martes, marzo 4, 2025
Cuba

Venezuela y la fractura de la izquierda: Un hálito democrático


PUERTO PADRE, Cuba.- Un exguerrillero comunista, transformado en tirano de Nicaragua a la usanza del dictador Somoza, Daniel Ortega, esta semana fue noticia internacional cuando la emprendió con una muy gastada diatriba contra el exlíder sindical y actual presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, y contra otro partisano como el mismo Ortega, el exguerrillero marxista devenido presidente constitucional de Colombia, Gustavo Petro, llamándolos “arrastrados” “pro yanquis”.

A ese escarnio viperino Petro respondió que al menos él no arrastraba los “derechos humanos de su pueblo” ni de sus “compañeros de lucha”.

Vamos a Ver. Daniel Ortega no ha sido ni acertado ni original con esos epítetos contra sus camaradas de andanzas políticas; estúpidamente se ha comportado desenfocado, soez, y prosaicamente primario. Pero… ¡Enhorabuena! Tipos como Ortega y cofradía, artífices del vilipendio, son los que con odio deshacen y por carambola suman, o como diría un viejo haitiano que conocí: “Mejor para mi pingo”. Y esa mejoría para provecho propio es lo que por efecto bumerán ahora mismo sucede en Latinoamérica a cuenta del régimen de Nicolás Maduro.   

Ni Lula ni Petro han condenado el delito de lesa humanidad que para perpetuarse en el poder Nicolás Maduro comete contra el pueblo venezolano. Y hay muertos, heridos, encarcelados, desaparecidos y perseguidos políticos como consecuencia de ese delito internacional, repudiado por el mundo civilizado.

Lula y Petro, si no conniventes sí han sido condescendientes con la brutalidad de Nicolás Maduro contra su propio pueblo, como no lo han sido los gobiernos de Chile, Argentina o Uruguay y por nada más citar tres ejemplos; Lula y Petro solamente han pedido lo obvio, transparencia en las elecciones efectuadas en Venezuela el 28 de julio, sólo han pedido que se muestren las actas auténticas, las que dicen quién es realmente el presidente electo en Venezuela, y ese petitorio, justo pero no suficiente en una situación de crimen, ha desatado la furia de Daniel Ortega, un criminal tanto como Nicolás Maduro. Y no es raro que así suceda:

Ortega y Maduro son productos natos del totalitarismo castrocomunista, un sistema déspota, hacedor de individuos prepotentes, que no importa si ya ancianos, sin cargos y huyendo a Estados Unidos, para concluir sus días alejados de las miserias del comunismo, bien abrigados en las libertades de la democracia y de una economía de mercado, así prosiguen mostrándose con sus semejantes, “superiores”, “dominadores”, aunque no posean más superioridad ni dominio que el de sus egos inflados.

Y así lo vimos en días recientes, en el trato dado al periodista Mario Pentón por el que fuera un cercano colaborador de Fidel Castro y jefe del Partido Comunista en una provincia de Cuba.

No son extraños, pues, a los exabruptos de Ortega contra Lula y Petro ni al maltrato dado por quien fuera un importante jefe castrocomunista a un reportero de Radio Martí, en el mismísimo aeropuerto de Miami, ciudad donde aquel buscó amparo; son esos actos propios de su origen.

Y es que ya lo dijo José Martí allá por 1892, que “los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan y los que odian y deshacen”. Y en ese bando, en “los que odian y deshacen”, va –aunque alguien ahora diga que no, que esa no es– la izquierda que el castrocomunismo desde Cuba inspiró, alentó, instruyó y dirigió, unas veces abiertamente y otras de forma enmascarada, sutil, pero siempre mostrándose como justiciero, cual campeón de la justicia social yendo contra el “imperialismo yanqui” y sus “arrastrados”, los Somoza, los Trujillo, los Pinochet… Ah… ¡Pero ahora Ortega tiene los desterrados que no tuvo Somoza y Nicolás Maduro tiene más presos que Augusto Pinochet en los días del golpe de Estado a Salvador Allende! Ver para creer.

Y ya algunos para creer, primero escuchan, observan y verifican, aunque los comunistas cubanos, nada dicen. O sí dicen. Mientras el fraude del 28 de julio asombra al mundo democrático, los comunistas cubanos aplauden el “triunfo del compañero Nicolás Maduro Moros”.

Y no es sólo que lo digan los comisarios del Partido (comunista). No. Es mucho peor. Tengo un amigo, vaquero, agricultor, emprendedor de cuanto negocio rinda utilidades, que el otro día me dijo: “Viste, volvió a ganar las elecciones Maduro”. Ante tanta ignorancia política en alguien tan hábil para ganar dinero, nada más pude decir: ¡¿Qué tú dices, que en Venezuela Maduro ganó las elecciones…?!

Sin ayuda internacional, los demócratas venezolanos no podrán deshacerse del régimen de Nicolás Maduro, visiblemente ya en camino de transformarse en un Estado totalitario, a juzgar por los hechos violatorios de los derechos humanos ocurridos posterior al 28 de julio, así como por los más recientes cambios en los poderes del Estado dirigidos a conseguir:

  1. Un partido de masas único.
  2. Un sistema de terror físico y psíquico ejecutado por los comisarios del partido único, las fuerzas militares, paramilitares y policiales, fundamentalmente de inteligencia y contrainteligencia, supervisada por asesores cubanos, incluso no sólo en la población civil, sino también dentro de las fuerzas armadas, policiales y dentro del propio partido.
  3. El control de todos los medios de comunicación de masas, inclusive los de internet, criminalizando la difusión de noticias que quiebren la censura.
  4. El control centralizado de la economía.
  5. El reforzamiento de la ideología marxista enmascarada como programas de justicia social, en los que ha intervenido y proseguirá interviniendo el régimen cubano, con el objetivo de incrementar el populismo y el clientelismo político.

Así y todo, y como lo exteriorizó la acritud visceral de Daniel Ortega contra los presidentes Lula y Petro, Venezuela hoy es un hálito de esperanza para la democracia, y no sólo de libertad para ella misma como nación, sino también para otros pueblos de la región, como Cuba, retratada en las iniquidades cometidas por Nicolás Maduro y su clan, y que ¡por fin!, comienzan a ser observadas internacionalmente, llevando a líderes de la llamada “izquierda”, a replantearse quiénes son sus socios en una empresa que, antes de ser política, primero debe ser humana.



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