domingo, marzo 2, 2025
Cuba

Soy una mujer que canta, ¡y ya!


MIAMI, Estados Unidos. – Conocí a la cantante Luisa María Güell hace más de dos décadas, cuando presenté en la sede del Colonial Bank, entonces en la avenida 13 y Brickell (Miami) el libro 1902-2002 Centenario de la República Cubana, publicado por las ediciones Universal. Se encontraba entre los invitados de esta institución e inmediatamente hicimos amistad. Desde entonces, nunca perdimos el contacto y con frecuencia hemos participado en actividades en las que ambos hemos estado implicados. 

Conozco parte de sus interpretaciones, la película El Huésped, dirigida por Eduardo Manet, y también el documental de Agustín Blázquez Mi decisión sobre su vida y carrera artística. Pero como sucede cada vez que he entrevistado a alguien que creo conocer terminan aflorando episodios, anécdotas y detalles de los que no tenía conocimiento alguno y que siempre me sorprenden. Mejor que sea ella, en vivo, quien nos lo cuente. 

Cuéntanos de tus orígenes familiares y primeros años de vida.

―Nací en el barrio del Vedado, en La Habana, el 20 de diciembre de 1947. Mi padre, Rafael Güell Zúñiga, era cubano, hijo de catalanes y administrador de fincas. Era sobrino de Gonzalo Güell, ministro de Relaciones Exteriores durante el Gobierno de Fulgencio Batista, entre 1956 y 1959. Mi madre, Laudelina Villate Torrado, también cubana, era ama de casa, tocaba el piano y no la dejaron ser artista porque en la época esa profesión no era bien vista. Sus padres pensaban que una mujer artista venía de un mundo poco recomendable. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía siete años. Por parte de mi madre, mi abuelo Ricardo Villate Zenea, era sobrino del poeta Juan Clemente Zenea. De hecho, desde mis 11 meses mi madre me enseñaba versos y un tío abuelo me recitaba poesías. Digamos que, sin saberlo, la vocación artística la tenía entonces en los genes.

Vivimos en varios lugares. De la casa de 3ra. y A nos mudamos a Lawton cuando entró el mar, algo muy corriente en la zona costera de la capital. Además, un doctor había recomendado que me alejaran del litoral porque tenía problemas bronquiales.

―¿Dónde transcurrió tu escolaridad?

―Mi madre me había puesto en una escuela privada mixta, pero allí tuve problemas de acoso pues los varones me halaban las trenzas. Fue entonces que Isaura, una de mis tías, buscó una beca de alumna externa (pues había otras que eran pupilas) en la escuela municipal y pública Alfredo María Aguayo, en la calle Estrada Palma, entre Cortina y Figueroa, barrio de Santos Suárez, en donde solo había niñas. La escuela era muy moderna, concebida en estilo art déco y el nivel era excelente. En esa época nos mudamos a ese barrio y vivíamos justo detrás de la escuela.

En paralelo a la escuela primaria, mi madre me inscribió en la Escuela Nacional de Arte Dramático cuando tenía siete años. Ella era ferviente admiradora de Libertad Lamarque, se había dado cuenta de mis dones musicales y me había llevado a ver a un maestro italiano que, tras hacerme ciertas pruebas, dijo que yo tenía la voz colocada de forma natural. En esa escuela recibí clases de Actuación, Solfeo, Ballet, Piano y Teatro. Luego me quitaron de Ballet y me pusieron en Bailes españoles con “El Sevillanito”, quien consideró que era una alumna brillante y creó una coreografía de baile para mí sola: El baile de la pandereta, para que la presentara en el Centro Asturiano de La Habana.

Luisa María Güell (Foto: Cortesía)

―¿Cuándo comenzaste a cantar?

―De niña recitaba a Amado Nervo y a los cinco años ya cantaba en la emisora Radio Mambí, cuya sede estaba en el Paseo del Prado. Luego, pasé al programa televisivo de Don José Sanabria en el canal 12 de CMQ llamado Las estrellas infantiles, en los que cada niño cantaba un género y, en mi caso, tangos. En la televisión debuté en 1956 con Las estrellas infantiles del Viejito Chichí, que era como le llamaban a Sanabria en el mundo artístico. 

