Reconstrucción y dignidad para Cuba
MIAMI.-Recientemente escuché un debate sobre Cuba organizado por un think-tank latinoamericano y un par de organizaciones del exilio. La temática abarcaba diferentes aspectos de lo que podría ser una transición a la democracia en la isla. Los planteamientos fueron generales, del tipo que indagan sobre los factores necesarios en una transición del totalitarismo a la democracia.
Con la participación de solamente dos mujeres, los argumentos fueron articulados en casi su totalidad por voces masculinas. Todas las voces fueron coherentes y optimistas. No obstante, al tiempo que escuchaba los planteamientos de los participantes, pensaba en las múltiples condiciones críticas en la isla que hacen de una transición algo así como una misión imposible: la crisis alimentaria, la crisis de vivienda, la crisis médica y farmacéutica, la crisis de energía, la crisis del suministro de agua, la crisis de salubridad, la crisis migratoria.
Sobre esta última, me permito mencionar que, según el profesor y demógrafo cubano Juan Carlos Albizu Campos, se redujo la población cubana en 2023 a 8,62 millones de habitantes de 10,05 millones. De ellos, el 25% son mayores de 60 años, confirmando lo que se pronosticó científicamente hace más de 25 años sobre una isla de ancianos y personas vulnerables. En 2024, hubo en Cuba más muertes que nacimientos.
Como hago siempre, empecé a analizar todos los retos desde una óptica de género. Empecé a plantearme que ninguna transición puede implementarse en Cuba sin atacar primero el estado de pobreza, hambre, enfermedad y abandono de la población cubana en toda la isla. Inútil hablar de organizar partidos políticos y convocar elecciones democráticas como prioridad nacional. La mayoría de los cubanos no tiene experiencia de partidos políticos o de elecciones democráticas: hace 77 años —desde las últimas elecciones libres de 1948 cuando ganó la presidencia Carlos Prío Socarrás— que en Cuba no hay elecciones ni práctica democráticas. Y mucho menos educación cívica.
Antes de convocar a elecciones libres, hay que resolver las urgencias vivenciales del pueblo cubano, urgencias que no enfrentaban los países del bloque soviético en Europa del Este a la caída del comunismo: hay que reparar las viviendas que se están derrumbando sobre sus cabezas, o proveer una casa decente a los cientos de miles de cubanos y cubanas que viven en hábitats de cartón y tablas, sin pisos, ni ventanas, ni alcantarillado, ni agua potable, ni electricidad. Hay que darle techo a miles de madres con hijos que llevan años —décadas—refugiadas en albergues estatales en las peores condiciones luego de algún desastre natural o de algún siniestro.
Hay que paliar el hambre y la desnutrición que afecta a la mayoría del pueblo. Hay que atender a los enfermos graves, hay que suministrar medicamentos básicos, hay que habilitar al menos un hospital por municipio —168 en total— con lo mínimo básico en equipamento y recursos, y para ello hay que traer de vuelta a casa a todos los médicos, enfermeros y técnicos explotados por el régimen en misiones internacionalistas atendiendo a otros pueblos a expensas de los cubanos.
Hay que proveer electricidad en toda Cuba, lo que requerirá la reparación inmediata de las nueve inservibles plantas termoeléctricas que hoy solo garantizan apagones.
Hay que producir miles de millones de íntimas para que las mujeres adultas puedan lidiar con su menstruación mensual y conducirse de igual a igual en los espacios públicos del país. Hay que eliminar el dengue que produce el mosquito Aedes aegypti, y la leptospirosis que producen las ratas. Hay que reconstruir el sistema básico de salubridad que erradique el flujo de aguas albañales por las calles en casi todos los pueblos y ciudades del país y que garantice la recogida de basura y desperdicios en cada cuadra de la nación. Hay que reactivar el sistema de transporte nacional para que la gente pueda moverse libremente.
Hay que incentivar a los jóvenes para que permanezcan en Cuba, pues la reconstrucción de la isla no puede hacerse con párvulos, ancianos y minusválidos. Hay que incentivar la repatriación inmediata de los que han emigrado, casi un millón de cubanos con juventud y fuerzas que han optado por escapar del infierno al perder toda esperanza.
Hay que llevar a cabo una campaña de reeducación cívica y de democracia que permita a los cubanos actuar con propiedad ciudadana para encauzar el país hacia un nuevo estado de derecho.
Hace falta un Plan Marshall con visión feminista que durante un mínimo de 12 meses —y con la ayuda de la UNICEF, la Organización Mundial de la Salud, la Agencia de Refugiados de la ONU, el Programa Mundial de Alimentos, el Alto Comisionado de la ONU para Refugiados, la Cruz Roja Internacional, el Comité de Rescate Internacional, Médicos sin Fronteras, OXFAM, Caritas, el Departamento de Estado de los EE.UU. y la Unión Europea— priorice las necesidades de hombres, mujeres, niños y ancianos cubanos, que repare y reconstituya la población, y la prepare para elegir esa transición necesaria y la inevitable reconstrucción nacional. Hacen falta muchas otras cosas, pero para transicionar a la democracia, estas son las de primera necesidad.