martes, julio 29, 2025
Ciencia y Salud

La historia de nuestra visita a la célebre sala de control del Apolo 11


Estamos en Houston. Las luces se encienden una tras otra, con el característico pop causado por la expansión del filamento de tungsteno cuando la corriente eléctrica lo atraviesa, haciéndolo brillar en unas centésimas de segundo. Una vez más, la Sala de Control de Operaciones de la Misión cobra vida, con sus hileras de consolas y sus tres grandes pantallas principales, hasta la galería de espectadores, separada por una pared de cristal.

El gran salto

Hay lugares en la Tierra donde el tiempo se detuvo en el momento exacto de un triunfo. La sala de control del centro espacial de la NASA en Houston, que guió todas las misiones Gemini, Apolo y del transbordador espacial desde junio de 1965 (Gemini 4) hasta 1992, se detuvo en el momento clave de la misión Apolo 11. A las 20:17 y 40 segundos del 20 de julio de 1969, cuando Neil Armstrong pronunció aquellas palabras que se han convertido en leyenda («Este es un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad»), alguien aquí dentro apagó un cigarrillo en un cenicero que aún hoy sigue allí, con la colilla falsa pero en la posición exacta en la que estaba entonces. A su lado, una taza de café (también falsa, pero llena hasta el nivel original) y un bolígrafo Bic mordido, testigos mudos del momento en que la humanidad puso un pie en otro mundo. El aire acondicionado hace un ruido incómodo, igual que entonces, mientras los teléfonos negros parecen listos para sonar en cualquier momento y en las grandes pantallas de la pared aún se desplazan las rutas de vuelo que llevaron a Armstrong y Aldrin al Mar de la Tranquilidad.

La sala reconstruida del museo del centro de control de misión en el Centro Espacial Houston de la NASA

La sala «reconstruida» del museo del centro de control de misión en el Centro Espacial Houston de la NASA.

Foto: Antonio Dini

La Mission Operations Control Room, éste es el nombre oficial de la sala, parece una catedral de la ingeniería donde cada detalle se ha conservado con la devoción reservada a las reliquias sagradas. En 1985, el gobierno federal estadounidense la designó Monumento Histórico Nacional, pero es mucho más. El auditorio de cuatro niveles domina un espacio que parece suspendido entre el pasado y el futuro, con sus consolas con pantallas de tubos de rayos catódicos y fósforos monocromos dispuestas en ordenadas filas como los bancos de una iglesia. La gran pantalla cartográfica se eleva sobre la pared del fondo, mostrando aún el mapamundi salpicado de las estaciones que siguieron cada movimiento del Apolo 11.

Aquí, en este entorno sin ventanas construido para resistir los huracanes del Golfo de México, en turnos alternos casi 400 controladores de vuelo gestionaron la misión más compleja jamás intentada por la humanidad. Todo el programa Apolo, y los propedéuticos que le precedieron, Mercury y Gemini, se construyeron para llegar a ese preciso momento. El camino identificado por John Fitzgerald Kennedy («Estaremos en la Luna a finales de la década») cuando los soviéticos lanzaron el primer satélite al espacio (Sputnik) y luego pusieron en órbita al primer ser vivo (la perra Laika) y después al primer hombre (Yuri Gagarin) ha hecho un larguísimo recorrido, que dura hasta los años 60, para llegar a esta sala, al momento histórico en que Armstrong saltó y puso los pies en el suelo lunar.

Ceniceros con cigarrillos falsos en el Centro de Control de la Misión del Centro Espacial de la NASA en Houston.

Ceniceros con cigarrillos falsos en el musealizado Centro de Control de la Misión del Centro Espacial de la NASA en Houston.

Foto: Antonio Dini



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