En esa época, antes de 1959, estuve contratada por la Publicitaria Siboney S.A., cuyo presidente era José Manuel Cubas, quien después de que nacionalizaran la empresa emigró a Puerto Rico y volvió a fundar la misma publicitaria junto a su hermano Gustavo Cubas Díaz. Me contrataron para las publicidades de la pasta Gravi. Pero también para otros anuncios como el de los cakes de la pastelería La Gran Vía, unos escarpines para niños llamados 11-11 y el queso crema Nela. Quien se ocupaba de contratar era Carballido Rey y actrices y presentadoras consagradas como Margarita Balboa y Consuelito Vidal también anunciaban otras marcas. ¡Imagínate que ganaba hasta 1.500 pesos mensuales! Algo que para una niña no era usual. Eso sí, trabajaba muchísimo pues tenía que aprenderme los libretos. También recuerdo que iba al cine con mi madre casi todos los días. 

Esto duró hasta que sacaron una ley en 1957 que prohibía que los menores trabajaran en la televisión. Mi madre intentó entonces cambiar mi fecha de nacimiento, pero el Sr. Pedro Álvarez no aceptó. 

―¿Entonces se detuvo tu carrera artística?

―Por el momento. Mi madre me preguntó qué quería hacer y como no sabía realmente, me inscribió en la Nobel Academy, una escuela en la que recibía clases de secretariado, es decir, mecanografía, taquigrafía e inglés. La escuela estaba en El Vedado, pero pusieron una bomba y la trasladaron para El Nuevo Vedado, luego a la Calzada de Luyanó, y finalmente terminó en Lawton. 

―¿Cómo te sorprendió el 1° de enero de 1959?

―La víspera estaba celebrando con un grupo de amigos en Lawton y mi tío político Medardo Bueno, administrador de la zona fiscal de Güira Melena, casado con mi tía Zenaida Villate, nos dijo: “Va a haber problemas, mejor vayan a acostarse”. Al día siguiente, mis tíos salieron de Cuba en barco rumbo a México. Batista había huido y los barbudos de la Sierra Maestra habían triunfado. De más está decir que a nadie de mi casa le interesó nunca la política, ni se implicó en acciones relacionadas con ésta.

Ese mismo año volvimos al Vedado, esta vez a la calle 21, entre 2 y 4. Como no tenía nada que hacer empecé a ir a la Biblioteca Nacional, que me quedaba cerca de casa ―sobre todo a la hemeroteca de esta institución― con el objetivo de escuchar mucha música gracias a los fabulosos discos de su colección. Fue una época en que me instruí mucho pues pude escuchar todas las grabaciones de las poesías de Federico García Lorca declamadas por Aurora Bautista, leer a autores contemporáneos y mucho más. 

―¿Cómo y cuándo retomas tu vida artística?

―Alguien me habló de que tendría lugar una audición en la Escuela de Arte de Cubanacán para jóvenes en expresión corporal y pantomima realizada por Pierre Chaussat, actor y director de teatro francés que vivió en Cuba con su esposa Catherine entre 1961 y 1964. Allí me presenté y fui aceptada. Otra persona me sugirió que fuera al ICR (antigua CMQ) y preguntara por Martha Jiménez Oropesa para que también me pusiera a prueba mediante otra audición. Así lo hice, y me dieron un libreto que debía de leer para la radio. Lo hice bien al parecer y, en una semana, ya estaba trabajando en la televisión. Ganaba 250 pesos fijos, más los extras.

En 1962 trabajé para el director Rine Leal y su teatro Las Máscaras con la pieza La bella y la bestia, y poco después tuve mi primer papel en una telenovela llamada Horizontes, dirigida por Antonio Vázquez Gallo. Luego, fui protagonista de otra telenovela titulada La posada de Jamaica, inspirada en la obra de Daphne du Maurier en la que interpretaba a Rebeca, el personaje principal. Al mismo tiempo hacía teleteatro todos los lunes y estuve actuando en Cumbres borrascosas, junto a Maritza Rosales Pomares; en Papaíto Piernas Largas, con Armando Bianchi; en La visita de la vieja, drama original de Friedrich Durrenmatt, en que actué junto a Raquel Revuelta, Enrique Santiesteban, Carlos Orihuela y Edwin Fernández, así como en La máquina de escribir, una pieza de Jean Cocteau. En esa época también actué en el teatro en la pieza Tierra baja, dirigida por el director del grupo Prometeo, Francisco Morín, y en la que la protagonista era la actriz española Yolanda Farr. Sin olvidar a Rubén Vigón, que dirigía su propio teatro en La Rampa y para quien también trabajé. En la década de 1960 pude actuar con muchos grandes actores cubanos como Alejandro Lugo, María de los Ángeles Santana, entre otros.

