miércoles, marzo 12, 2025
Cuba

Un necio ante el festín en el Capitolio Nacional


LA HABANA.- La indignación del cantautor Silvio Rodríguez por el festín de millonarios en el Capitolio Nacional cayó como una bomba de cínico lirismo sobre los que lo aclaman y desprecian a la vez, que no es lo mismo pero es igual.

Un hombre con el don de la ambigüedad que hoy le canta al muerto y mañana al matador -y lo hace con sobrado talento-, nunca puede escapar al escrutinio público de sus seguidores ni al yugo de quienes desde el poder lo alientan a ser vil y luego lo detestan.

Según diría el propio trovador: “Vaya forma de saber que hoy vuelve a llover sobre mojado”.

Las contradicciones del trovador oficialista en los textos de su amplio repertorio y en las declaraciones públicas que ha hecho a lo largo de su vida, muestran a una especie de dios Jano con una careta de revolucionario y la otra de alcalde de Fuenteovejuna.

Esa dualidad amancebada en una ética perruna de querer transitar por dos caminos a la vez, en lugar de complacencia, crea rechazo en ambas orillas del farragoso escenario socio-cultural cubano.

Poner una de cal y una de arena para apuntalar el edificio en ruinas del régimen hoy se ha convertido en un suicidio moral. De ahí que su  sorpresa ante la ocurrencia de un hecho que consideró “una especie de desaparición paulatina del sentido de dignidad nacional”, y que incluyó un llamado “a salvar la Patria”, lo haya puesto a mansalva de un fuego cruzado de opiniones provenientes tanto de la masa de harapientos y hambreados ciudadanos que admiran sus canciones, como de una élite gubernamental que utiliza sus textos como banderolas rotas de un proyecto social que ha fracasado, pero intenta, mediante la represión a quienes se oponen,  conservar el poder.

Sus críticas contra la velada exclusiva del recién finalizado Festival del Habano, en el Capitolio Nacional, son vistas –tanto por varios funcionarios gubernamentales como por los ciudadanos hastiados de su doble vida política-.como un performance patriótico-trovadoresco de alguien que suele analizar los hechos desde el oropel en su torre de marfíl, poniendo mucho cuidado en equilibrar la balanza de sus opiniones de una forma que el peso de las mismas satisfaga lo mismo al abolengo y exclusividad de unos como a la real miseria en la que sobreviven los demás. Por esa razón, Silvio Rodríguez  no es creíble más allá de su papel de comodín entre la dictadura y la población.

Un hombre que dice haber compartido un 31 de diciembre con Fidel Castro, Gabriel García Márquez y el actor Gregory Peck y asegura haberse sentido desubicado “entre aquellos gigantes”, no pocas veces lo ha hecho con esos fatuos y advenedizos que tomaron el Capitolio por asalto, disfrazados con máscaras y lentejuelas, cual si estuvieran en un carnaval de Venecia o fueran califas en un sultanato levantado sobre la Tumba del Mambí Desconocido y la Estatua de la República.

Por otra parte, para darse un baño del pueblo al que renunció hasta en canciones, se da una vueltecita por los barrios marginales con temas que apoyan a los marginadores, o susurra -como mismo expresó su repudio en 1980 contra su colega Mike Porcel- en defensa de los represores que dice “protegían” a los manifestantes pacíficos del 11J, y hasta vuelve a susurrar lo “terrible de la situación de Cuba”, pero todo por culpa del bloqueo, y asegura que él, como El Necio, se muere como vivió.

¿Se peina o hace crespitos el trovador? A esta altura de su falso y errático juego a la política, sin pelos ni credibilidad ninguna entre los opresores y los oprimidos, sólo le queda seguir fingiendo un daltonismo  que le impide identificar con exactitud y claridad los colores de la realidad de un país donde la vida se hace imposible para la masa que un día elogió en sus canciones y luego ayudó a confundir y a moldear, junto a la maquina represiva del poder.

Como dice un viejo refrán ante un ser desgraciado, Silvio “está meado hasta por los perros”. Por estos días, una de raza indefinida por integrar la jauría de voceros del régimen, le ladra para emplazarlo a definir quién tiene la razón sobre la dignidad entre quienes violan los símbolos patrios, el derecho a la vida y a la libertad de los cubanos y quienes critican a los corruptos que detentan el poder.

El trovador sólo jadea, mueve la colita, y apenas susurra: Jau. 

Esa ceguera ocasional sobre una realidad en la que supuestamente vive, es la perpetua mirada de un Poncio Pilatos castrista que se lava las manos y levanta la guitarra en defensa de los perpetradores de un crimen masivo contra la sociedad, cuando miles de cubanos en todo el país, atribulados por la miseria, vencieron el miedo y salieron a las calles a reclamar de forma pacífica libertad, el cese de los apagones y comida, el 11J.

Dijo Silvio en su “Canción en harapos”: “Qué facil es engañar”. Pero que ni lo piense.  Aunque se defina, irónicamente, como un necio, ya nadie se lo cree. Se sabe que  morirá como ha vivido: a los pies de los poderosos,  cantándole al régimen  que oportunistamente ayuda a mantener con sus ambigüedades y mentiras, nunca como un auténtico juglar.



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