Reflexiones sobre el hambre en Cuba
LA HABANA.- En días recientes, entre otras cosas, he consagrado mi atención al tema del hambre en Cuba. Me parece natural que así suceda, pues el tema vital de llevar (o no) algo a la boca es el que centra la atención de los ciudadanos de a pie en esta desdichada Isla hundida en la tremenda furnia creada por el socialismo burocrático que nos ha tocado padecer.
Insisto en que me estoy refiriendo a los cubanos comunes y corrientes; a los meros hijos de vecinos. Hasta la simple lógica nos indica que ese no debe ser —¡ni de lejos!— un tema que preocupe a los voluminosos señores de abdómenes rotundos que aparecen a menudo en las pantallas televisivas para exhortarnos a la austeridad, la moderación, el sacrificio y el “esfuerzo creativo” (o a sus homólogas del bello sexo, que son menos en número y a quienes su condición femenina lleva a cuidar más su figura).
Hoy, ya octogenario, recuerdo mi mocedad, cuando, siendo un joven quinceañero, fui testigo de la trepa al poder del señor Fidel Castro y sus subordinados. Estoy aludiendo, en particular, a las cascadas de promesas que hacían el nuevo mandamás y sus amigos sobre bonanzas innumerables que lloverían sobre el pueblo cubano. Entre ellas, en lugar prominente, se destacaban las promesas de eliminación del hambre.
Ahora, viendo las cosas en retrospectiva y con muchos más elementos de juicio, confieso que no alcanzo a entender en puridad a qué hambre se referían. Por ser un citadino legítimo, reconozco no saber en detalle cuál podría ser la situación a ese respecto en las zonas rurales; no obstante, dudo que, con la feracidad de la tierra cubana y la cantidad de frutas silvestres que crecían a orillas de los ríos, pudiera hablarse de inanición de los campesinos sin tierras.
Sí puedo hablar con más conocimiento sobre La Habana, en la que he residido toda mi vida. Exceptúo de esto, claro, los cinco años que estudié en Moscú y las temporadas que, por decisión del régimen, he pasado en las islas del “Archipiélago DGP” (siglas de la Dirección General de Prisiones del Ministerio del Interior de Cuba), homólogo del infame GULAG inmortalizado en los libros del gran Solzhenitsyn.
Ante todo, debo indicar que yo no pertenecía, ¡ni remotamente!, a una familia que pudiera ser conceptuada como rica. Recordando con gran cariño a personas ya fallecidas, puedo decir que mis padres eran maestros primarios, y mi hermano se desempeñaba como secretario. Entre mis tías había varias que laboraban como conserjes escolares…
Pues bien: salvo los viernes, no recuerdo un solo día en que no se consumiera carne de res (con su guarnición correspondiente, claro). Para los de menos recursos existían opciones diversas que hoy, a un cubano de a pie sin edad para haber vivido aquellas experiencias, podrían parecerle relatos extraídos de una especie de cuento de hadas (o, quizás mejor, de un relato de ciencia-ficción).
En una fonda, por una modesta peseta, era posible consumir un “globo”. No eran sobras ni una “comida revolcada”, como intentaron hacer ver en una novela castrista. Se trataba de un plato de comida (¡nada de fuentes, claro!) de la misma que se servía a los parroquianos “normales”. Solo que el cliente no podía escoger qué se incluía en un “globo”. Los gastronómicos aprovechaban para darles salida por esa vía a los platos menos solicitados.
Pero había opciones aún más baratas. En un puesto de chinos, por ejemplo, no era raro ver a personas de bajos ingresos que acudían a almorzar. Como “plato y mantel”, los asiáticos ponían sobre el mostrador un pedazo de papel de estraza. Allí sí se podía “comer a la carta”… Bollitos (de papa o de carita, estos más pequeños, pero exquisitos), frituras de bacalao, trocitos de viandas fritas, etcétera. El almuerzo podía salir en 10 centavos o poco más.
Estas tristes reflexiones vienen al caso en medio de la penuria generalizada que las políticas castrocomunistas han entronizado hoy en Cuba. Quienes en 1959 anunciaron a bombo y platillo que erradicarían de nuestra Isla el hambre, impusieron un sistema que, en la práctica, ha significado el subconsumo (cuando no la franca inanición) para nuestros compatriotas más humildes y para otros que no lo son tanto.
Sin ir más lejos: hace tres días que en las panaderías habaneras no se despacha el esmirriado panecillo de la cuota normada diaria; en el interior la situación es aún peor. No es gran cosa (se supone que pese 60 gramos, aunque en la práctica suele ser todavía menor). Para colmo (y como se destacó en un reportaje publicado hace días aquí mismo en CubaNet), no es raro… ¡ que tenga sabor a cucaracha! Esta insólita realidad fue abordada con absoluto desparpajo por uno de esos “dirigentes” que nos gastamos por acá, quien a su modo “explicó” (algún verbo hay que usar) por qué sucedía eso…
Pero para muchos de los cubanos de menores ingresos (pienso en los jubilados que trabajaron toda una vida), quienes no pueden ni soñar con ir a comprar a una mipyme, ¡ese bendito panecito (aunque sepa a cucaracha) puede representar la diferencia entre el subconsumo extremo y la inanición total!…
Y, sin embargo, el aparato de agitación castrocomunista, que dedica programas de televisión completos a abordar aquellos temas que el régimen desea esclarecer ante sus súbditos, ¡no se ha dignado dar una explicación sobre la virtual desaparición —¡durante días!— del dichoso panecillo diario! El único descargo oficialista que conoce este cronista es el formulado por el Consejo de Administración del municipio Plaza de la Revolución.
El referido órgano castrocomunista de carácter local y nivel medio da a conocer que la inexistencia del pan normado se origina “por dificultades en la disponibilidad de harina” (¿no era más fácil decir “la falta de harina”!). También promete: “En cuanto recibamos el producto trabajaremos sin descanso para brindar el mejor servicio a nuestra población”. ¡Triste consuelo para el jubilado al que me referí antes!…
Y así continúan con su actuar los que prometieron erradicar el hambre en Cuba. No solo no suministran suficientes alimentos a sus súbditos, sino que persiguen y acosan a los buenos samaritanos que tratan de paliar la situación creada por los mismos autores de las falsas promesas. Ese es el caso del prominente líder opositor José Daniel Ferrer y sus amigos en la segunda ciudad de la Isla, donde operan un comedor popular.
Esos mayimbes no solo se muestran incapaces de subvenir a las necesidades alimentarias de la generalidad de los cubanos, ¡sino que impiden que nuestros campesinos resuelvan ese problema! Los anuncios más recientes apuntan hacia el empecinamiento del régimen en mantener a ultranza el sistema actual, con la inoperante “planificación” y el control estatal sobre la comercialización de los productos del agro (personificada en la Empresa de Acopio, que deja perder cosechas y paga tarde y mal).
¡Pobre pueblo de Cuba!