Luisa María Güell y William Navarrete, el 20 de mayo de 2002, en el Colonial Bank, Miami
Luisa María Güell y William Navarrete, el 20 de mayo de 2002, en el Colonial Bank, Miami (Foto: Cortesía)

―¿Seguiste haciendo radio?

―Por supuesto. Los lunes, miércoles y viernes, de 8:00 a.m. a 9:00 a.m., actuaba en el programa En casa de mi vecino con Idalberto Delgado y Eloísa Álvarez Guedes, en el papel de mis padres, además de Pipo de Armas en el de un borracho.

―Tengo entendido que hay un momento en que se acaban las telenovelas…

―En efecto. Eso sucedió en 1964. Entonces me dije que como de niña había cantado podía reanudar con esta manifestación. En los pasillos del ICRT me encontré con Pablo Milanés, quien en esa época tenía un cuarteto y le pregunté si podía cantar con ellos, pero me dijo que ya estaban completos y me recomendó que fuera a ver a Mario, su arreglista, un norteamericano. También me encontré en esos días con Manolo Rifat quien tenía un programa en el canal 4 llamado Música y Estrellas y le pregunté lo mismo.

Total, que fui a ver a Mario de parte de Pablo Milanés y le canté La hora del crepúsculo. Le gustó mi interpretación y enseguida me hizo los arreglos. Yo estaba muy nerviosa porque en realidad no sabía cómo cantar. Fue Mario quien me dijo: “Te tomas una copa de coñac, una aspirina y ya verás”. Le hice caso, me fui al camerino y terminé vomitando. Pero no me amilané. Finalmente logré cantar y en ese momento estaba en la sala Erick Kaupp, fundador de la televisión cubana nacido en Alemania, quien dirigía entonces el programa Desfile de la alegría (antiguo Casino de la Alegría, y el más visto en la televisión). Me oyó cantar y como le gusté mucho me propuso que buscara dos canciones para presentarme en su programa junto a cuatro bailarines. 

Me lancé en una carrera contrarreloj para encontrar las dos canciones que me pedía Kaupp. Me fui a ver al muchacho que se ocupaba de poner la música en la radio entre programa y programa. Fue él quien me hizo escuchar “No tengo edad para amarte”, una canción interpretada por la cantante italiana Gigliola Cinquetti que acababa de ganar el Festival de la Canción en San Remo. Me encantó la pieza y conseguí que Miguel Estivill me hiciera el arreglo para poder cantarla en español. Con “La hora del crepúsculo” tenía las dos canciones que quería Kaupp quien me dijo que ahora tenía que conseguir un vestido porque en el programa Desfile de la alegría la vedette era Rosita Fornés y era muy exigente con este tema. Al final le pude comprar un vestido a alguien que se iba de Cuba y así fue como me presenté en el programa. La acogida fue apoteósica. Y tanto, que marcó mi regreso a la pequeña pantalla. “No tengo edad para amarte” se convirtió en un himno a escala nacional.

Homenaje a Luisa Mar’ia Güell (Imagen: Cortesía)

―Y vinieron otros grandes éxitos…

―Empezaron a llamar al canal desde todas partes de la isla. El éxito fue abrumador. Entonces me encontré con Rafael Somavilla, director artístico de EGREM, quien me dijo: “Luisa, tenemos que grabar un disco con 12 canciones interpretadas por ti”. Somavilla me conocía de antes pues él había sido el pianista del programa de Don José Sanabria en el que yo había participado de niña. 

Comenzó entonces el proceso de encontrar las 12 canciones que él quería. Como asistía a un gimnasio en El Vedado, me encontré allí con María Álvarez Ríos de Valenzuela, de quien no sabía que era compositora. Le conté mi aventura y me dijo que me iba a componer dos temas. Así hizo: me compuso “En tu motoneta” y “Anda, di corazón”. Ya tenía dos canciones. ¡Me faltaban todavía 10!

―¿Y las encontraste?

―¡Como no las iba a encontrar! Por mi cumpleaños, Rodolfo Borges me invitó al restaurante Monseigneur, en la calle 21 y O, para escuchar a Bola de Nieve. Esa noche lo acompañó con la guitarra Teresita Fernández. Borges me la presentó y como Teresita se hospedaba en frente, en el Hotel Nacional, me invitó a que pasara a verla. Accedí y me tocó algunas canciones entre las que figuraba Cuando el sol, que terminé incluyendo en mi futuro disco. ¡Acababa de encontrar la tercera, que fue además la que le daría título al álbum!

