viernes, noviembre 22, 2024
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Ana de Rojas reivindica sus raíces: «Vender el palacio Montarco fue una renuncia muy dolorosa»


Juanra López

El pasado 14 de agosto se abrieron las puertas del Palacio de Montarco para recibir a una de sus antiguas moradoras, Ana de Rojas, hija del
recordado conde de Montarco
y
su primera mujer, María Pardo-Manuel de Villena (la segunda fue
la recordada socalité Charo Palacios
, madre de
Alejandra de Rojas
, con quien la autora no mantiene ninguna relación). La ocasión así lo merecía, pues se presentó en este escenario cargado de vivencias para ella su libro ‘Ciudad Rodrigo y el Palacio de Montarco’, con la presencia del alcalde de la localidad, Marcos Iglesias Caridad, así como las personas que han dejado su impronta en este trabajo divulgativo.

Ana de Rojas se ha rodeado en este libro de Tomás Domínguez Cid, que contó la relación de la familia Montarco con el hospital de La Pasión; Julio Carlos Sánchez, que se centró en
la trascendencia del conde de Montarco para la rehabilitación de la diócesis de la ciudad; José Ramón Cid, que destacó la importancia de la yeguada y los mastines Montarco, así como la creación de la raza morucha; Carlos García Medina, que analizó la fachada del palacio; y Tomás Montero, que explicó el porqué de bautizar la la plaza de Puebla de Azaba con el nombre de la condesa de Montarco.

Son muchos
los recuerdos de Ana de Rojas
vinculados al palacio y a la ciudad a la que vuelve con mucha frecuencia y donde tiene enormes lazos afectivos. Ahora vive rodeada de naturaleza
en una casa rústica en Morasverdes, donde ha encontrado su lugar en el mundo, alejada del oropel que a veces se asocia a la aristocracia.

Portada del libro escrito por Ana de Rojas.

Ana de Rojas nos atiende desde su casa muy ilusionada, pues, además del libro, está en marcha el proyecto de convertir en documental su azaroso
viaje desde Madrid a Moscú en un Seat en los años 70, donde sorteó todo tipo de dificultades burocráticas para conseguir su objetivo. Con un humor socarrón y una memoria privilegiada nos permite asomarnos a su particular universo en el que, a veces, nada es lo que parece.

¿Qué te motivó a escribir este libro?

El motivo fue que un día me di cuenta de que Montarco desaparece de la tierra el día que me muera. También se pierde el linaje de Rojas-Montarco, porque al cambiar la ley y que los títulos los podamos heredar las mujeres no se continúa con la tradición. De hecho, ahora el conde de Montarco es mi sobrino Joaquín Zuazo. Pensé que era bonito contar lo que había significado mi familia para la comarca y viceversa. Comencé a investigar y descubrí lo que habían hecho por la comunidad. Busqué personas que habían estado vinculadas con las actividades de mi familia y conocían lo que he denominado «la huella Montarco» para poder dar una visión muy completa.

¿Qué te ha emocionado más al hacer esta investigación?

Quienes recuerdan a mi padre y a los Montarco como gente benefactora, siempre muy vinculados a la tierra y quisieron mucho a Ciudad Rodrigo. Que siga siendo así me llena de emoción. El palacio es una muestra de su devoción por esta tierra. Mi bisabuela lo acondicionó para que fuera el centro de reunión familiar. A mi padre no le tocó en herencia y sacrificó unas hectáreas que cedió para poder quedarselo. Mi hija Adela está enterrada aquí y yo me enterraré aquí. Es amor mutuo porque he descubierto que nos tienen mucho aprecio.

Eduardo de Rojas, una figura muy recordada en Ciudad Rodrigo

La impronta de tu padre, Eduardo de Rojas, sigue siendo muy apreciada, como yo mismo pude comprobar en un viaje reciente a Ciudad Rodrigo.

A mí ahora me consideran la Montarco. Vayas por donde vayas me dicen cosas muy graciosas. Todo el mundo ha tenido un caballo Montarco… Mi padre, el conde de Montarco, hizo muchas cosas porque, además de ser muy inquieto, Ciudad Rodrigo era su pasión. Ha sido muy gratificante volver a recordarlo

¿Cuáles son tus vínculos con el palacio Montarco?

Me trajeron a los seis meses hasta los 11 años que me fui a Madrid a estudiar primero de bachillerato. Venía en cuanto podía. Hasta la muerte de mi padre, que fue cuando cambió la situación, por eso me hice la casa en Guadapero. -nos dice a propósito de ambas localidades, a las que apenas separan 20 kilómetros.

La familia Montarco, en un momento de gran felicidad. /

CORTESÍA

¿Resultó duro desprenderse del palacio?

Era el gran activo que teníamos, pero fue la mejor alternativa. Vender el palacio fue una renuncia brutal. Muy dolorosa. La llevé de otra manera que otros herederos por mi carácter, incluso encontré el comprador. Mi padre pensaba que esto era inevitable. Éramos siete supuestos hermanos cada uno a lo suyo y la casa acabaría hundiéndose, como tantos palacios y palacetes abandonados que hay en Castilla y León. Tuve la idea de hacer
el museo de los sitios de Ciudad Rodrigo para subrayar la importancia histórica de la ciudad y no se pudo. En cuanto al dolor o a la nostalgia,
mis hermanos venían a verme
a Guadapero, pero jamás volvieron a entrar en Ciudad Rodrigo. No era la pérdida del palacio como tal sino nuestro hogar. No lo asumieron.

¿Contenta con el uso que se le está dando?

Ahora mismo el palacio está remozado, han metido mucho en infraestructuras. Es para bodas y eventos. Ciudad Rodrigo no ha perdido un patrimonio y debemos quedarnos con eso. El palacio ha sobrevivido.

