US Open 2024: La muñeca maldita de Thiem, el pegador que terminó rompiéndose | Tenis | Deportes
Despide Nueva York a Dominic Thiem, el hombre que elevó el título en el año maldito de la pandemia y, también, el tenista al que una muñeca, también maldita, le dejó a medio recorrido entre lo que ha sido y lo que hubiera podido ser. Magnífica carrera, no cabe duda, pero inferior seguramente a la que pudiera haber firmado de no haber tenido que enfrentarse al tortuoso mal de la articulación, que fue haciendo estragos en el tenis y el ánimo del austriaco, que ahora se despide de los grandes escenarios y a finales de año lo hará de su deporte. Una verdadera lástima. Con 17 títulos en el zurrón, el citado major logrado en Flushing Meadows entre ellos y otras tres finales de relevancia, Thiem cierra su trayectoria desde la resignación y también aliviado: por fin, termina el calvario.
“Siento que es el momento correcto para parar”, señala tras caer ante el local Ben Shelton (6-4, 6-2 y 6-2). “He tenido una carrera muy intensa y no siento que tenga 31 años, sino que me siento mayor, tenísticamente hablando. Nunca he llegado a sentirme como antes, sobre todo con la derecha y una serie de golpes que no he llegado a recuperar”, prorroga, refiriéndose a ese declive progresivo y a la imposibilidad de remontar el vuelo, una vez que su muñeca derecha crujió y comenzó a fallar (2021), y le apartó de la actividad durante prácticamente dos años; luego regresó, pero las sensaciones no mejoraron. Persistieron la incertidumbre y los miedos, y pese a haber logrado esquivar el quirófano, nunca llegó a ser el mismo jugador que encandilaba con su mortífero golpeo previo a la lesión.
En términos de potencia y agresividad, pocos como él en los últimos tiempos. “Competí contra los mejores de la historia y la presión que me autoimpuse para llegar a ese nivel y mantenerlo contribuyó a la lesión, no hay duda. Entrené con una intensidad muy alta durante muchos años y los médicos me han dicho que me rompí la muñeca por todos los entrenamientos que hice, por todos los golpes que ejecuté y el trabajo duro que llevé a cabo durante esos años”, detallaba recientemente en una entrevista concedida al medio austriaco Die Presse. Con todos se codeó Thiem, y a los tres batió Thiem: seis veces a Rafael Nadal, cinco a Roger Federer y otras tantas a Novak Djokovic. Llegó a ser el número tres del mundo y la amenaza más real para el rey de la tierra.
Metódico, poderoso físicamente y curtido bajo el estricto manual militar de Günter Bresnik, que transformó a un joven tirillas en un deportista de élite a base de sesiones en las que el tenista levantaba piedras y troncos de 25 kilos, Thiem se reveló como un competidor aguerrido que no solo desafió a Nadal en la Chatrier, donde el español le rindió en las finales de 2018 y 2019, sino que también logró un destacable desempeño sobre pista rápida. Cedió en el desenlace australiano de 2020 contra Nole, pero se resarció unos meses después en Nueva York, que ahora le brinda una cálida ovación en su último paso por un grande. La merece el austriaco, respetado en el vestuario y que desde su reaparición —invitaciones y más invitaciones, dado que llegó a desaparecer de los 100 primeros del ranking— honró su extrema profesionalidad. Lo ha intentado hasta el final.
En medio de una generación más bien conformista, encogida de brazos ante el poderío de los gigantes, él se rebeló. Trabajó a destajo y evolucionó. Violencia en sus tiros y doble registro: pronunciados liftados sobre arena y bola plana y profunda en dura. De la escuela del revés a una mano, inclinó a Federer en la final de Indian Wells de 2019 y bien pudo haberse convertido en maestro, pero se interpusieron Tsitsipas y Medvedev. Paradójicamente, el triunfo de hace cuatro años en la Arthur Ashe le vació desde el punto de vista anímico por el sobreesfuerzo y después se produjo la desgracia de la lesión, que finalmente ha cortado las alas de un jugador que se marcha antes de tiempo pero satisfecho. No escatimó un solo gramo de esfuerzo. Pero de tanto querer mejorar, de tantísima intensidad, se quebró.
“Lo conozco desde pequeñito, porque es del 93 también, y cuando jugábamos en júniors era un jugador de la media, pero luego dio un subidón muy grande y empezó a pegarle muy fuerte a la bola”, introduce Roberto Carballés. “Al principio pensábamos que iba un poco pasado de vueltas, porque no las metía todas, pero después cogió un nivel increíble”, agrega el granadino; “por lo que él cuenta, ha hecho entrenamientos de la vieja escuela, muy jevis y pegándole muy fuerte, y eso es algo que si no lo controlas puede llegar a ser peligroso”.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.