Seguí en mis búsquedas y pasé por la EGREM en donde me encontré con el maestro Rembert Egües quien, espontáneamente, me dijo que me había escrito Bachiana, que sería la cuarta canción del álbum. Poco después, cenando en el restaurante El Polinesio, me encontré con un acordeonista que tocaba temas instrumentales de una manera muy bonita. Uno de los temas era de Alfredo Pérez Pérez y me gustó tanto que pedí autorización para ponerle letra y convertirlo en Sensación extraña, el quinto título del disco, junto con Mi balada, también del mismo autor, la sexta. 

En ese momento me di cuenta de que necesitaba una guitarra. La compré y fui a ver a Elena Burke al Scherezada, un club en los bajos del edificio Focsa. Como ella tenía su propia guitarrista le pedí a este que me diera clases y él aceptó. De este encuentro surgió mi séptima canción, que compuse yo misma y titulé Y digo no, mientras que tomando un curso con Fernando Arau me inspiré para componer la octava: En mi juventud. 

Finalmente, Tema que no fue, de Tony Taño; Melodía de un amor, de Belinda Romeu; Puppy, de Jesús Valdés y Prefiero callar, de Armando Zequeira, completaron las 12 canciones de mi primer LP, acompañada por la orquesta del ICRT y grabado en 1995.

A partir de ese momento te conviertes en la artista más popular de Cuba. ¿En qué otros espectáculos o programas participas?

―Estuve haciendo tantas cosas que estaba agotada. Recuerdo que en 1966 empecé a trabajar en la comedia musical El remero respetuoso, de Arturo Liendo, con dirección musical de Adolfo Guzmán y junto a Jorge País. A la vez, actuaba en vivo para el programa de niños Muñecones de Delia Fiallo en donde hacía de hada mágica. También quisieron que cantara a la 1:30 am dos canciones “de cortina”, en el show del cabaret Copa Room del hotel Riviera, después de terminar con la comedia musical. Sin contar que actuaba junto a Enrique Almirante, Raquel Revuelta y Lázaro Gordillo en la película El huésped, de Eduardo Manet, para la cual tuve que viajar a Gibara, en la provincia de Oriente, que era donde tenían lugar las filmaciones a la vez que, en el poblado de Campo Florido, al este de La Habana.

Yo me había casado en 1966 con Humberto Mijans y como empezaron a llamarme para hacer giras nacionales él me sugirió que montara un grupo. Traje a Rolando Montesinos, Alfredo Pérez Pérez y a Armando Romeu quien había sido castigado en las UMAP. Mijans preparaba la gira, Romeu las canciones y así fue que conocí toda la Isla cantando en Manzanillo, Santiago de Cuba, Santa Clara, Camagüey y, en ocasiones, hasta en tres pueblos a la vez. 

Luisa María Güell en El huésped, 1966 (Foto: Cortesía)

―¿En qué momento te das cuenta de que deseas salir de Cuba?

―En 1967 me ponen delante un papel que tenía que firmar en el que decía que si me iba del país todos mis derechos de autor se quedaban en Cuba. Con anterioridad el empresario Heliodoro García, que era quien contrataba antes a los artistas para que cantaran fuera de la isla, me había preguntado que cual era mi precio para cantar fuera y yo le respondí que 10.000 para que me dejaran tranquila. Echó la butaca hacia atrás y me dijo: ¿Te piensas ir de Cuba? Le respondí que sí y fue entonces que me confesó: “Yo me voy la semana que viene, pero si te vas, en donde quiera que estés, te contactaré”. 

El caso fue que empecé a hacer contactos y con un sobrecargo de Iberia envié mi disco a una amiga llamada Dania que vivía en España y que había conocido en Teatro Estudio, para que se lo diera al compositor español Manuel Alejandro.

No sé en qué momento exacto empezó a correrse el rumor de que me quería ir de Cuba. Ya Germán Pinelli se había referido a mí como gusana y comenzaron a cerrarme las puertas. Tuve que pedir al ICRT mi renuncia como artista.

―¿Cómo fue el proceso de tu salida?

