vez más acomodaticios con Rusia y los políticos de la UE y EE UU, cada vez más irritados con Tbilisi. El multimillonario Bidzina Ivanishvili, fundador y presidente honorario de SG, es considerado como el principal inspirador de un nuevo pragmatismo respecto al gran vecino del Norte y también de un rumbo conservador influido por la iglesia ortodoxa georgiana.
Tbilisi ha condenado la invasión rusa de Ucrania en las votaciones significativas de la Asamblea General de la ONU, pero no se ha sumado a las sanciones occidentales contra Moscú. Georgia ha aprobado una polémica ley sobre la transparencia y financiación de las ONG a la que la oposición ha bautizado como la “ley rusa” por su supuesta semejanza con la restrictiva regulación de las ONG en aquel país. También el Parlamento georgiano ha dado luz verde a nueva legislación que, en nombre de los valores tradicionales, prohíbe la propaganda de la homosexualidad.
El principal partido de la oposición es el Movimiento Nacional Unido (MNU) fundado por Mijaíl Saakashvili, presidente de Georgia desde 2004 a 2012. Exiliado en Ucrania, Saakashvili obtuvo la ciudadanía de ese país, donde llegó a ser gobernador de Odesa. Tras retornar a Georgia en 2021, fue encarcelado y hoy cumple una condena de seis años por abuso de poder y corrupción. Él se considera un preso político.
Rusia es el principal mercado de los productos agrícolas de Georgia y los turistas rusos, una importante fuente de ingresos, pueden volar a este país sin escalas, a diferencia de los Estados de la UE que suspendieron las comunicaciones aéreas con Moscú tras la invasión de Ucrania.
Los beneficios económicos de las relaciones con Rusia no han hecho olvidar a los georgianos el apoyo prestado por Moscú a Abjasia y Osetia del Sur —dos antiguas autonomías soviéticas que no aceptaron el dominio de Tbilisi al desintegrarse la URSS en 1991— en la llamada “guerra de los cinco días” en agosto de 2008, tras la cual Rusia reconoció a aquellos dos territorios como Estados y estableció embajadas y bases militares allí.
En los últimos años, la diplomacia y la política rusa en el Cáucaso ha adquirido nuevas dimensiones. Moscú facilitó la reintegración del enclave armenio del Alto Karabaj en Azerbaiyán, favoreciendo así a Bakú y descuidando a sus aliados armenios. En lo que respecta a Georgia, los representantes rusos alternan señales inquietantes y esperanzadoras. Por una parte, indican a Tbilisi que el desmembramiento de Georgia como Estado podría ser aún peor de lo que fue, y por la otra le insinúan que una buena relación con Moscú podría conducir a una positiva relación con Abjasia y Osetia del Sur, inicialmente como zona de tránsito y comercio en la ruta entre Asia y Europa.
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Los drones, misiles y operaciones militares ucranias han convertido Crimea en un lugar peligroso para la flota rusa e inquietante para los turistas. Rusia ha tenido que desplazar parte de sus naves desde sus bases en la península anexionada a la costa de Abjasia, un litoral de más de 200 kilómetros donde se está renovando la antigua base soviética de Ochamchira, en las lindes con Georgia. Además del factor militar, Abjasia se ha revalorizado como territorio de ocio y expansión geográfica para los rusos y Moscú presiona a los dirigentes de Abjasia para que autoricen la venta de tierra y apartamentos a los extranjeros —en la práctica básicamente rusos— en aquel entorno paradisiaco preservado hasta hoy del turismo masivo. En su afán de cobrarse el precio de ser la “defensora” imprescindible de la independencia de Abjasia, Rusia es hoy mucho más dura que en el pasado, señalan a esta periodista fuentes en Sujumi.
Mientras Moscú alimenta las esperanzas de los georgianos de una renovada convivencia con sus díscolas autonomías del pasado, la UE y la OTAN se centran en recomendaciones y reprimendas a Tbilisi por no ser suficientemente beligerante frente a Rusia.
Petre Mamradze, exjefe de Gabinete del expresidente de Georgia, Edvard Shevardnadze, dice haberse quedado estupefacto en 2016, cuando un veterano diplomático occidental ya jubilado le sugirió que Georgia debía comprar sistemas antitanques estadounidenses porque así “Rusia vería incrementado el coste de una eventual agresión a Georgia”. El diplomático de verdad creía que el pequeño Estado del Cáucaso podía así plantar cara en solitario al gigantesco vecino ruso. “En 10 minutos, Rusia puede bloquear la única autopista de Georgia (…) y situar sus tropas en territorios que en el pasado fueron bases militares soviéticas en Georgia”, dice Mamradze.
Las elecciones parlamentarias de 2020 y las municipales de 2021 estuvieron dominadas por el estereotipo de un enfrentamiento entre un bloque prorruso (SG) y un bloque occidental antirruso. La oposición consideró que el Gobierno había falsificado los comicios y solo la intervención de observadores y mediadores internacionales consiguió que aceptaran la victoria documentada del SG. La polarización ahora es la misma que entonces o incluso peor.
“Prepotencia” occidental
El tono de los representantes de la UE y de EE UU en relación con Georgia es “prepotente” y “humillante”, opina un veterano analista georgiano desde Tbilisi. “En las provincias de Georgia entienden bien el mensaje de Ivanishvili, a saber: avanzar hacia la UE con calma y dignidad y evitar una guerra como en Ucrania”, dice.
En 2008, Saakashvili envió una expedición militar contra la población civil de Tsjinvali, tras lo cual Rusia llevó sus tropas a Osetia del Sur alegando como motivo la defensa de la población civil. Las narrativas occidentales minimizan la responsabilidad de Saakashvili en aquel enfrentamiento y comparan mecánicamente la incursión militar rusa en Georgia y la invasión rusa de Ucrania.
Recientemente, Ivanishvili calificó la guerra de 2008 de “sangriento conflicto entre hermanos” y “monstruoso delito” ajeno al deseo de georgianos y osetios, y añadió que en breve habrá que procesar a los culpables para posibilitar la reconciliación entre el pueblo de Georgia y el de Osetia. Moscú aplaudió sus palabras. “Madura la comprensión de que la hostilidad y confrontación después de la aventura de Saakashvili en 2008 debe dejar paso a la razón y a la estabilidad”, dijo el senador y exviceministro de Exteriores de Rusia, Grigori Karasin.
La gran incógnita ante los comicios georgianos es si habrá suficientes observadores independientes y capaces de evaluar honestamente el veredicto de las urnas y de conseguir que los mismos georgianos lo acepten. En agosto, el jefe del servicio de espionaje ruso, Serguéi Narishkin, acusó a EE UU y a Occidente de planear el no reconocimiento de los resultados y afirmó que Moscú no permitirá una revolución de colores en Georgia.
“Rusia tiene recursos para restablecer su influencia en el Cáucaso, y Georgia no puede alterar su situación geográfica. Venga quien venga al poder, Georgia deberá considerar esta realidad”, dice Tedo Dzheparidze, exjefe del comité de relaciones exteriores del Parlamento georgiano, desde Tbilisi. En sus clases a futuros diplomáticos georgianos, Dzheparidze dice haber observado que sus jóvenes compatriotas saben mucho de fútbol en Europa y muy poco sobre la historia, la cultura y las tendencias imperiales del vecino ruso.