Al barrio hambriento hay que llevar comida, no “barrio debates”
LA HABANA.- Conscientes de que muy pocos participan de manera espontánea en los “barrio-debates antiimperialistas” —la más reciente “iniciativa vintage” de un régimen que cuando intenta ponerse “creativo” solo reproduce las mismas ridiculeces una y otra vez— entonces lo imponen como tarea obligatoria a los sindicatos y núcleos del Partido Comunista en los centros de trabajo. Espacios donde la gente está obligada a asistir como “cambio de labor”, por lo que ausentarse pudiera repercutir en el salario al final del mes, en el “pago de utilidades” y en las “estimulaciones” allí donde todavía las hay.
Para muchos cubanos asistir como público al “barrio debate” se les cuenta como parte de la jornada laboral. Incluso en las empresas que disponen de algún recurso para la transportación de su personal, esta se condiciona a la asistencia obligatoria y —según nos dicen testigos de lo que ha estado ocurriendo— hasta se les ordena a los choferes no hacer paradas intermedias en la ruta. Es decir, que no dejen bajar a nadie hasta llegar al destino —allí donde se necesite “hacer bulto”— , casi siempre en lugares donde no hay otro modo de salir que no sea esperando a que termine “la actividad” para que el transporte retome su itinerario normal.
Hay una mezcla de engaño, chantaje y secuestro, de maldad y desesperación del régimen en esa estrategia para lograr quórum donde el teatro de marionetas pudiera terminar transformado, por verdadera espontaneidad popular, en el linchamiento de esos gordos que llegan a hablar de “bloqueo” y de “resistencia creativa”. Que solo se quejan de lo malo que es ese capitalismo a donde todos quieren huir, y de lo buenos y modestos que son los barrigones puestos a dedo.
Un discurso altamente peligroso, por volátil, tal como están de exaltados los ánimos en los barrios por estos días de apagones y hambre profunda, de enojos que sobrepasan el punto del “encabronamiento” y, sobre todo, de planes de emigrar frustrados, de “dolarización parcial” y de “químico” haciendo volar cabezas “propias”. Quizás como paso previo antes de que un día de estos comiencen a volar las ajenas.
A fin de cuentas, entre una droga que los bestializa y el brebaje ideológico “sin jama” que los idiotiza, las opciones no son demasiadas para los cubanos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, que ya conocen en estómago propio las pesadillas del comunismo. Así que se arriesgan con otras alucinaciones donde, al menos, la barriga no se llena pero la cabeza les salta en pedazos con algo tan simple como un polvillo o un “papelito”, que no son ni el panfleto de la “continuidad”, ni los “milagros” del dios Fidel Castro, ni la avería en las calderas de la Guiteras y la Felton, ni la cola del gas, la cola de la gasolina, el precio del pollo, o las dos libras de arroz de diciembre de 2024 que aún no pagan terminando febrero de 2025.
Solo engañada y bajo secuestro, amenazada y tratada como dotación de esclavos, hay una “multitud” que la prensa del régimen puede mostrar como “espontánea”, y eso no debe molestarnos tanto en cuanto al engaño explícito, como divertirnos por las claras señales de que la dictadura sin tales artimañas es simplemente un cadáver abandonado, solitario. No tiene otro modo de aparentarse respaldada por el pueblo que mintiéndose a ella misma, lo cual es divertido, por supuesto, pero también muy triste.
No por la parte que hace el ridículo con tales emboscadas, puesto que ninguna dictadura totalitaria merece compasión ni lástima, sino por esa gente que aún siendo testigo directo de los abusos y de las debilidades del sistema, aún en contra de sus deseos de no acatar una orden, aún sabiendo que con decir “no voy” pueden darle el tiro de gracia a la bestia que los oprime, eligen hacerle el juego, con lo cual se prolongan y se refuerzan en el papel de víctima, como si en el fondo lo disfrutaran.
Admiro a quienes escapan de tales secuestros, a los que desobedecen al jefe que pone el “trabajo ideológico” por encima de la productividad. Aplaudo a los que prefieren cobrar menos pero quedar bien con ellos mismos, o caminar decenas de kilómetros hasta sus casas o ponerse a merced de un transporte público casi imposible por estos días donde el combustible que llega de Rusia se reserva para echar a andar las termoeléctricas los fines de semana (momento en que el agobio y el hartazgo pudieran reeditar otro estallido como el del 11 de julio de 2021, que no por casualidad sucedió un domingo) y, sobre todo, para el “trabajo ideológico” que este año, quizás por ser el definitivo, ha sido reforzado, como es normal siempre que fallan todos los intentos por reflotar una economía cuyo hundimiento se debe precisamente al reforzamiento del “trabajo ideológico”.
Al barrio hambriento hay que llevar comida, así como al trabajador hay que darle salario y servicios básicos garantizados que lo estimulen a producir, y no chantajes que lo obliguen a fingir lealtad a una ideología o a un gobierno.
Es una paradoja —por no decir una estupidez— eso de intentar remediar algo con aquello que lo ha herido de muerte. Porque echar mano al “trabajo ideológico”, intentando apuntalar con peroratas cansinas las estructuras de un sistema al que la propia ideología ha carcomido debido a la corrupción y la doble moral que genera por sí mismo, es lo más tonto y desesperado, es contraproducente.