―Yo tenía un pasaje comprado por KLM, cuyo último vuelo a La Habana era en mayo de 1968. Lo primero es que habían puesto al frente del ICRT a un esbirro del castrismo, un tal Papito Serguera, que sabía de música lo que yo de astronomía. Tenía que ir a verlo porque era él el encargado de darme la baja. De modo que me vestí muy elegante y fui a su oficina a las 9:00 a.m. Cuando llegué me lo encontré con los pies puestos encima del escritorio, al parecer un símbolo de hombría en este tipo de individuos. Le expliqué a lo que había venido y le dije que en realidad lo que deseaba era irme a España para estudiar en el Instituto de Cultura Hispánica. Entonces me invitó a tomar asiento y me puso una canción de Miriam Makeba. Me preguntó si me gustaba la revolución. Le respondí, como es lógico, mintiendo. Luego indagó si quería irme a vivir a Estados Unidos y le respondí que no. Entonces se quedó pensando y al final me firmó el papel de la baja.

Al día siguiente recibí un telegrama pidiendo que me presentara en el cordón de La Habana, una zona de siembra cafetalera a donde enviaban a la gente a realizar labores agrícolas y también de castigo a quienes habían presentado la salida del país. Fui al punto de recogida y me subieron en un camión en que íbamos todos como ganado vacuno. En la zona agrícola en cuestión me dieron una manguera para que pusiera a regar y de almuerzo, todos los días, frijoles negros y arroz blanco. Estuve asistiendo a lo que se conocía como el “llamado de las mujeres a la agricultura” desde el 14 de febrero de 1968. Pero resultó que cuando la gente se enteraba que Luisa María Güell estaba en el campo trabajando venían madres, niños, personas mayores desde todas partes para pedirme que les cantara. El caso es que como eso no les convenía entonces me cambiaban constantemente de sitio. La consigna era: “Si no trabajas, no obtienes el aval para la salida”. Pero, en mi caso, me costaba trabajar porque con tanta cambiadera de lugar se convertía aquello en una odisea.

―¿Entonces?

―Entonces me llegó el anhelado telegrama de la salida dándome cita para el 9 de mayo de 1968 en un vuelo en dirección de Madrid. Se lo comuniqué a mi madre y le dije: “Ni una lágrima que esto es un paripé y es muy probable que en el último segundo no me dejen salir”. Recuerdo que fui a ver a Félix B. Caignet, el autor de El derecho de nacer y de tantos títulos, a su casa en Cojímar. Quiso regalarme un maletín y me dijo que ya él estaba demasiado viejo para exiliarse, pero si hubiera estado más joven lo hubiera hecho.

Llegó el momento de la salida. Dos mujeres me llevaron al baño para desnudarme. Tuve que entregarles todo, incluso el pulsito que me había regalado el Club de Admiradores. Al final me dejaron pasar. Ya sentada en el avión vi que subió un militar. Me dije: “Aquí mismo me bajan”. Me miró. Yo cambié la vista. Entonces dio la orden de que el avión podía despegar. Desde la ventanilla podía ver a mi madre y a mi padrastro. Les hice con los dedos la V de la Victoria. Estuve llorando desde el despegue hasta que aterrizamos en una escala en la isla de Barbados, en donde nos bajaron y en un kiosco con techo de guano pude tomarme una Coca Cola porque un señor me la pagó. Había sido la cantante más popular de Cuba y no tenía ni un dólar para pagarme yo misma una bebida fuera de la Isla.

―¿Cómo fueron los primeros tiempos en Madrid?

―Como en realidad nunca pensé que me iban a dejar salir de Cuba no estaba preparada para el invierno madrileño. En el aeropuerto de Barajas me encontré con unas bailarinas folclóricas que bailaban cuando salía. Allí estaba mi amiga Dania que me explicó que un empresario las había enviado para recibirme y que me habían reservado un cuarto en la pensión Manolita, en el barrio de Salamanca.

Al día siguiente leí en la prensa el titular: “La Mireille Mathieu americana acaba de llegar a España”. Viene a verme el Dr. Mariano Fondevila, amigo mío, además de muchísima más gente. Yo estaba tan deprimida que no salía de la cama. Al final fue el actor José de San Martín quien me sacó de allí y me llevó a dar una vuelta por Madrid.

Luisa María Güell y Julio Iglesias (Foto: Cortesía)

―¿Empezaste a trabajar enseguida?

―En España nunca me faltó trabajo. Empecé en Radio Cadena SER. Allí me encontré con Adela Escarpín que había sido profesora mía, con la actriz cubana Dinorah Ayala y la española Matilde Conesa. Juan Guerra, el hermano de Dania, era director de teatro y vivía exiliado en Italia. Quiso probarme para una pieza de café-teatro llamada “Lady Pepa”, que fue un éxito y vinieron cientos de cubanos a verme. Y entonces me contactó Heliodoro García, tal y como me había prometido en La Habana, para decirme que Guillermo Álvarez Guedes quería contratarme y que iba a enviar a Madrid al director de Gema Records, su sello discográfico. Fue en ese momento en que firmé el contrato con esa casa. 