¿Qué sentiste al volver a entrar el día de la presentación de tu libro?

Un enorme pellizco en el estómago. Cuando vi la estufa del zaguán de mi madre, la decoración… Estoy orgullosa de haber renunciado a él para beneficio de los demás. Cuando vivíamos allí, el portero Germán estaba muy orgulloso de su casa y le enseñaba a los turistas el patio, los carruajes, la puerta estaba siempre abierta… Fueron tiempos que ya no se pueden recuperar.

La divertida anécdota de Manuel Fraga

¿De qué personalidades de las que pasaron por allí guardas mayores recuerdos?

Manuel Fraga vino cuando mi padre y yo estábamos reparando una habitación con muebles castellanos y nos dijo que parecía la de un parador. Nos referíamos a ella como la habitación de Fraga. También recuerdo con cariño al séptimo duque de Wellington que le regaló a mi padre una medalla y un cuadro… Por aquí pasaron también pasaron los toreros más famosos del momento y los mejores ganaderos. Jaime Peñafiel vino a una Oreja de Oro, una fiesta que organizaba mi padre, y dijo que se había iniciado en la crónica social al venir invitado por mi padre…

Los reyes
Juan Carlos y Sofía
nos saludaron en la puerta, pero no llegaron a entrar. Loyola de Palacio estuvo con nosotros dos días cuando era comisaria de la Unión Europea. No me puedo olvidar tampoco de Igor Ivanov, embajador plenipotenciario de la federación rusa, de quien me había hecho amigo cuando hice mi viaje en coche desde Madrid a Moscú y era miembro de la KGB en España.

Tampoco se me olvidará la presencia en palacio del primer embajador en España del primer embajador de la República China comunista en España, que pasó dos días en Ciudad Rodrigo, una vez que mi padre ya había sido invitado a ese país por parte del embajador español cuando se retomaron las relaciones entre ambos países. Después de presentar sus cartas credenciales en el Palacio Real en Madrid venían a ver a mi padre y es algo, cuya explicación no te sabría dar, que se produjo con dos embajadores más. Incluso les poníamos a torear una vaquilla, lo que les fascinaba.

¿Quiénes de la familia Montarco suelen recalar en Ciudad Rodrigo?

Mi hermana cuando se casó con Miguel Zuazo tenía una finca, pero no vinieron de adultos… Ninguno de los hijos de mis hermanos está vinculado a Ciudad Rodrigo.
Mi hijo mayor, Ignacio, es el que viene con más frecuencia. No tienen ese arraigo por esa tierra. Hemos vivido en el campo, con los perros, los caballos… Nuestra vida en el palacio era que estábamos huérfanos casi todo el año, salvo en Navidad, Semana Santa y agosto. Teníamos una corte de servicio, pero no teníamos una familia tradicional, lo que nos hizo muy sociables. Hicimos muchos amigos y a muchos de ellos los seguimos conservando.

Cuando venían mis padres lo aprovechábamos al máximo. Mi padre me enseñó con cuatro años a que aprendiera a interpretar la hora en un reloj de aguja. Quería que fuera inquieta, deseosa de aprender. Para él, el verdadero campeón era el de la decathlón, consideraba que era mejor que supiera de muchas cosas que mucho de una sola. Mi madre tenía mucha conciencia social, era muy culta y refinada. Su lema de vida era ética y estética y con eso me atacaba.

El Palacio Montarco está cargado de viviencias famliares y recuerdos que Ana de Rojas intenta que perduren, generación tras generación. /

CORTESÍAALPILA

¿Cuando tu padre se casó con Charo Palacios retomaron el hábito de pasar tiempo en Ciudad Rodrigo?

No iban con frecuencia porque a Charo no le gustaba nada Ciudad Rodrigo. La Oreja de Oro desapareció en la sexta edición porque consideraba que se gastaba mucho dinero en esa fiesta. Se traía a extranjeros para que vieran una capea y el que mejor lo hacía se llevaba la Oreja de Oro. A mi padre le servía para traer a periodistas, escritores, políticos e intelectuales de de todo el mundo. Eran tres días de fiesta con una logística complicada, pero era muy gratificante y excelente para Ciudad Rodrigo.

¿Visitaba el palacio Alejandra de Rojas?

Alejandra de Rojas venía
con mi hija Adela, en verano, una semana o algo así, pero no con frecuencia. Iban a la finca y montaba a caballo. Igual que Julio, mi hermano, porque me lo traía los meses de agosto. Vino muy poco. No tenía gran interés y no tenía a nadie. La huella Montarco no le interesa. Es una parte humana de cariño hacia una tierra. No lo entiende.

En algunos medios se te ha calificado como «la última Montarco». ¿fue definitiva esta apreciación para que escribieras el libro?

Cuando me di cuenta de que desaparecía el Montarco de esta tierra quería dejar un testimonio aunque fuera modesto y ese es el origen del libro. Me da muchísima pena. El palacio tenía vida dentro y la memoria se pierde con las generaciones.

¿Crees que hay aspectos en los que se debería mejorar la promoción de Ciudad Rodrigo?

Ciudad Rodrigo debía ser de turismo de calidad y no lo ha conseguido. El que tenía en los años 50 y 60 cuando iban todas las personalidades. El alcalde se está esforzando, pero no supera el turismo de paso, ingleses y franceses que dan una vuelta y se marchan a Portugal. Necesitan ese punto de promoción para que la gente venga y se quede. La gente descubrirá la historia del palacio y lo que les explique el guía de la fachada plateresca les interesará, pero seguramente mucho menos que lo que pueden leer ahora porque son sus entresijos, la vida que tenía lugar en su interior y su historia.





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