El país hay que arreglarlo entre todos
LA HABANA.-Una de las causas que ha ralentizado el fin de la dictadura cubana, y que hasta le ha servido a esta para fabricar y fortalecer su propio mito de que es indestructible, radica en la actitud de quienes, en franca mayoría, delegan en terceros la responsabilidad de derribarla. Es decir, que no lo asumen como un asunto urgente que por obligación necesita de la suma de acciones individuales que tengan como objetivo principal el beneficio colectivo sino como algo ajeno y, lo peor, como tarea de menor importancia en relación con otras, como pudieran ser emigrar (cual modo de tomar distancia de lo que nos afecta) o crear o intentar mantener un negocio legal o ilegal en el país (a pesar del ambiente desfavorable e inestable de una economía subordinada a los errores constantes, a la burocracia y la corrupción del Partido Comunista).
Así, escuchamos por estos días a los que fustigan tanto a los grupos de oposición, a sus líderes, incluso a la prensa independiente por no haber sacado a los Castro y a sus “continuadores” del poder, como si se tratara de mecánicos a los que se les paga por arreglar una lavadora o un ventilador cuando la misión de componer un país hundido en el caos, secuestrado por un monstruoso aparato represivo fuese tan simple como soldar unos cables o sustituir piezas defectuosas.
A un país no se le puede llevar a un taller para que otros lo compongan. Pero, aún asumiendo que sea una labor de “especialistas”, a un país arruinado hay que repararlo entre todos, y no basta con ponernos a mirar pasivamente, en directo o a través de las redes sociales, a los que suponemos deberían hacer el trabajo que no sabemos o no queremos emprender porque, entre otras molestias, nos ensucia las manos, nos resta tiempo para irnos de fiesta o a la playa, nos da miedo, en fin, que creemos debe ser asunto de otros, y entonces si el país continúa mal no es por culpa nuestra sino por esos que no solo hicieron mal el trabajo sino que no obraron del modo que los espectadores le gritaron de lejos, sin poner manos a la obra aun pretendiendo tener la solución definitiva.
Desgraciadamente, hoy quizá son mayoría los que piensan así, los que ven en los grupos de oposición, en las organizaciones de personas que bajo enorme riesgo deciden unir esfuerzos para exigir derechos y presionar al Gobierno, apenas una herramienta de mecánico, así como a la prensa independiente como a un “comando de acción” que, peleando a puro puñetazo con los represores en la calle, no debería tener como prioridad la información veraz, el contrarrestar la maquinaria de propaganda del castrismo, el investigar a fondo los procesos y fenómenos al interior de las estructuras del régimen, el servir incluso como modelo de democracia en medio de un contexto antidemocrático al ser plataforma para la diversidad de opiniones.
Por estos días incluso abundan los que, como por castigar al “mecánico”, celebran que algunos políticos en los Estados Unidos, no solo hayan puesto en riesgo la labor de medios de prensa y movimientos sociales y de apoyo que no de otro modo contarían con la capacidad financiera necesaria para desarrollar su labor sino que denigren el trabajo que durante años han realizado y que gracias al mismo hoy se pueda hablar de un despertar general de la conciencia sobre la necesidad de un cambio político que hagan viables la democratización y la prosperidad. Así como que, frente al secretismo y la desinformación de la dictadura, los ciudadanos cubanos cuenten con todo un arsenal informativo y documental, fruto de horas de investigación, de preparación profesional, de valentía, de riesgos, cárcel, asesinato de reputación, exilio forzoso, incluso muertes.
Negar el trabajo de todos estos años, que ha desembocado en las últimas dos décadas en un rico ecosistema de medios alternativos, independientes del control del régimen comunista así como nada condescendientes con donantes, mecenas y benefactores (como se comprueba en la diversidad de opiniones y posturas políticas que hoy confluyen en las columnas de esos medios, en verdadera armonía), es un intento por despojar de méritos a esas personas que a diario arriesgan la vida, la libertad individual por legar a los suyos si no un país mejor —porque el proceso de reparación de esta Isla gravemente rota habrá de ser largo y tortuoso— de al menos comenzar teniendo un lugar donde nadie necesite pedir permiso a un gobierno para decir en voz alta lo que piensa.
Es un castigo cuya gravedad no está solo en lo injusto sino en lo imprudente, en lo peligroso que resulta incinerar los únicos espacios de democracia que, junto con las redes sociales, han logrado información tras información, opinión tras opinión, acción tras acción poner contra la pared a una dictadura que comenzó a debilitarse, a descubrirse bajo el escrutinio público, a recibir golpes y a perder la capacidad de devolverlos cuando los medios de prensa, los grupos de pensamiento y de oposición política se tornaron más fuertes, a pesar del miedo y la inacción de una turba de observadores pasivos. Si se pierde el terreno ganado, incluso si por necesidad de obtener fondos se apostara por ser “comerciales”, por congeniar con la tontería y la mediocridad, entonces sí el país estará irremediablemente perdido.
De modo que es de tontos pensar que el “castigo” por no haber logrado lo que suponemos debería ser el único objetivo de los medios de prensa o del activismo político —es decir, el de sustituirnos a todos como arma letal e infalible en lo que debiera ser una labor colectiva, el de ejecutar como terceros lo que individualmente no tenemos el valor de hacer— es desaparecerlos o condenarlos a la precariedad, obligarlos a la necesidad de hacer concesiones en las líneas de información a cambio de fondos que se deriven de la capacidad de ser “comerciales”, de gustar a una mediocridad masiva a la que le interesa más el regalo que le hizo este o aquel famoso a su novia, el auto que se compró tal o mas cual influencer que, por ejemplo, conocer en detalles, sin chismes ni rumores, por qué se construyen tantos hoteles de lujo en un país miserable que ya no es atractivo ni para quienes lo viven ni para los que lo visitan.
Nunca serán demasiados los espacios para ejercer la libertad de expresión, para practicar la democracia, y mucho más útiles son allí donde está suspendida o tergiversada por el poder. Mientras más medios y grupos de presión existan, mientras más variados sean, más saludable será el país donde realicen su labor, y esa salud trascenderá las fronteras hasta influir positivamente en el bienestar de los países vecinos.