Álvarez Guedes vino a Madrid a verme. Trajo canciones de Julio Gutiérrez y yo le pedí introducir algunas mías y aceptó. Empecé entonces una gira que comenzaba por Zaragoza y me pagaban 5.000 pesetas por cada presentación. Gema Records hizo una enorme publicidad en todas partes a donde me llevaba. Le siguió Canarias en donde estuve 21 días en un hotel internacional cantando cuatro canciones por 21.000 pesetas y pensión completa. Fue Álvarez Guedes quien quiso que grabáramos un disco titulado Luisa María Güell porque había todo un exilio cubano que quería oírme cantar. 

Luisa María Güell junto a Raphael, Diango, José Vélez y Manolo Escobar (Foto: Cortesía)

―¿Cuánto tiempo estuviste en España viviendo y en qué momento empiezas a colaborar con Manuel Alejandro?

―Estuve viviendo en España 14 años, entre 1968 y 1983. Fue en 1969 que Manuel Alejandro hizo un llamado para oír a nuevos intérpretes y empezó a hacer audiciones en Penélope Discos. Le escribí y a los dos días me llamó personalmente, invitándome a asistir para probarme con una canción. Canté su tema “Ya no me vuelvo a enamorar” y me dijo: “Te llevo al Festival Internacional de la Canción de Málaga, te la aprendes que vamos a grabar”. El Festival duraba dos noches. Cuando terminó la última noche y que yo me hallo en mi camerino veo que de pronto se llena de gente. Me sacaron cargada al escenario porque resultaba que era la ganadora del primer premio.

Manuel Alejandro me comunicó entonces su intención de contratarme. Yo le expliqué que tenía contrato con Gema Records y él se puso en contacto con Álvarez Guedes, y el arreglo quedó en que Gema me representaba en América y Manuel Alejandro en España y Europa. Al final grabé cinco discos con el sello de Álvarez Guedes y estuve trabajando en España sin parar, en todas las provincias y, luego, Heliodoro García me contrató para presentarme en Venezuela con el show que producía Renny Ottolina. De Manuel Alejandro grabé también otro tema: “Si supieras”.

Viajé luego por República Dominicana, antes de volver a Madrid. En 1971 estuve cantando por primera vez en Estados Unidos. Primero en Nueva York, en el Café Madrid y luego en Miami, en el cabaret Montmartre, terminando esa gira en el Caribe Hilton de San Juan de Puerto Rico.

―Tengo entendido que también ganaste un premio en París. ¿Por qué, a pesar de tanto éxito, te fuiste de España? 

―En efecto: la Medalla de Oro Édith Piaf. Esto sucedió en 1979 en el Teatro Champs-Elysées en el que me dieron esa medalla que hasta la fecha solo ganaban franceses. Me fui de España porque llegó el PSOE al poder. Como buena exiliada cubana no quería oír hablar de socialismo bajo ninguna de sus formas. Empezaban a llamarme para que cantara en universidades y esas cosas, y a mí ya aquello no me estaba gustando. Tenía un piso en Benidorm y otro en Madrid. Yo había sacado a mi madre de Cuba en 1973 y como no le había gustado España se había ido a vivir con su hermana a Miami al cabo de cierto tiempo. De modo que el sitio donde me correspondía estar era Miami, en donde vivía mi madre, había tantos cubanos exiliados y me sentía más tranquila. Vendí mis dos pisos y compré mi casa en Miami.

Luisa María Güell con la Medalla de oro Édith Piaf (Foto: Cortesía)

―¿Cómo fueron tus inicios en Miami?

―Llegando a Miami di tres conciertos seguidos y llené la sala. En Estados Unidos aprendí a ser mi propia productora. Los conciertos fueron patrocinados por la joyería Le Trianon y se titularon “Tres veces contigo”. En 1984 firmé con CVS Sony. Hice giras por México. En total he grabado unos 30 discos. En 2018 celebré con un concierto en el dade County Auditorium de Miami mis 50 años de carrera artística que llevé también, al año siguiente, a Santo Domingo.

―¿Y Cuba?

―Nunca regresé ni creo que lo haga. Por suerte nunca intentaron invitarme. A otros, como Armando Oréfiche, según me dijo él mismo, sí lo habían tratado de “conquistar”, pero él se negó a ir. Vivo en una patria que se llama “la música”. En Cuba me prohibieron durante décadas.



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